Arzobispo pide el bautismo para los hijos de parejas LGBT.



El tema del bautismo de niños que viven con parejas homosexuales vuelve a tono, tras las declaraciones de Mons. John Charles Wester, Arzobispo de Santa Fe, EE.UU., quien pide que la Iglesia permita bautizar a estos niños, pues lo contrario contradice la autocomprensión de la Iglesia.

Como razones aduce el obispo entre otras que muchos matrimonios hoy se apartan del ideal de la Iglesia, y sin embargo a los niños de estas familias no se les impide el bautismo.

Igualmente afirma el Arzobispo, en nota publicada en la revista America, que impedir el bautizo de estos niños, es un injusto prejuicio hacia estas parejas de que forzosamente no educarán a sus hijos en el espíritu de la fe católica, cuando sí podrían hacerlo.

Pero el asunto no es tan simple señor Arzobispo…

En este tema, lo primero es recordar lo dicho por el Código Canónico, en el sentido de que “868 § 1. Para bautizar lícitamente a un niño, se requiere: (…) 2 n que haya esperanza fundada de que el niño va a ser educado en la religión católica…; si falta por completo esa esperanza, debe diferirse el bautismo, según las disposiciones del derecho particular, haciendo saber la razón a sus padres”.

Entonces, la esperanza de esta educación en la fe del neo-cristiano debe ser fundada, no puede ser una esperanza vaga. Y debe ser verdadera educación cristiana, que incluye por tanto la doctrina de que la inclinación homosexual es objetivamente desordenada, y que el ejercicio de la unión homosexual es intrínsecamente desordenado según la doctrina católica. (CIC, n. 2357-2358)

En EE.UU. durante bastante tiempo, se bautizó a estos niños siempre y cuando la pareja homosexual no dijera que disentía de la doctrina de la Iglesia en estos campos. Pero también en muchos lugares se fue viendo que no eran pocas las parejas de este tipo que lo que buscaban era una legitimación de su unión antinatural con el bautismo del niño.

Por eso, obispados como el de Fall River, en EE.UU., buscaron primero tener una certeza real de que estos niños deberían ser educados en la fe, esto, en concordancia con la declaración de la Conferencia de los Obispos Católicos de los Estados Unidos, en su documento de 2006 Ministerio a las personas con inclinación homosexual: Directrices para la atención pastoral.

Pero en todo caso, no se puede equiparar la situación de una pareja homosexual que convive con un niño biológico o adoptado, con la de por ejemplo una pareja de personas divorciadas y vueltas a unir civilmente que tienen un niño en su hogar, en el sentido en que lo hace el Arzobispo de Santa Fe.

Porque la unión de dos personas homosexuales, incluso aunque sea solo meramente afectiva y no carnal, no corresponde a una “verdadera complementariedad”, y no posee “aptitud para establecer vínculos de comunión con otro” como se realiza en el matrimonio entre un hombre y una mujer. Recordemos lo que dice el catecismo, en su n. 2333: “Corresponde a cada uno, hombre y mujer, reconocer y aceptar su identidad sexual. La diferencia y la complementariedad físicas, morales y espirituales, están orientadas a los bienes del matrimonio y al desarrollo de la vida familiar. La armonía de la pareja humana y de la sociedad depende en parte de la manera en que son vividas entre los sexos la complementariedad, la necesidad y el apoyo mutuos”.

La convivencia de una pareja homosexual no puede ofrecer a los niños esos ejemplos de diferencia, complementariedad, armonía y comunión, que sí puede ofrecer la pareja heterosexual, pues tales atributos se fundamentan en una real identidad sexual diferenciada entre el hombre y la mujer.

Se impone pues un cuestionamiento: incluso aunque el niño que cohabita con una pareja homosexual sea formado en la más estricta ortodoxia de la fe, la mera convivencia de la pareja homosexual estará comúnmente dando el mensaje de que sí es posible una convivencia diferenciada, complementaria, armónica y comunicativa entre dos personas del mismo sexo, una convivencia que sí podría además lograr tanto el bien individual como el bien común propios del matrimonio. Y esto sería un mensaje contrario a la verdad católica que se estaría dando a los menores de forma constante, incluso aunque sea de forma implícita y no manifiesta, que podría traer conflictos internos en el menor, y serias dudas en el niño sobre la veracidad de la doctrina católica.

Aún en nuestros aciagos días, la generalidad reconoce que los derechos de los niños priman. En ese sentido, para nosotros es claro, que un derecho básico del niño es a crecer en un ambiente familiar que favorezca su sano desarrollo, no solo físico, sino igualmente psicológico y también espiritual. No existe el derecho de una pareja a tener un niño. Existe sí el derecho de un niño, en este caso el niño católico, a crecer en un ambiente donde no solo conozca las verdades básicas de la fe, sino donde el propio ambiente favorezca la re-afirmación de estas verdades. Y para los niños se debe buscar lo mejor, de forma prioritaria.

Todo lo dicho arriba, no va en desmedro de lo sostenido por la Iglesia, en el sentido de la “dignidad humana innata que debe ser reconocida y respetada” (1) de la persona con inclinación homosexual, que debe ser acogida con “respeto, compasión y delicadeza” (CIC, n. 2358) en los ambientes católicos.

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