Lo conocen como "el cura Tinder"; une a jóvenes católicos en busca de pareja, su record: 270 bodas y cero divorcios

 

- A través de fichas, los interesados envían sus datos al sacerdote para que este haga de "celestino" y encuentre al que será su amor verdadero. 

Para Salva nunca fue fácil encontrar su media naranja. De hecho, conseguir que sus relaciones funcionaran siempre se convirtió en algo más complicado que sencillo. Si hace 13 años se hubiera analizado para crear su perfil de Tinder, hubiera sido fácil: guapo, pelo largo, divertido, inteligente y deportista. Sin embargo, en su descripción faltaría un pequeño detalle que, durante años, fue el detonante del fracaso en sus relaciones. Salva era católico practicante. 

Por aquel entonces, guardaba una estrecha relación con Fernando, sacerdote de la prelatura del Opus Dei y capellán de varios colegios mayores de Valencia. Un día cualquiera, mientras paseaban por las calles de la ciudad, un grupo de chicas estudiantes pararon al que era su capellán para consultarle algunas dudas sobre el colegio donde residían. Salva quedó impresionado con la belleza de las chicas y, siendo consciente del grado de compromiso de las jóvenes con la Iglesia, le pidió al párroco que hiciera de "celestino" para poder presentarse a alguna de ellas.

Tan solo cinco meses después, Salva contrajo matrimonio con una de esas jóvenes. Concretamente con Geles, una estudiante de Bellas Artes. Ahora, más de diez años después, viven felizmente casados con cinco hijos en común. Fue precisamente con ellos con quien empezó la labor de Fernando como el ‘Cura Tinder’. Su objetivo – aunque él afirma que era más bien una necesidad – era poner en contacto a jóvenes católicos para hacer ‘match’ entre ellos. A través de una ficha elaborada por él mismo, los interesados en encontrar a su pareja ideal rellenan sus datos personales y es el propio Fernando el encargado de examinarlas para analizar si existe la posibilidad de conexión entre ambos. 

El procedimiento es sencillo. Aquellos que desean encontrar una pareja con su misma fe y espiritualidad rellenan la siguiente ficha: Nombre, apellidos, edad, año de nacimiento, estatura, estudios, trabajo actual, aficiones, virtudes, carencias, cómo te gustaría que fuera la otra persona, grado de compromiso con la Iglesia y realidad o movimiento eclesiástico en el que te formas. 

“¿Por qué pregunto la edad y el año? Pensarás que no hace falta, que es una obviedad. Pero me he encontrado gente que me engaña y que me dicen que se han equivocado y se han puesto diez años menos. Yo pienso, ¿pero tú de que vas? Pues así, si me engañan, no me pueden decir que se equivocaron, me engañan dos veces”, cuenta Fernando a EL ESPAÑOL

Entre las claves de la ficha, la estatura y el lugar de residencia son dos factores fundamentales para el párraco. Según Fernando, en una buena relación el hombre siempre tiene que ser más alto que la mujer. Y en cuanto a la ciudad donde viven, este sacerdote también tiene clara su opinión. “A un tío de Cádiz no le paso a una tía de Galicia. Si para conocerla tiene que ir en AVE da pereza”, explica. 

Una vez analizadas las fichas, Fernando baraja los posibles ‘matchs’. Es, sin duda, todo un "celestino". Incluso comenta a este periódico que se puede afirmar que lo es sin añadir las comillas. Analiza las personalidades, las cosas en común de los dos interesados y envía a la persona su posible candidato ideal. Si da el ‘OK’, Fernando pasa su ficha al otro solicitante y, en caso de que este de también su visto bueno, hay 'match'.

“Le paso su número y le digo a la persona que se pondrán en contacto con ella en 24 horas. Y ahí quedarán o harán lo que les dé la gana. Yo ya ahí me olvido. Mi labor ha terminado”, añade. Sin embargo, tal y como afirma el propio Fernando, no todo es tan bonito. Cuando esto ocurre, tan solo se ha dado el visto bueno a la ficha y la foto. Y como suele pasar en más de una ocasión, puede ocurrir que a los cinco minutos piensen que no existe compatibilidad entre ambos. 

El primer amor 

Salva y Geles fueron los primeros. Fernando les presentó y él mismo fue quien les casó. A partir de ahí, según cuenta el sacerdote a este periódico, empezó el aluvión. Marta, una amiga de Geles, se acercó a Fernando y le hizo una petición: “Estuve en la boda de Geles y me dijo que se habían conocido gracias a usted. A ver si a mí también me encuentra a alguien”, le dijo. Y se puso manos a la obra. Le presentó a Luis, el que es hoy en día su actual marido. Al mejor amigo de Luis, Jordi, le presentó a una excompañera suya que era profesora. Y también surgió el amor. “Eso fue rodando y rodando”, asegura. 

— ¿Cuál cree que es la clave para que ninguno de esos matrimonios hayan decidido divorciarse? 

— Que no se separen no es por la técnica. Yo no les he formado ni he hecho el cursillo prematrimonial por ellos. Eso es porque es gente muy espiritual y que está muy acostumbrada a dar y a entregarse. Tú hoy en día ves a la gente muy cualificada profesionalmente. Hablan idiomas, tienen informática, inglés… Pero luego les ves y muchos son inmaduros. Yo estoy en un colegio mayor universitario con 94 chavales. Los ves y sí, son ingenieros, pero son niños. Se casan y no están habituados a compartir, a ceder, a escuchar, a meterse en el pellejo del otro… Van a lo suyo. Claro, con gente así es muy difícil que ese matrimonio funcione. Viven para su postureo y así es muy complicado que el matrimonio funcione el día de mañana. Son dos egoístas que se juntan y eso acaba mal a la fuerza. 

