¿Conoces la historia de la llamada “La loca del Sacramento”?

 


A lo largo de la historia, Dios suscita almas especialmente amantes de la Eucaristía que enriquecen a la Iglesia con su testimonio. La enriquecen, sí, porque la Iglesia no es como un museo que tan solo conserva la excelencia en que fue constituida por su divino Fundador, es una sociedad viva que crece constantemente produciendo nuevos frutos.

Por cierto, ese crecimiento no dispensa dificultades y tropiezos. En los días actuales, una grave crisis corroe los medios católicos con inevitables repercusiones como el desamor a la Sagrada Eucaristía. Pero no nos iludamos; en la desafección al culto eucarístico, los fieles suelen ser más víctimas que culpables, víctimas de una sociedad pagana. Víctimas también de la escasez de ejemplos y de guías. Se habla de “crisis de vocaciones”, debería decirse con más propiedad “crisis de respuestas”, porque Dios no cesa de llamar.

En todo caso, gentes de valor que respondan al llamado siempre brillan en el firmamento de la Iglesia. Es cuestión de buscarlas, conocerlas, admirarlas e imitarlas.

Teresa Enríquez de Alvarado

Hace poco más de quinientos años, una de esas almas fulguró, no precisamente en el interior de un convento o en el ejercicio de un ministerio eclesiástico. De las filas del laicado, y sin que los pesados encargos temporales cohibieran en nada su entrega a la Iglesia, se destacó una dama de la nobleza castellana: Teresa Enríquez de Alvarado (1450-1529). ¿Quién fue este personaje?

Prima hermana del rey Fernando el Católico y amiga íntima de la reina Isabel de Castilla; tía de San Francisco de Borja, duque de Gandía, que fuera el tercer General de la Compañía de Jesús, y muy relacionada con los notables de su tiempo, Doña Teresa honró eximiamente sus deberes de estado. Fue esposa del Contador Mayor del Reino y alcalde de Toledo, Don Gurierre de Cárdenas, de quien tuvo descendencia. Con su peculio mandó construir templos, hospitales y claustros, bien como muchas otras obras de beneficencia, auxiliando pródigamente a pobres y enfermos.

Pero fue la Presencia Real del Señor lo que más le cautivó el corazón. Comulgaba regularmente, en una época en que no se acostumbraba hacerlo, y encontraba tiempo, en medio de sus obligaciones de la corte o de caridad, para pasar largas horas ante el sagrario. Ella misma molía el trigo y amasaba la harina para la confección de las hostias que después serían consagradas en el altar.

En Torrijos, ciudad de la provincia de Toledo donde se estableció siendo ya viuda, fundó unas Cofradías Sacramentales que se extendieron por muchos lugares, potenciando notablemente la adoración eucarística. Por Bula Papal, Julio II aprobó y promovió la institución de las “Archicofradías del Santísimo Cuerpo de Cristo”, tanto en Roma como en España. Posteriormente, esta obra se difundió en otros países de Europa y de América.

La finalidad de las Cofradías era promover el mayor esplendor en el culto al Señor Sacramentado: cuidado de los tabernáculos, custodias y vasos sagrados, de los ornamentos sacerdotales, de lo que toca al ajuar del altar, y de la organización en el traslado procesional del Viático llevado a los enfermos (acomodo de las calles, ministro, palio, cirios, campanilla, etc.). Las cofradías contaban con personas comprometidas que verificaban e informaban a la autoridad competente cómo era venerada la Eucaristía en los diversos lugares, para posteriormente corregir deficiencias. Porque el decoro y la dignidad en actitudes y gestos, no son nimiedades cuando se trata de honrar al Pan del Cielo.

Abrasada en el amor de la Eucaristía, daba a todos ejemplo de fervor. Tan apasionada era en este empeño, que el Papa Julio II la llamaba “la loca del Sacramento”; así es aún conocida popularmente en España.

Con sus cofradías – que hoy diríamos de “derecho pontificio” -, por el papel dado a los laicos para organizar y participar en ellas y por el boato con que se procuraba rodear al Señor Sacramentado hasta en áreas profanas como la vía pública, Doña Teresa contribuyó a que el culto eucarístico no sea apenas privilegio de los espacios sagrados, sino que tenga influjo en la vida civil y cotidiana. Fue una tendencia nueva que ganó fuerzas al soplo de la contrarreforma. Así, mientras había quienes se abocaban a justificar el dogma eucarístico doctrinariamente refutando errores, ella lo afirmaba en el campo de las tendencias, poniendo una nota de esplendor, de belleza y de buen gusto en todo lo atinente al Santísimo.

Como no podía dejar de ser, nuestra dama fue una gran devota de la Virgen María. En su testamento escribió: “(…) la bienaventurada Virgen Gloriosa Santa María, su madre, a quien yo tengo por Señora y por Abogada en todos mis hechos y ahora, con devoto corazón, me ofrezco por su esclava y servidora”. Dispuso que los actos fúnebres de su entierro fuesen sencillos, prohibió que se hablase de ella, y que el sermón fuese en honor del Santísimo Sacramento.

Recientemente concluyó su proceso diocesano de beatificación en la archidiócesis de Toledo, en cuyo territorio está situada Torrijos, donde vivió los últimos años de vida. Su cuerpo se conserva incorrupto y descansa en el Monasterio de las monjas Concepcionistas de aquella ciudad.

Acostumbrada a la solemnidad y aparato que rodeaba a los grandes de su época, Teresa la quiso para el Grande entre los grandes, el humilde Prisionero que se oculta bajo las especies del pan y del vino

Habrá quien piense: “Es muy fácil hacer cosas grandiosas cuando se tiene prestigio social, buenas relaciones y una fortuna considerable”. Esta consideración no es exacta. Lo que establece una obra valedera es la intención y el brío en el emprendimiento, no el entorno o los medios disponibles; estos contribuyen ¡y cuánto! pero no son determinantes. En las cosas de Dios, la gracia divina es lo que más cuenta, los factores humanos son secundarios.

Presentemente, hay mucha gente con poder, influencia y dinero… ¡y cuán poco se aplica todo ese capital para la gloria de Dios y bien del prójimo! Al contrario, desde altas instancias sociales, políticas y económicas se suele favorecer el mal, y, lo peor, impunemente.

Teresa Enríquez fue grande porque fue humilde. Y la nobleza de su alma superó con creces a la de la sangre que le corría por las venas.

Por el P. Rafael Ibarguren, EP

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