"El Vaticano II trajo una nueva primavera a la Iglesia, fue un paso del Espíritu Santo por las comunidades cristianas"



Autor: Monje Benedictino Josep Miquel Bausset.

Hoy, 11 de octubre, fiesta de San Juan XXIII, conmemoramos el 60 aniversario de la inauguración del Vaticano II, que trajo una nueva primavera a la Iglesia, ya que fue un paso del Espíritu Santo por las comunidades cristianas. De hecho, el Concilio hizo posible la renovación (el aggiornamento) de la Iglesia y despertó un nuevo vigor en sacerdotes, religiosas y laicos. E incluso despertó la ilusión en las otras Iglesias cristianas y en el mundo. 

Las sesiones del Concilio, desde octubre de 1962 a diciembre de 1965, reunieron en Roma a obispos de todo el mundo (más de 2000) además de teólogos de gran prestigio (Congar, Rahner, de Lubac, Ratzinguer, Küng) en una asamblea guiada primero por el papa Roncalli y después por el papa Montini, que fue quien clausuró el Vaticano II el 8 de diciembre de 1965.

Durante el Concilio, en la diócesis de Sogorb-Castelló estaba el añorado y querido obispo Josep Pont i Gol, que fue quien aplicó los decretos y documentos del Vaticano II en esta diócesis. Para Pont i Gol, el concilio fue “una mentalidad, una línea a seguir: el Evangelio vivido con la autenticidad que nuestros tiempos reclaman”. El obispo Josep Pont, avanzándose a lo que ahora defiende el papa Francisco, decía: “La Iglesia, renovada en el Concilio, se nos presenta como Iglesia de los pobres y servidora de la paz”. Y añadía el obispo Josep Pont: “La Iglesia quiere ir desnudándose de las apariencias de poder, de la fuerza, de las riquezas, de la influencia terrena”.

Reconocimiento de las minorías

Por otra parte, el obispo Josep tuvo un papel importante, para que la Lumen gentium reconociese a las minorías nacionales el derecho a su propia lengua. Y por eso el obispo Josep fue decisivo para que el valenciano (o catalán), pudiese ser lengua litúrgica, cuando los obispos españoles (sobre todo el de València, Marcelino Olaechea y el de Oriola- Alacant, Pablo Barrachina), defendían que solo lo podía ser el castellano Desgraciadamente, después de 60 años del inicio del Vaticano II, en el País Valenciano (a excepción de la diócesis de Tortosa), aún no se ha hecho realidad la lengua vernácula en la liturgia, debido a que los obispos valencianos continúan excluyendo y de las iglesias la lengua de Sant Vicent Ferrer.

Por su fidelidad al Evangelio, el obispo Josep Pont tuvo diversos conflictos con el franquismo. Como ha recordado mossèn Miquel Barberà, un “director general de Información”, de Madrid, le dijo un día al obispo Josep: “Hay una Iglesia que nos gusta y otra que no nos gusta y usted es de la que no nos gusta”. Y es que el obispo Pont defendía la independencia de la Iglesia del Estado y el derecho de nuestra lengua en la liturgia.

Misión pastoral a una laica

Convencido de la importancia que tenía el Concilio en la vida de la Iglesia, el obispo Pont fue uno de los primeros obispos en dar una misión pastoral a una laica y a nombrar a una religiosa como delegada de los religiosos, instauró el diaconado permanente y, posteriormente, ya como arzobispo de Tarragona, revitalizó la Provincia Eclesiástica Tarraconense. 

Con espíritu sencillo y renovador, el obispo Pont i Gol escribió la Carta Pastoral “La Iglesia ante el Concilio”, que tuvo un eco internacional. En esta Pastoral, el obispo Josep exponía la “finalidad principalmente pastoral del Concilio”. Por eso Pont i Gol exhortaba a los cristianos del obispado de Sogorb-Castelló a vivir “en estado de Concilio”, para que pudiesen sentirse “colaboradores, como miembros vivientes de la Iglesia, en la tarea del Santo Concilio”. En esta Carta Pastoral, del 7 de marzo de 1962, el recordado obispo Josep quería que la diócesis de Sogorb-Castelló viviese intensamente el Concilio, que ya estaba en las puertas. Y por eso comentaba el eco que tuvo en la diócesis el anuncio del Vaticano II, debido al interés del obispo para exponer en esta Pastoral, “algunos puntos generales del Concilio”. Así, este texto quería contribuir “a poner a nuestros sacerdotes y fieles diocesanos dentro del ambiente conciliar, con la explicación de los aspectos y circunstancias que nos han parecido principales en el futuro Concilio Vaticano II”. En esta Pastoral, el obispo Josep detallaba “los temas del Concilio”, uno de los cuales, según el obispo Pont, era “el problema de la lengua”. Como decía el obispo Josep, hacia falta avanzar en la introducción de la lengua vernácula y por eso aseguraba que “es muy posible que la cuestión de la introducción de la lengua popular en la liturgia, sea uno de los temas que tocan los principios más elevados sobre la revisión litúrgica, que han de ser establecidos por los Padres en el próximo Concilio Ecuménico”.

Como dijo el mossèn valenciano Joan Llidó, fallecido el pasado 31 de julio, cada vez que el obispo Josep Pont volvía a Castelló de la Plana después de una sesión conciliar, pasaba una semana explicando los debates y las nuevas perspectivas a los sacerdotes y seminaristas de la diócesis. 

