Francisco a los confesores: "No olviden que están en el confesionario no para torturar, sino para perdonar"


"Que se abra el camino a la paz, sigamos rezando por el martirizado pueblo ucraniano y tengamos cercanos a quienes han padecido el terremoto en Turquía y Siria", señaló el papa Francisco tras la oración del ángelus este mediodía desde el balcón de la tercera planta del palacio apostólico.

Igualmente, y tras traer a su recuerdo a "las poblaciones de Misisipi devastadas por un tornado" y saludar a los grupos de peregrinos españoles y peruanos que se encontraban en una plaza de San Pedro repleta de fieles, pidió también que "recemos por la reconciliación en el Perú, para que tenga paz".

Ya durante la catequesis del ángelus, glosando el pasaje de la Resurrección de Lázaro en este V domingo de Cuaresma, Francisco, reconociendo esos momentos en que "uno se siente sin esperanza, o que encuentra personas que han dejado de tenerla", a la manera de Jesús ante su amigo muerto, instó a "quitad la piedra: no escondáis el dolor, los errores, los fracasos, dentro de vosotros, en una habitación oscura y solitaria, cerrada. Quitad la piedra: sacad todo lo que hay dentro, ponedlo ante mí con confianza, sin temor, porque yo estoy con vosotros, os amo y deseo que volváis a vivir".

Recordando que "Jesús da la vida incluso cuando parece que ya no hay esperanza", pidió "no ceder al pesimismo que deprime, al temor que aísla, al desánimo por el recuerdo de malas experiencias, al miedo que paraliza. ¡Yo te quiero libre y vivo, no te abandono, estoy contigo! No te dejes aprisionar por el dolor, no dejes que muera la esperanza: ¡vuelve a vivir!".

Finalmente, e improvisando, como es tan del gusto del Papa, dirigiéndose a "mis hermanos, los confesores, les dijo: "Ustedes también son pecadores y no olviden que están en en el confesionario no para torturar, sino para perdonar".

Las palabras del Papa en el ángelus

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy, quinto domingo de Cuaresma, el Evangelio nos presenta la resurrección de Lázaro (cfr. Jn 11, 1- 45). Es el último de los milagros de Jesús narrados antes de la Pascua; podemos decir, por tanto, que nos encontramos en el culmen de sus “signos”. Lázaro es un querido amigo de Jesús, quien sabe que está a punto de morir; el Señor se pone en camino, pero llega a casa del amigo cuatro días después de que haya sido sepultado, cuando ya se ha perdido toda esperanza. Sin embargo, su presencia enciende un poco de confianza en el corazón de las hermanas, Marta y María (cfr. v. 22-27). Ellas, en medio del dolor, se aferran a esa luz. Jesús las invita a tener fe, y pide que abran el sepulcro. Luego reza al Padre, y entonces grita a Lázaro: «¡Sal fuera!» (v. 43). Éste vuelve a vivir y sale.

El mensaje es claro: Jesús da la vida incluso cuando parece que ya no hay esperanza. Sucede, a veces, que uno se siente sin esperanza, o que encuentra personas que han dejado de tenerla, a causa de una pérdida dolorosa, de una enfermedad, de un cruel desengaño, de una injusticia o una traición sufrida, de un grave error cometido. En ocasiones, oímos decir: “Ya no hay nada que hacer”. Son momentos en los que la vida se asemeja a un sepulcro cerrado: todo es oscuridad, en torno se ve solamente dolor y desesperación. Hoy Jesús nos dice que no es así, que en esos momentos no estamos solos, es más, que precisamente en esos momentos Él se hace más cercano que nunca para darnos de nuevo la vida. Él llora con nosotros, como lloró por Lázaro: el Evangelio repite dos veces que se conmovió (cfr. v. 33-38), y subraya que «se echó a llorar» (cfr. v. 35). Y, al mismo tiempo, Jesús nos invita a no dejar de creer y esperar, a no dejarnos abatir por los sentimientos negativos. Se acerca a nuestros sepulcros y nos dice, como entonces: «¡Quitad la piedra!» (v. 39).

Jesús nos dice esto. Quitad la piedra: no escondáis el dolor, los errores, los fracasos, dentro de vosotros, en una habitación oscura y solitaria, cerrada. Quitad la piedra: sacad todo lo que hay dentro, ponedlo ante mí con confianza, sin temor, porque yo estoy con vosotros, os amo y deseo que volváis a vivir. Y, como a Lázaro, repite a cada uno de nosotros: ¡Sal fuera! ¡Levántate, reemprende el camino, reencuentra la confianza! Yo te  tomo de la mano, como cuando de pequeño aprendías a dar los primeros pasos. Quita las vendas que te atan (cfr. v. 45), no cedas al pesimismo que deprime, al temor que aísla, al desánimo por el recuerdo de malas experiencias, al miedo que paraliza. ¡Yo te quiero libre y vivo, no te abandono, estoy contigo! No te dejes aprisionar por el dolor, no dejes que muera la esperanza: ¡vuelve a vivir!

Queridos hermanos y hermanas, este pasaje, que se encuentra en el capítulo 11 del Evangelio de Juan y que nos hace mucho bien leer, es un himno a la vida, y lo leemos cuando la Pascua está cerca. Quizá también nosotros llevamos ahora en el corazón algún peso o algún sufrimiento que parece aplastarnos. Es el momento de quitar la piedra y de salir al encuentro de Jesús, que está cerca. ¿Somos capaces de abrirle el corazón y  confiarle nuestras preocupaciones? ¿De abrir el sepulcro de los problemas y mirar más allá del umbral, hacia su luz? Y, a nuestra vez, como pequeños espejos del amor de Dios, ¿logramos iluminar los ambientes en los que vivimos con palabras y gestos de vida? ¿Testimoniamos la esperanza y la alegría de Jesús? 

Que María, Madre de la esperanza, renueve en nosotros la alegría de no sentirnos solos y la llamada a  llevar luz a la oscuridad que nos rodea.

Autor: José Lorenzo.

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Fuente: https://www.religiondigital.org/evangelio_del_domingo/Francisco-angelus_0_2545245454.html

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