Cardenal Julián Herranz: “No veo diferencias de doctrina entre Benedicto y Francisco, sino armonía”


El cardenal Julián Herranz acaba de terminar un libro con su testimonio personal sobre Benedicto XVI y Francisco, de quienes ha sido colaborador cercano durante ambos pontificados. Llevará un prólogo del Papa Francisco. Su conclusión es que hay diferentes prioridades pastorales entre ambos, pero no diferencias de fondo. Un detalle: sobre el cariño de la gente a Francisco, Benedicto le dijo en una ocasión: “Me alegra y me da paz”.

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El cardenal Julián Herranz comenzó a trabajar para la Santa Sede en 1960. Ya en un libro anterior había recogido recuerdos de los cuatro Papas precedentes, y ahora lo hace sobre los Papas Benedicto XVI y Francisco.

Julián Herranz fue creado cardenal en 2003, y entre sus principales responsabilidades ha estado la de ser presidente del Consejo Pontificio para los Textos Legislativos, y miembro de la Comisión Disciplinar de la Curia Romana, o encargos como la investigación de la fuga de documentos conocida como “vatileaks”.

Usted ha terminado de escribir un libro sobre los Papas Francisco y Benedicto. ¿Cómo lo ha planteado?

–En torno al año 2005, cuando murió Juan Pablo II, había reunido en mis notas personales bastantes recuerdos de lo que había vivido con los cuatro Papas anteriores, desde que comencé a trabajar en la Santa Sede en el año 1960. Algunos de esos recuerdos quedaron recogidos en el libro “En las afueras de Jericó”, que publiqué en 2007, y que ha tenido varias ediciones.

Con el argumento de que el testimonio personal vale más que las consideraciones teóricas o hipótesis intelectuales, dos profesionales de los medios y otros amigos me presionaron -a pesar de mi edad- a escribir este otro libro de recuerdos. Acabo de solicitar al Papa Francisco su permiso para publicar una parte de nuestra correspondencia privada e incluso apuntes de audiencias, que he incluido en el libro, como hice con Benedicto XVI.

¿Cómo fue su trato personal con Joseph Ratzinger?

–Trabajé ya con el cardenal Ratzinger cuando él era Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe y en otros organismos de la Curia de los que los dos éramos miembros:  los dicasterios para los Obispos y para la Evangelización. Pero, sobre todo, en los ocho años de su pontificado, cuando yo era presidente del Consejo Pontificio para los Textos Legislativos y de la Comisión disciplinar de la Curia romana.

Cuando cumplí los 80 años y según la norma de la ley cesé en esos cargos, solicitó mi colaboración en diversos problemas y comisiones especiales: la fuga de documentos reservados en la Santa Sede (que se conoce como “Vatileaks 1”), el estudio del fenómeno mariano de Medjugorje, la situación de la Iglesia en la República Popular China, y otros más. Fue siempre una relación de sincera cordialidad y mutuo entendimiento; y de parte mía de profundo respeto y veneración como Papa. Sufrí cuando presentó su renuncia al pontificado, pero admiré ese gesto heroico de humildad y de amor a la Iglesia. Lo he visitado después al menos por Navidades durante los diez años de vida retirada en el monasterio “Mater Ecclesiae”.

¿Cómo calificaría, en pocas palabras, su personalidad y su pontificado?

–Me bastan cuatro: Padre de la Iglesia. ¿Qué hicieron en su época, como doctores y pastores, los Padres de la Iglesia? Dos cosas fundamentales.

En primer lugar, enseñar a buscar, conocer y amar a Cristo. Es lo que ha hecho Benedicto, de modo evidente con su trilogía “Jesús de Nazaret”, mostrando la identificación entre el Cristo de la fe y el Cristo de la historia. Y, en segundo lugar, enseñar a pensar y vivir cristianamente en medio de sociedades paganas o materialistas, resaltando la armonía entre razón y fe, con su riquísima producción científica y sus magistrales discursos en los principales areópagos del mundo (ONU, parlamento de los Estados Unidos, Inglaterra y Alemania, universidades de París, Alemania, España, Italia…). Me parece que la sencillez de su trato en los encuentros personales recogidos en el libro corrobora también en cierto modo lo que acabo de decir. 

Y con Papa Francisco, ¿cómo ha mantenido el trato personal, incluso recientemente, habiendo Usted superado los ochenta años y cesado en sus cargos en la Curia?

–También Francisco, como Benedicto, me ha “usado” a pesar de la edad. Me ha invitado a dirigir o formar parte de algunas comisiones especiales, e incluso de un tribunal de apelación sobre delitos graves de los clérigos. Y me ha solicitado mi parecer personal sobre varias cuestiones. Se divirtió mucho en un consistorio o reunión de cardenales en el que, citando esa norma jurídica de los 80 años, la califiqué bromeando de “eutanasia canónica”.

¿Hay continuidad entre los pontificados del Papa Benedicto y del Papa Francisco?

–En mi opinión -que no prejuzga la de los lectores del libro- hay una continuidad de fondo, aunque algunos la nieguen.

Creo necesario distinguir dos expresiones: “contraponer” e “integrar”. Tanto el alemán Benedicto como el argentino Francisco están influidos por uno de los intelectuales de mayor peso del siglo XX, Romano Guardini, que distingue entre “contraposición” y “polarización”.

