Dichosos los pechos que te amamantaron. ¿Despreció Jesús a su madre?


DICHOSOS LOS PECHOS QUE TE AMAMANTARON (SAN LUCAS 11,27)
Por Álvaro Molina 

Cuando leemos el texto de San Lucas 11,27 y lo que se narra en los versículos siguientes, pareciera que Jesús está corrigiendo la alabanza de aquella anónima mujer, y de paso también pareciera que está menospreciando a su madre, la virgen María. 

Ese episodio es justamente uno de los que gustan mencionar aquellos que ningunean a la virgen María. Ellos dicen que, en ese pasaje, Jesús claramente deja sentado que a Su madre no se le debe ninguna clase de elogio. Pero de nuevo se equivocan. Una vez más demuestran su muy pobre comprensión de las escrituras, a pesar de que las leen mucho. 

La apologética en el catolicismo es Cristocéntrica. Todo lo que hacemos y decimos, para dar razones de nuestra fe, es con Cristo como única figura central, incluso cuando se trata de la apologética mariana. 

En el caso de San Lucas 11,27-28 Jesús no está reprendiendo ni corrigiendo a nadie. Y por supuesto que tampoco está rebajando a su santa madre. Veamos el texto de ese pasaje. 

“Sucedió que, estando él diciendo estas cosas, alzó la voz una mujer de entre la gente, y dijo: «¡Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te criaron!» Pero él dijo: «Dichosos más bien los que oyen la Palabra de Dios y la guardan.»” (San Lucas 11,27-28) 

Si leemos con atención, con la mente abierta a comprender, y no solamente con los ojos, como si fuera un simple ejercicio de lectura, veremos que en realidad Jesús no está rebajando a nadie, sino que está rechazando el elogio de aquella anónima mujer, dirigido hacia Él, y lo redirige hacia Dios Padre. 

Veamos esto con un ejemplo mundano, para tratar de facilitar el entendimiento. Digamos que conocemos a un matrimonio que tiene un hijo que es un ciudadano modelo. Acaba de graduarse de su carrera con honores, habla tres idiomas, no fuma, no toma, y nunca les ha dado problemas a sus padres. Y además, ya tiene ofertas de trabajo de parte de grandes compañías. Seguramente muchos felicitarían a los padres del muchacho diciendo “¡Qué dichosos ustedes por tener ese hijo ejemplar!” Si ponemos atención, ese elogio no es hacia los padres, sino hacia el hijo, ya que lo que se está haciendo es señalar la fuente de la dicha de los padres, que no es otra que su hijo. Justamente lo mismo ocurre en San Lucas 11,27-28. 

Jesús no está queriendo quedarse con ese elogio. La mujer que llama dichosa a la virgen María está cumpliendo con lo que leemos en San Lucas 1,48: “Me llamarán dichosa todas las generaciones”. A pesar de que la llama dichosa, en realidad no está elogiando a nuestra Madre Celestial, sino que está elogiando a Jesús, señalándolo como la fuente de la dicha de la Llena de Gracia. Jesús, por su parte, no está quedándose con ese elogio, sino que lo redirige a Dios Padre, declarando que todos los que guarden la Palabra de Dios gozarán de una dicha que tiene como fuente nada menos que a Dios Padre. Jesús no quiere quedarse con esa alabanza porque incluso Él tiene la enorme responsabilidad de guardar la palabra de Su Padre Celestial, para dar cabal cumplimiento a las escrituras. 

Algo que absolutamente nadie puede atreverse a contradecir es que la virgen María está entre esos dichosos que Jesús señala, ya que en los evangelios podemos ver, con diáfana claridad, que la virgen es una de las que guarda la Palabra de Dios. De esta manera, hasta el propio Jesús está cumpliendo con lo que la virgen María profetizó en San Lucas 1,48. 

Algo parecido es lo que leemos en el sermón de la montaña, en San Mateo 5,1-12, donde Jesús llama a muchos dichosos o bienaventurados. Jesús no los está elogiando a ellos por lo que les va a pasar, sino que está alabando a la fuente de la dicha, de la que van a gozar, y que no es otra que Dios Padre. Al final, todo ese pasaje del sermón no es más que una alabanza hacia Dios y una promesa para quienes guarden el testimonio de Cristo. 

Queda demostrado que Jesús no menosprecia a Su santa madre en San Lucas 11,27-28. También queda demostrado que no basta con solamente leer la biblia, sino que también hay que estudiarla, con detenimiento, minuciosamente, palabra por palabra, para no perder ese precioso mensaje que está encerrado en todos esos pasajes.


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