El boom de Tinder

De todas las parejas que se han conocido gracias a Fernando, el párroco ha oficiado un gran número de esas uniones matrimoniales. Eso sí, tiene una norma clara. Igual que no asiste a ningún banquete, tampoco abandona Valencia para casar. “Bastante trabajo tengo yo ya”, asegura. Pero a pesar de ello, el sacerdote es consciente del cambio que ha supuesto su figura en la vida de estas personas. “A veces son personas de 50 años con niños que tenían la nulidad y estaban más solos que la una. Se han vuelto a casar y les ha cambiado la vida”, confiesa.

En la última década, las aplicaciones de citas han explosionado en la sociedad. Cada vez es más habitual conocer parejas que, lejos de haberse conocido a la antigua usanza, lo han hecho en Tinder. Pero cuando el objetivo es encontrar afinidades concretas como es el caso de la religión, la situación se complica. Tal y como asegura el propio Fernando, “la gente lo pasa mal por este tema”. Para los católicos practicantes es cada vez más difícil encontrar una media naranja que sintonice en las ideas básicas de sus creencias. 

“La gente que está muy comprometida con su fe busca a alguien así. No es algo secundario que no tiene importancia, es algo fundamental. Pero la sociedad está muy secularizada y la gente tiene una ignorancia religiosa tremenda. Y falta de interés. No tienen ningún interés por las cosas de Dios porque no han sido educados así. Los que sí quieren vivir su fe le dan mucha importancia y quieren encontrar a alguien así”, añade. 

— ¿Cree entonces que todavía sigue habiendo rechazo hacia las personas católicas en lo relativo a las relaciones amorosas?

— En teoría, hay respeto. Tú puedes pensar una cosa y yo otra distinta. Pero hay que convivir con ello. Es lógico. El católico lo que no quiere es que luego le hagan la vida imposible. Si quieren bautizar a los niños, luego no pueden tener lío con algo así que es innegociable. Si tú no crees y no tienes fe, qué más te da que un cura le eche agua al niño. El creyente quiere ir a misa a rezar con la persona que más quiere en la vida, que es su pareja. Y si no le acompaña, pues le da pena

La vida de Fernando 

Fernando tiene 67 años. Nació en Ibiza un 18 de diciembre. Su relación con el catolicismo le viene de familia, aunque no tanto por parte de su padre sino de su madre. “Él era muy frío en lo espiritual. Era un hombre encantador, pero muy frío en ese aspecto”, cuenta en conversación con este periódico. Sin embargo, su madre ha sido siempre una auténtica cristiana, de las de ir a misa todos los días, el Rosario y la oración. 

El padre de Fernando falleció de forma repentina de un ataque el corazón a los 59 años. Y a pesar de que, como su propio hijo indica, era frío en lo espiritual, los últimos cinco años de vida los dedicó en su totalidad a Dios. “Iba a misa diariamente, rezaba el Rosario y frecuentaba los sacramentos. Yo he visto la importancia que tiene la persona con la que compartes tu vida. Mi madre, como un empeño personal, consiguió que mi padre fuera un católico convencido y decidido”, añade. 

Y fue precisamente eso lo que le hizo reflexionar sobre la necesidad de encontrar al compañero de vida adecuado. “Estoy convencido de que a cualquier persona, si se casa con una persona que es buena católica, lo normal es que le arrastre porque le ofrece un buen producto. A la larga, con su paciencia, serenidad y alegría, le acabará convenciendo”. 

Estudió en un instituto de enseñanza pública. En 1972 decidió mudarse a Madrid para estudiar Derecho en la Universidad Complutense. Trabajó como abogado durante 5 años, conoció el Opus Dei, se hizo numerario, se fue a Roma y se ordenó sacerdote. Por ese orden. 

Ahora, dedica gran parte de su día a día a su labor como "celestino", aunque él prefiere que le digan “matchmaker”, aunque suena demasiado yanqui. Se levanta por la mañana, reza, entra a las 09.00 horas al colegio, sale a las 19.00 y se va al Colegio Mayor de Albalat o a un club juvenil del Opus Dei, donde acuden niñas desde los 10 hasta los 80 años.

“Van allí, las confieso, hablo con ellas, les doy los retiros, los ejercicios espirituales…El año pasado prediqué dos ejercicios espirituales a sacerdotes diocesanos. Llevo una vida de sacerdote que no paro. Me acuesto a las 11 y media de la noche todos los días y debería acostarme de verdad, porque si no luego estoy hecho polvo si voy acumulando falta de sueño”, cuenta. 

No se esconde. Las fichas de Tinder que ha creado le están sobrepasando. Antes, debido al escaso número que recibía, no tenía problema en gestionar los perfiles él mismo. Sin embargo, desde su salto a la fama, le es cada vez más complicado organizarse. Todo comenzó en Valencia, pero las fichas del padre Fernando se han expandido ya por todo el territorio español.

Por ello, confiesa su deseo de contar con delegados y delegadas que le ayuden a realizar su labor en otras comunidades autónomas. “En Madrid puedo tener 400 personas y no te exagero nada. Los tengo ahí y a veces cuando tengo media hora les escribo y les mando fichas. Pero tengo meses que no les he dicho nada en un mes”. 

Y aunque le cueste, lo seguirá haciendo. Porque el amor, dicen, siempre gana. Mientras tanto, él seguirá con sus fichas. Y aquellos que todavía creen en el amor verdadero, en el de las películas, el hilo rojo y la media naranja, no desistirán hasta encontrarlo. 

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