¿Por qué la Iglesia prohíbe la inseminación o fecundación artificial?


La enseñanza de la Iglesia se basa en su comprensión de la dignidad de la persona humana y en la visión integral de la sexualidad y la procreación.

La Iglesia Católica sostiene que el acto sexual entre un hombre y una mujer tiene un significado intrínseco que va más allá de la mera satisfacción física o emocional. Es un acto que está destinado a expresar el amor mutuo y a ser un signo visible de la unión total y fiel entre los cónyuges. Además, la Iglesia enseña que el acto sexual tiene una dimensión procreativa, es decir, está abierto a la posibilidad de la concepción y la transmisión de la vida.

La inseminación o fecundación artificial, en la mayoría de sus formas, implica separar el acto sexual de la procreación. En lugar de que el acto sexual sea el medio por el cual se concibe un nuevo ser humano, se recurre a técnicas que se realizan fuera del acto sexual en sí. Esto puede incluir la recolección de esperma o la fertilización de óvulos en un laboratorio, seguido de la transferencia de los embriones resultantes al útero de la mujer.

La Iglesia sostiene que esta separación de la sexualidad y la procreación es contraria al diseño natural y al plan divino para la sexualidad humana. La sexualidad humana no es simplemente un impulso físico o un medio de placer, sino que tiene un significado más profundo y trascendental. Al separar la procreación del acto sexual, la fecundación artificial trata a la concepción como un mero producto técnico, privando a la vida humana de su dignidad inherente.

Además, la fecundación artificial a menudo implica la manipulación y destrucción de embriones humanos en el proceso. Por ejemplo, en las técnicas de fecundación in vitro, se suelen fertilizar varios óvulos y luego seleccionar los más viables para su transferencia al útero. Esto puede resultar en la destrucción de embriones humanos que no cumplen con ciertos criterios de calidad o viabilidad. La Iglesia considera que cada vida humana, desde el momento de la concepción, es sagrada e inviolable, y la destrucción de embriones humanos es moralmente inaceptable.

Además de estas preocupaciones éticas, la Iglesia también considera que la fecundación artificial puede tener consecuencias negativas para los hijos concebidos de esta manera y para las parejas involucradas. La separación de la sexualidad y la procreación puede llevar a una concepción de la vida humana como un producto de diseño o a la instrumentalización de los niños como objetos para satisfacer los deseos de los padres. La Iglesia defiende la importancia de la paternidad y la maternidad responsables, en las cuales los hijos son acogidos como un don y no como una mera elección de diseño.

Es importante destacar que la posición de la Iglesia Católica respecto a la fecundación artificial no pretende ser una condena a las personas que sufren problemas de fertilidad o que desean tener hijos. La Iglesia comprende el dolor y la frustración que pueden experimentar las parejas infértiles y les ofrece apoyo pastoral y espiritual. Al mismo tiempo, la Iglesia busca promover alternativas moralmente aceptables, como la adopción y la asistencia médica que respete la dignidad de la vida humana y la integridad del acto conyugal.

En última instancia, la prohibición de la fecundación artificial por parte de la Iglesia Católica se basa en su visión antropológica y ética, que valora la unidad inseparable del significado unificador y procreativo del acto sexual. La Iglesia invita a las parejas a vivir su sexualidad de acuerdo con este diseño divino y a acoger la vida humana como un don sagrado. En medio de los desafíos y las dificultades, la Iglesia busca ofrecer una visión positiva y constructiva de la sexualidad y la procreación, en línea con su enseñanza sobre la dignidad de la persona humana y el plan de Dios para el amor humano.

Autor: Padre Ignacio Andrade. 

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