150º aniversario del nacimiento de Charles Péguy: el escritor que todo cristiano debería leer


En lugar de inquietarse por un mundo que ha olvidado a Cristo, Charles Péguy espera que la gracia resplandezca a través de las circunstancias cotidianas alegres o tristes

Un autor olvidado por el canon cultural como Charles Péguy dijo que «un niño cristiano no es otra cosa que un niño al que se le ha presentado mil veces ante los ojos la infancia de Jesús». Y un olvidado Charles Péguy acaba de cumplir ciento cincuenta años de aniversario, sin que el pueblo cristiano le reconozca como el gran poeta francés que supo relatar la intimidad del amor que Dios siente por el hombre.

Joven militante socialista, pasó su juventud con un encendido compromiso entre ateos y librepensadores y redescubrió la fe cristiana como puro don de Cristo para ser vivido en el tiempo presente.

«Todos mis compañeros se han liberado del cristianismo como yo. (...) Los once o doce años de educación católica sincera han pasado sobre mí sin dejar rastro» Charles Péguy.

Siendo universitario, se casó por lo civil con Charlotte Beaudin, perteneciente a una familia que vivía el misticismo socialista de la Comuna de París. Por eso, el milagroso florecimiento de la fe en su corazón, no fue comprendido por su esposa.

Esta circunstancia obligará a Péguy a vivir su fe de un modo singular: casado con una mujer atea, tres hijos sin bautizar y sin poder acercarse a los sacramentos. De este modo, se convierte en un cristiano «en el umbral» de la Iglesia.

La acción de la gracia

Péguy relatará como nadie antes, el olvido moderno del cristianismo, y cómo, en la tierra de ese olvido, el cristianismo está llamado a florecer de nuevo.

La fe que ha abrazado el escritor francés consiste en la «unión de lo eterno y lo temporal», como un «injerto de lo eterno en el tiempo» realizado en el misterio de la encarnación de Jesús. Por eso, para Péguy: Más bien, en la raíz del olvido es dejar de esperar, dejar de reconocer la gracia de la presencia de Jesús en el presente, dejando el cristianismo en manos de «bandas de clérigos» y «curas laicos», que niegan el injerto de Cristo en el tiempo.

"Jesús no incriminó, no acusó a nadie. Salvó. No acusó al mundo. Salvó el mundo" Charles Péguy.

Para Péguy, por tanto, no sirven las estrategias de contraofensiva cultural, sino la confianza absoluta en la gracia.

«Jesús no desperdició sus tres años, no los utilizó para quejarse e invocar los males de la época. Y sin embargo, había males de la época, de su época. (....). No incriminó, no acusó a nadie. Salvó. No acusó al mundo. Salvó el mundo».

Péguy descubre una tierra descristianizada después de veinte siglos de cristianismo en unas obras e instituciones que ya no son signo de la presencia de Jesús. Y sin embargo puede suceder un nuevo comienzo de la gracia: «una nueva una gracia juvenil. Porque la eternidad misma está en lo temporal».

"En el mecanismo de la salvación, el Ave María es el último recurso. Con esto uno no puede perderse". Charles Péguy.

En lugar de inquietarse por un mundo que ha olvidado a Cristo, espera que la gracia resplandezca a través de las circunstancias cotidianas alegres o tristes: el trabajo, la enfermedad... Y confía en los gestos más habituales que la Iglesia ha enseñado siempre: la comunión de los santos, las oraciones, la piedad bimilenaria del cuerpo de Cristo. «No hay una sola devoción en toda la liturgia que el desdichado pecador no pueda decir de verdad. En el mecanismo de la salvación, el Ave María es el último recurso. Con esto uno no puede perderse».

La víspera de su muerte el 5 de septiembre de 1914, durante el primer día de la batalla del Marne, Péguy pasó toda la noche depositando flores a los pies de una estatua de la Virgen. Un disparo en la cabeza le hizo entrar «en la eternidad». Diez años más tarde, su esposa y sus cuatro hijos recibirían el bautismo «en lo temporal».

Según el gran teólogo Hans Urs Von Balthasar, Charles Péguy «es indivisible, y por tanto está dentro y fuera de la Iglesia, es la Iglesia in partibus infidelium, es decir allí donde debe estar: en la frontera donde el mundo y la Iglesia, el mundo y la gracia se encuentran» y se hacen uno como Cristo al hacerse hombre.

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