Dios y las imágenes religiosas



DIOS Y LAS IMÁGENES
Por Álvaro Molina 

Éxodo 20,4 es un pasaje bíblico que, si estuviera hecho de metal, seguramente estaría muy reluciente y muy gastado también, por todas las veces que nuestros hermanos protestantes lo empuñan cual contundente arma. 

Veamos en orden cronológico cómo ocurrieron algunas cosas alrededor del asunto de las imágenes, en tiempos del Antiguo Testamento: 

1. Dios manda la prohibición de que se haga imagen alguna. Y además advierte que Él es Dios celoso y que puede maldecir a generaciones enteras. (Éxodo 20,4-5) 

2. Dios manda a hacer un par de querubines de oro (imágenes) para la tapa del Arca de la Alianza. (Éxodo 25,18) 

3. Dios manda a Moisés a fabricar una serpiente de bronce para salvar a los israelitas de las mordeduras de serpiente. (Números 21,8) 

4. Salomón llena el templo de Dios con imágenes de varios animales, Dios se hace presente y declara que ese templo será su casa para siempre. No dice nada de nada acerca de todas aquellas imágenes. (1 Reyes 7; 1 Reyes 9) 

En el numeral 2, ¿qué pasó con la prohibición que hasta tiene pena de maldición por generaciones para el transgresor? En el numeral 3, ¿Moisés le recordó a Dios que hay una prohibición en contra de las imágenes? En el numeral 4, ¿Dios se hizo el desentendido con aquellas imágenes que Él nunca mandó a hacer y que Salomón las hizo por su espontánea voluntad? 

En hebreo antiguo hay dos palabras para imagen: pesel y tselem. Pesel significa «imagen para propósitos de adoración», es decir ídolo. Tselem significa «imagen para representación», es decir una simple escultura. La palabra usada para la prohibición fue pesel, con lo cual lo que quedaba prohibido era la creación de imágenes para propósitos de adoración. Tselem no fue la palabra empleada en el texto de la prohibición. Eso explica la aparente incongruencia entre el mandato de Dios y lo que ocurrió después de emitirse la prohibición. 

Hay muchas pruebas bíblicas de que los israelitas eran celosos guardianes de los mandatos divinos, incluso después de haber conocido a Jesús. Una de ellas la tenemos en Hechos 10,9-16: 

«Al día siguiente, mientras ellos iban de camino y se acercaban a la ciudad, subió Pedro al terrado, sobre la hora sexta, para hacer oración. Sintió hambre y quiso comer. Mientras se lo preparaban le sobrevino un éxtasis, y vio los cielos abiertos y que bajaba hacia la tierra una cosa así como un gran lienzo, atado por las cuatro puntas. Dentro de él había toda suerte de cuadrúpedos, reptiles de la tierra y aves del cielo. Y una voz le dijo: «Levántate, Pedro, sacrifica y come.» Pedro contestó: «De ninguna manera, Señor; jamás he comido nada profano e impuro.» La voz le dijo por segunda vez: «Lo que Dios ha purificado no lo llames tú profano.» Esto se repitió tres veces, e inmediatamente la cosa aquella fue elevada hacia el cielo.» 

San Pedro, ya en su ministerio como cabeza de la iglesia, sigue siendo fiel al mandamiento de no comer cosas impuras, tanto así que aun cuando Dios mismo le está mandando a comer libremente, él siente que no debe desobedecer un mandamiento previo. 

Moisés también era un hombre muy obediente de las leyes divinas. Cuando Dios mandó a Moisés a hacer los querubines de oro, Moisés simplemente obedeció. Cuando Dios mandó a Moisés a hacer la serpiente de bronce, Moisés obedeció sin cuestionar nada. Algunos dirán que Moisés no era como Pedro, que Moisés nunca se opuso o cuestionó los designios de Dios. Pero veamos lo que sucede cuando Dios le dice a Moisés que ha decidido eliminar a los israelitas por ser un pueblo de corazón duro (Deuteronomio 9,13-14). Dios no le está consultando nada a Moisés, no le está pidiendo su opinión, simplemente le está haciendo saber que Él ha decidido matar a todos los israelitas y levantar un nuevo pueblo a partir de Moisés. Ahí no vemos a Moisés hacerse a un lado para dejar pasar a la ira de Dios, sino que intercede por Israel. Moisés se coloca en oración entre Dios y los israelitas, rogando por misericordia. Finalmente Dios escucha los ruegos de Moisés y perdona a los israelitas. 

Como puede verse, Moisés no es un autómata sin razón, que solamente obedece lo que Dios dice. Si pudo atreverse a convencer a Dios de retroceder en su decisión de matar a los israelitas, ¿por qué no vimos a Moisés razonando con Dios sobre el asunto de las imágenes? ¿Por qué no le recordó a Dios que había una prohibición impuesta por Él mismo? Simplemente porque a Dios no le ofenden las imágenes (tselem). Le ofenden los ídolos (pesel). 

Un ídolo no es solamente una cosa de piedra o madera. Un ídolo es todo aquello que nos aleja de Dios. Un ídolo es aquella cosa o costumbre que se alimenta de nosotros, que no nos deja crecer, que nos impide el desarrollo espiritual. Un ídolo puede ser el dinero, la fama, el sexo, el poder, una persona, el trabajo, la familia. No hay que perder de vista que la idolatría no es acerca de estatuas o esculturas, sino que acerca de los deseos del corazón. Todo lo que tengamos en nuestros corazones por encima de Dios, es un ídolo. 

Muchos dirán que postrarse ante una imagen del catolicismo es adorar. Cualquier diccionario desmentirá semejante falsedad. Pero mejor leamos lo que dice la biblia sobre esa mentira de que postrarse es adorar. San Mateo 4,9 es el versículo con la tercera tentación del demonio a Jesús. «Y le dice: todo esto te daré, si postrándote me adoras». Vemos que la biblia deja muy claro que postrarse no es adorar. El demonio le ofrece a Jesús todos los reinos de la tierra a cambio de dos cosas distintas entre sí: postrarse y adorarle. El demonio quiere ver a Jesús postrado, para sentirse reconocido por el Hijo de Dios como alguien con méritos. Le interesa eso primero, satisfacer su vanidad. Como cosa secundaria quiere la adoración. 

Uno puede postrarse o inclinarse en señal de respeto, para reconocer los méritos de otra persona, tal como hizo Salomón son su madre, quien al llegar a visitarlo, se inclinó ante ella (1 Reyes 2,19). Ahí Salomón no estaba adorando a su madre, estaba mostrándole mucho respeto. También tenemos el pasaje donde Josué se postra ante el Arca de la Alianza durante horas (Josué 7,6). Josué no estaba adorando aquella caja de madera cubierta con oro. Estaba humillándose ante lo más cercano a la presencia de Dios. 

La adoración no requiere una postura específica, porque viene del corazón y los deseos de la persona. 

Recuerden que estos temas de apologética son para el crecimiento en la fe de cada uno de ustedes, para que sepan cómo combatir esas dudas que algunos pretenden sembrar en nuestra fe católica, no son para ir a batallar en inútiles polémicas interminables con nuestros hermanos protestantes. 

Pax et bonum.


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