Pero pienso que es la acción directa del Espíritu Santo la que está asegurando que haya continuidad en los dos pontificados. Diría que son diversos y a la vez complementarios. Hay diferencia entre los Papas, en su personalidad, en sus raíces culturales, en sus experiencias pastorales; pero esas diferencias -de lenguaje, del modo de relacionarse con los medios, de estilo de vida, etc.- a mi modo de ver no generan oposición, sino armonía. Son manifestación de la misma catolicidad de la Iglesia y de la universalidad del único Evangelio de Cristo. El Evangelio es como un “diamante divino”, y en cada pontificado el Espíritu Santo ilumina una u otra faceta, sin excluir las demás. En el pontificado de Benedicto brilla la fe y la verdad contra la dictadura del relativismo; en el pontificado de Francisco, la práctica del “mandatum novum”, del amor al prójimo, especialmente de los más pobres y necesitados.  

Pero no pocas voces, incluidas las de algunos cardenales, aluden a diferencias sustanciales, de doctrina evangélica, entre los dos pontificados…

–No juzgo ninguna de esas intervenciones y menos la rectitud de intención de estos hermanos míos. Mi opinión es diversa, y -¡no se ría!- no porque así, a mis 92 años, pretenda hacer “carrera”… adulando al Papa. Los tres cardenales que Benedicto XVI escogió para la comisión llamada “Vatileaks” tampoco lo “pretendimos”.

No. Esas diferencias de doctrina evangélica (es decir, del “depositum fidei”) no las veo. Es evidente la diferencia en cuanto al contenido o prioridad pastoral de uno y de otro pontificado. Benedicto puso el acento en la Fe, Francisco en la Caridad; Benedicto en la Verdad, Francisco en el Amor; Benedicto en la dimensión “vertical” del Evangelio, el culto y amor a Dios, Francisco en la dimensión “horizontal”, el servicio y amor al prójimo. Pero es obvio -por encima de cualquier manipulación ideológica o político-financiera- que entre esa diversidad de proyectos o directrices pastorales no hay contradicción u oposición, sino armonía y complementariedad.  

Aparte de esta valoración de su pontificado, ¿qué relación personal ha tenido con Francisco, ahora que no ocupa cargos en la Curia?

–Aunque el trato era anterior, puedo decir que conocí verdaderamente al cardenal arzobispo de Buenos Aires en las congregaciones generales y otros encuentros que precedieron a los cónclaves de 2005 (elección de Benedicto XVI) y de 2013, en que Jorge Mario Bergoglio pasó a ser Papa Francisco, y a cuyo difícil pre-cónclave dedico un capítulo del libro. Pero también en estos diez años de su pontificado y ejemplar convivencia con Benedicto hemos tenido frecuentes contactos, institucionales o no.

Por “institucionales” entiendo los consistorios y demás reuniones de cardenales con el Papa. ¿Y los “no institucionales”?

–Tanto con Benedicto como con Francisco he procurado seguir dos principios de conducta. Como cardenal tengo el derecho y deber de decir al Papa todo lo que, en conciencia, meditado en la oración, juzgue necesario o de alguna utilidad como ayuda en su difícil ministerio.

Pero es justo que lo haga lealmente (de palabra o por escrito, “a la cara”, como se suele decir) y humildemente (con “opción de papelera”), no pretendiendo tener razón o dar lecciones. De esa forma de proceder hay ejemplos en el libro. Con Francisco, sobre todo ha habido abundante correspondencia privada. Una parte se publicará en el libro, para lo que he solicitado el permiso al Papa.

Francisco me ha demostrado una confianza inmerecida, no solo con pruebas de amistad fraterna sino llamándome a examinar, personalmente o en comisiones, problemas de gobierno (graves delitos sexuales o de corrupción administrativa, reforma de la Curia romana, graves situaciones de crisis en determinadas congregaciones religiosas…).

En el libro, Usted trata de la amistad entre los dos Papas. Algunos han dicho que el Papa emérito no estaba de acuerdo con decisiones de Francisco. ¿Qué pensaba Benedicto de Francisco?

–Después de su renuncia lo he visitado, y lógicamente tratábamos de la vida de la Iglesia. Benedicto hablaba libremente conmigo, no necesitaba medias palabras, y nunca le oí comentarios o juicios negativos sobre el Papa Francisco. ¿Qué pensaba? No pretendo conocer sus pensamientos. Hablando en una de estas visitas sobre el abrazo entre los dos Papas en la apertura del año santo de la Misericordia, me confió que estaba feliz de ver cuánto cariño y simpatía despertaba Francisco entre la gente. Me dijo: “A mí eso me alegra y me da paz”.

Sus recuerdos de trato y trabajo con dos Papas tan diferentes, ¿también manifiestan “desde dentro”, digamos, alguna forma de participación directa en el estudio de problemas significativos?

–Sí. Necesariamente. Por eso, como ya le he dicho, he debido dedicar algunos capítulos al movimiento de Lefebvre, a la comisión llamada “Vatileaks”, al fenómeno mariológico de Medjugorje, a la reforma de la Curia…. y lo mismo al contexto del manifiesto del ex-nuncio Viganó y otros ataques a Francisco. No sé si a él le gustará todo lo que digo… En algún punto pienso que no. Pero él sabe que procuro ser sincero, y me atreví a pedirle un prólogo para el libro.

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