Virgen María, si tú no me miras


Se aproxima el final de este año. Tiempo para revisarnos. Lo haré con el recuerdo vivo de San Alberto Hurtado, sacerdote chileno, dueño de dos frases que me conmueven profundamente por su cálida sencillez. “Contento, Señor, contento”, decía el santo chileno entre los fuertes dolores producidos por la enfermedad que terminaría con su vida.

La otra frase está dirigida a la Virgen María, dice “Si tú no me miras, Jesús que tiene sus ojitos clavados en los tuyos, no me mirará” y se encuentra abrazada amorosamente entre las líneas que integran una oración que le compuso a la Santísima Madre de Dios.

María representa el anhelo de todo lo más grande que tiene nuestra alma. El amor como anhelo de Dios, como decía San Agustín, anhelo que es amor y como amor es movimiento, movimiento que conduce al mismo Dios. La Madre es la necesidad más esencial y más absoluta del alma, y cuando la hemos perdido, o sabemos que la vamos a perder, necesitamos algo del cielo que nos envuelva con su ternura. “Ella no es divina, es enteramente de nuestra tierra, como nosotros, plenamente humana: hacía los oficios de cualquiera madre, pero sintiéndola tan totalmente nuestra, la reconocemos como trono de la divinidad”.

Compromiso cristiano

Para San Alberto, la presencia de la Virgen en su vida, en sus acciones y pensamiento, en sus silencios y sus palabras, es de una importancia vital para comprender la profundidad del compromiso cristiano. Su gracia, la de María, es funcional, es práctica. “Toda gracia es funcional en provecho de todos los demás, justos y pecadores.

La función de María es ser Madre de Dios, y su gracia es para nosotros lo que funda nuestra esperanza, ya que la preferida de Dios es mi Madre”. Contemplar el andar silencioso y humilde de María en los evangelios es dar el primer paso para comprender, como ya hemos dicho, la profundidad compleja, pero sencilla, del ser cristiano.

María nos ayuda a comprender quién es el prójimo y cómo el amor al prójimo no es sino el amor de Dios esparcido en sus imágenes. Si amamos a Cristo ¿cómo no amar a los miembros de Cristo? En ella se cristaliza aquello que dijera Moisés y que recoge Deuteronomio: la posibilidad concreta de escuchar la voz del Señor que le solicitaba guardar todos sus mandamientos convirtiéndose a Él con toda su alma y con todo su corazón.

Ella, María, desbordada de gozo en el Señor, fue vestida de gala y envuelta en manto de triunfo, hermosa novia que se adorna con joyas preciosas. Ella fue entrega y por eso comprendió “como nadie el sentido de la Encarnación, que era un mensaje de amor, de rendición, de elevación, de pacificación, de alegría para las almas, que Jesús estará feliz de anticipar esa hora para alegrarla a Ella y para mostrar la preeminencia de la caridad sobre toda consideración”. No se puede ser cristiano cabalmente de espaldas a los ojos de la Virgen María.

María nunca detuvo su sentido de la caridad

Nuestro santo señalaba como virtud carísima el hecho cierto de que a María nunca las dificultades, que fueron muchas, detuvieron su caridad. Una caridad que es real y activa “que no consiste en puro sentimentalismo, que podría ser ilusión… dispuesta a prestar servicios reales y para ello se molesta y se sacrifica”. En tal sentido, mirando a sus ojos, San Alberto nos dice en el corazón de estos tiempos amargos y carrasposos, que “en este momento difícil me parece que María viene de nuevo a multiplicar sus llamados.

Ella se aparece en Lourdes a Bernardita: Yo soy la Inmaculada Concepción, y hace brotar una fuente donde centenares de enfermos han recuperado la salud, y que ha sido reproducida en todas las ciudades, hasta en las poblaciones marginales.

La Virgen María es un constante llamado a nuestra conciencia, no sólo por ser caridad real, sino por ser la experiencia activa del amor más profundo, de ese amor que no permite que el dolor del otro nos resulte ajeno. Un amor que derrumba filosofías, ideologías, razas y doctrinas conduciéndonos de la mano hacia una instancia superior a la que, sistemáticamente, nos hemos negado a acceder: vernos y ver a los demás como hijos de un mismo Padre. Paz y Bien

Por Valmore Muñoz Arteaga. Profesor y escritor. Maracaibo – Venezuela

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