«La Eucaristía nos recuerda que no somos individuos, sino un cuerpo»: Papa



«En el frenesí en el que estamos inmersos, son muchas las personas y acontecimientos que parecen que pasaran por nuestra vida como sin dejar rastro. Se pasa página rápidamente, hambrientos de novedad, pero pobres de recuerdos», dijo Francisco en su homilía a los pies de la basílica romana de San Juan de Letrán.

El Pontífice subrayó que «eliminando los recuerdos y viviendo al instante, se corre el peligro de permanecer en lo superficial, en la moda del momento, sin ir al fondo, sin esa dimensión que nos recuerda quiénes somos y de dónde venimos».

«Entonces la vida exterior se fragmenta y la interior se vuelve inerte», alertó el Obispo de Roma, para quien recordar es «esencial para la fe, como el agua para una planta».

El Papa explicó que, «en la fragmentación de la vida», la Eucaristía nos recuerda que «no somos individuos, sino un cuerpo», pues este es «un sacramento de muchos que forman un solo cuerpo, el santo pueblo fiel a Dios».

«Que este pan de unidad nos sane de la ambición de estar por encima de los demás, de la voracidad de acaparar para sí mismo, de fomentar discordias y diseminar críticas; que suscite la alegría de amarnos sin rivalidad, envidias y chismorreos calumniadores», dijo.

Esta fue la primera vez que Roma celebra en domingo y no jueves la festividad del Corpus, instituida por el papa Urbano IV en 1264.

Así lo decidió Francisco para facilitar la participación de los fieles y no alterar la vida normal de la ciudad. La Misa estuvo precedida por una larga procesión, y para facilitar la participación de los fieles.

Tras la Eucaristía, el papa preció la procesión del Corpus hasta la basílica de Santa María la Mayor, una de las cuatro grandes basílicas de Roma junto con San Pedro del Vaticano, San Juan de Letrán y San Pablo Extramuros.

En ese templo, del que todos los reyes de España son protocanónicos honorarios, Francisco impartió la bendición con el Santísimo Sacramento.

La festividad del Corpus Christi proviene del conocido como milagro de Bolsena, donde un sacerdote, en su camino hacia Roma, se detuvo en 1263 para oficiar Misa y, ante sus dudas de la presencia de Cristo en la Eucaristía, pidió a Dios una señal.

De manera imprevista, de la hostia consagrada emanaron algunas gotas de sangre que cayeron sobre el corporal (el lienzo que se extiende en el altar para poner sobre él la hostia y el cáliz).

La tela se custodia en la catedral de Orvieto, en el entro de Italia.

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