También el entonces obispo de Solsona, Vicent Enrique i Tarancon, tuvo un papel importante en el Concilio. Gracias al sobrino de Tarancon, estudié el archivo del cardenal, que se ha digitalizado en Montserrat. De este archivo querría destacar la importancia que Tarancon daba a la “colegialidad del episcopado, los seglares, el ecumenismo y la libertad religiosa”. Tarancon también destacaba la trascendencia de la reforma litúrgica, que él definía como “expresión del Misterio de Cristo y de la Iglesia”, así como la “concelebración, la comunión con el pan y el vino de la Eucaristía y la lengua vernácula  como lengua litúrgica”. Para Tarancon, era importante el papel de los seglares como Pueblo de Dios, ya que no concebía una Iglesia con cristianos de primera y de segunda. Para el que obispo de Solsona durante una buena parte del Concilio, la finalidad del Vaticano II fue “la renovación de la Iglesia”. Una Iglesia que no había de estar encerrada en un dogmatismo excluyente, sino en diálogo con el mundo. Y es que Tarancon fue un pionero del Concilio, uno de los obispos europeos que mejor asimiló sus directrices y el mejor portavoz de la renovación de la Iglesia.

También el obispo de Girona, Narcís Jubany, en los años postconciliares, tuvo una gran actividad en la renovación pastoral y litúrgica de la diócesis. En el Vaticano II, Jubany intervino diversas veces, con unas aportaciones que fueron decisivas en el grupo de padres conciliares más progresistas. Un año antes de ser nombrado obispo de Girona, Narcís Jubany, en el aula conciliar, el 15 de octubre de 1963, defendió en nombre de doce obispos españoles la colegialidad episcopal de la Iglesia. Eso causó una gran indignación en la mayor parte del episcopado español, profundamente franquista e involucionista. Años más tarde, Jubany recordaba que en salir del aula conciliar, “nuestros hermanos en el episcopado se esforzaban en saber quines eren aquellos obispos traidores”. 

También el obispo de Vic, Ramon Masnou, “una persona de fidelidades, un hombre bueno, firme, sereno”, como lo definió el amigo David Pagès (Diari de Girona, 2 de marzo de 2010), fue un obispo claramente defensor de nuestra lengua en la Iglesia, y por eso fue uno de los primeros obispos que durante el franquismo escribió las pastorales en catalán. Masnou apoyó la revista en catalán Cavall Fort, el Aplec de Matagalls y el Concurso literario de Cantonigròs. 

Cabe recordar en este 60 aniversario de la inauguración del Vaticano II, el P. Adalbert Franquesa, monje de Montserrat y experto en liturgia, que antes del Concilio ya había demostrado tener las condiciones requeridas para ser contado entre los liturgistas más preeminentes. Por eso el P. Adalbert fue convocado para formar parte del equipo internacional que trabajó en la renovación litúrgica y fue él quien, durante el Concilio, ayudó a preparar la Constitución Sacrosanctum concilium. Además, el P. Adalbert fue elegido representante del episcopado español y después del Concilio ocupó un lugar destacado en el Consilium ad Exsequendam Constitutionem de Sacra Liturgia, formado en 1964 y presidido por el cardenal Lercaro, arzobispo de Bolonia.

Gratitud a los papas Juan XXIII y Pablo VI

60 años después de la inauguración del Vaticano II, hace falta recordar con gratitud a los papas Juan XXIII y Pablo VI y a los obispos Josep Pont i Gol, Ramon Masnou, Narcís Jubany y Vicent Enrique i Tarancon, que con audacia y valentía, hicieron del Concilio un acontecimiento fundamental para la renovación de la Iglesia. 

Desgraciadamente, 60 años después del inicio del Vaticano II, también hace falta que recordemos que la Iglesia del País Valenciano, o mejor dicho, sus obispos (a excepción del de Tortosa, el nuevo arzobispo de València), continúan despreciando y excluyendo el valenciano de la liturgia y de los seminarios, con el Misal Romano, traducido desde hace años por la Acadèmia Valenciana de la Llengua, y que continúa “secuestrado” en el palacio episcopal de València, sin que pueda ser aprobado por la CEE. Es una vergüenza que en 2022 los cristianos valencianos tengamos la lengua propia del País Valenciano prohibida en los templos valencianos. Esperemos que el nuevo arzobispo de València acabe con esta absurdidad de no poder vivir nuestra fe en valenciano.

El Concilio fue el inicio de un camino de esperanza y de comunión y un impulso y un fermento en la vida eclesial. El Vaticano II fue también un camino que abrió la Iglesia al pluralismo y al diálogo con el mundo. No un camino de un uniformismo estéril, ni de posturas de confrontación, de nostalgias y de miedos.

Me gustaría que en el 60 aniversario del Vaticano II, la Iglesia continuara renovándose a la luz del Evangelio, ahora con el papa Francisco, para ser fiel al Señor Resucitado, y de esta manera anunciar el Reino a las nuevas generaciones. Y como hace 60 años, me gustaría que también hoy, la Iglesia hiciese suyos “los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo”, como comenzaba la Constitución Pastoral Gaudium et spes.

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