Shakira, Tamara Falcó y dos aprendizajes que clara-mente nos hacen crecer y no irnos a pique.


Por: Ianire Angulo Ordorika, ESSE Profesora de la Facultad de Teología de la Universidad Loyola
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Tengo un profundo desconocimiento de la prensa rosa. Me pierdo en cuanto empiezan a mencionar miembros de la aristocracia o a gente famosa que, se supone, resultan ser conocidos por todos menos para mí. De estos chismes me suelo enterar cuando todo el mundo está ya de vuelta. Con todo, entre la última canción de Shakira y la boda de Tamara Falcó, ha sido imposible escapar de la actualidad. Ambas noticias tienen puntos comunes. Las dos tienen que ver con sendos engaños de la pareja y, desde luego, con dos reacciones muy distintas.

Aquella que afirmaba que cualquier infidelidad era imperdonable, por más que hubiera durado “un nanosegundo en el metaverso”, no solo ha olvidado la traición, sino que se ha comprometido en un proyecto común con aquel que le había engañado y suenan ya campanas de boda. Shakira, por su parte, convierte una canción suya en un arma arrojadiza, lanzándole dardos envenenados a su exmarido. Ahí le recuerda que, ante estas situaciones, “la mujeres ya no lloran, las mujeres facturan”. ‘Claramente’ hay muchas cuestiones a reflexionar en torno a estas dos noticias, por mucho que no nos ‘salpiquen’ directamente. Por mi parte, en medio de muchas cuestiones discutibles y cuestionables, quiero rescatar dos elementos positivos que nos pueden ayudar a todos.

Cicatrices

Todos hemos salido alguna vez magullados en las relaciones con los demás, que son dadoras de vida, pero también generadoras de heridas. Creo que es todo un regalo poder situarnos en la existencia sin que el dolor que genera un desengaño, del tipo que sea, nos condicione. No conviene que un “nanosegundo” determine el resto de los minutos de nuestra existencia. De esto nos enseña mucho y muy bien la tradición bíblica, que con el paso del tiempo es capaz de releer los acontecimientos de la historia del pueblo, también los dolorosos y complicados, como una muestra del misterioso cuidado de Quien “es eterno su amor” (cf. Sal 136). Aun así, esta sabiduría no es ingenua y no requiere que todo vuelva a estar como si nada hubiera sucedido. Aunque se sanen, toda herida deja una cicatriz que no conviene olvidar con demasiada facilidad.

Una segunda cuestión a rescatar es la importancia de reconocer el propio valor. La invitación que se nos lanza es a amar al prójimo como a nosotros mismos (cf. Mt 22,39), lo que resulta muy complejo si no somos capaces de descubrir que en nuestro interior hay todo un Rolex o la potencia de un Ferrari. Conviene hacernos valer ante los demás, está claro, pero nuestra dignidad e importancia no se logra por comparación. Vamos, que no es necesario considerar al resto como un Casio o un Twingo para afirmarnos en nuestra valía. De hecho, cuanto más nos convencemos de la riqueza que el Señor ve en nosotros, menos necesitamos creer que valemos “por dos de 22”.

Sanar y valorarnos, dos aprendizajes vitales más que interesantes porque en esto, como en todo, conviene quedarnos con lo que nos hace crecer.

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