Le sigue siendo fiel a su esposa aunque estén separados, y su motivo es admirable



El divorcio es un fenómeno a la alza en el mundo, e incluso en nuestra Santa Iglesia a diario los tribunales eclesiásticos reciben decenas de peticiones de nulidad matrimonial, y aunque los países con una taza mas alta de divorcios no están en América Latina, es una situación que ha aumentado en gran medida.

En México, por ejemplo, hay datos que indican el número de rupturas matrimoniales ha aumentado 136% en los últimos 15 años.  Y estas personas separadas, buscan nuevas parejas, en las cuales la estadística es más cruda: pues se asegura que los segundos matrimonios duran menos que los primeros (en promedio, 14.5 años).

¿Qué sucede con estas personas que vienen de matrimonios fallidos? Normalmente buscan nuevas parejas, pero cargando heridas de sus matrimonios anteriores, y a veces sin haber sanado del todo.  Se van acumulando entonces en muchos casos graves heridas emocionales que, al no resolverse, generan nuevas rupturas y mas tristeza y desazón.

Hoy quiero compartirte un caso muy poco común, de un hombre que asegura que ha decidido serle fiel a su esposa hasta la muerte, aunque estén separados:  El caso de Graziano.

Traicioné a mi esposa, y es mi culpa

Graziano relata en una entrevista su historia.  En el año 2000, se casó civil y sacramentalmente. Su relación iba viento en popa, y pronto lograron concebir una niña que los hizo muy felices.  Siete años después, llegó su segunda hija, y con ello, algo cambió en el corazón de Graziano.

Él afirma que había dejado de sentirse unido a su esposa, ya no compartían tanto tiempo juntos, ella le reclamaba constantemente, y la insatisfacción comenzó a crecer en su corazón.

Su esposa comenzó a descuidar su aspecto, y él comenzó a descuidar la relación.

La entrevistadora intenta suavizar el tema, afirmando: “Se comprende que también la mujer tiene responsabilidades: cuidarse, sacrificarse por el marido, apoyarle en lo que hace…”.Pero Graziano no cede: “Ella es responsable por lo suyo, pero yo cometí un error, y soy el único culpable”.

El diablo es astuto

Graziano tiene muy claro cómo permitió la infidelidad, y para explicarlo, utiliza una frase lapidaria: el diablo es astuto.  Con ella quiere afirmar que el demonio supo muy bien cómo elaborar la tentación para hacerlo caer.

El hombre nos cuenta que se sentía vacío por dentro, y separado emocionalmente de su mujer.  En esos momentos de inquietud, una paciente suya, una mujer separada y con dos hijas, le brindó lo que tanto necesitaba.

Ella en ese momento, se encontraba alejada de Dios, y él se sentía solo.  Como él participaba en un apostolado, decidió apoyarla y orar con ella.  De inmediato congeniaron, pues con ella lograba tener momentos espirituales muy ricos, y -como él afirma-, se cegó.

El siguiente paso, fue dejar a su mujer y a sus hijas e irse a vivir solo.  Su mujer intuyó al momento lo que ocurría, y la separación fue áspera.

Graziano se sentía liberado, y se repetía convencido: “¡Qué bonito! Por fin alguien que reza conmigo, ¡esto sólo puede ser voluntad de Dios!”.

Aquello iba contra los mandamientos

Esta convicción le impedía ver la realidad: aquello atentaba contra su promesa de serle fiel a su esposa.  No lograron hacerlo cambiar ni la expulsión que sufrió de su grupo de apostolado, ni la tristeza de su mujer e hijas.

Él afirma con tristeza que no tuvo ningún amigo que lo cuestionara y llamara a optar por el bien.  Los más, le sugerían simplemente asistir a otra comunidad.

Luego de casi un año, y gracias a que continuó con su vida de oración, Graziano decidió detenerse, y se arrepintió. Afirma que se sintió como el apóstol Pablo cuando se le cayeron las escamas de los ojos, pues entonces lo vio claro: lo que hacía estaba mal.

Comienza el camino de regreso

Lo primero que hizo fue alejarse de su amante, y decidió volver a buscar a su mujer.  Le pidió disculpas, y quiso volver a su hogar, pero ella se negó: “No, ha sido demasiado duro, tengo que pensar”.

A pesar de la respuesta, Graziano le reiteró a su mujer su arrepentimiento, y le prometió que estaba dispuesto a volver a empezar.

Muchas situaciones han ocurrido desde entonces, que han puesto a prueba su decisión.  Hoy, tras años de distancia, la situación parece no tener salida:

“Mi mujer no sólo se alejó de mí, sino que también se alejó de Dios y de la fe. Éste es, para mí, el dolor más grande, por lo que he decidido entregar totalmente mi vida en la fidelidad al Señor y a ella. Estoy convencido que mi sacrificio no será en vano. Estoy viviendo una unión profunda con ella y le doy gracias a Dios“.

A pesar de todo, soy feliz

Su mujer no permite que sus hijas hablen mucho tiempo por teléfono con él, y no desea verlo, pero eso a él ya no lo hace sufrir. Ha decidido amarla a pesar de todo, y ofrecer su vida entera para que ella se acerque de nuevo a Dios.

Le dan ánimos sus propias hijas: “Tú estás siempre contento y vas a Misa; mamá, que no va, es infeliz”.

Para Graziano, el juramento que hizo a su esposa ante Dios es irrompible, y aunque ha caído, considera que ahora ha comprendido el valor de la fidelidad matrimonial.  Para mí, su testimonio es muy impactante, y me recuerda aquellas frases de fuego que escribía San Pablo a los corintios:

“El amor es paciente, es servicial; el amor no es envidioso, no hace alarde, no se envanece, no procede con bajeza, no busca su propio interés, no se irrita, no tiene en cuenta el mal recibido,  no se alegra de la injusticia, sino que se regocija con la verdad. El amor todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor no pasará jamás”.

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