Cómo San Miguel Arcángel salvó a dos monjas benedictinas de un ataque del demonio.




Mi nombre es María, y soy una monja benedictina. Desde mi juventud, he servido a la Iglesia Católica con devoción, dedicando mi vida a la oración y al servicio a los necesitados. Durante mi tiempo en el convento, he sido testigo de muchos milagros, pero el más notable de todos fue la intervención de San Miguel Arcángel en la lucha contra el demonio.

Todo comenzó en una tarde de primavera, cuando me encontraba en la capilla del convento, rezando el rosario. De repente, sentí una presencia maligna en el aire, como si el diablo mismo estuviera presente. No pude ver nada, pero sentí una opresión en el pecho y un miedo indescriptible se apoderó de mí. Empecé a temblar y a rezar con más fervor, pidiendo la protección de Dios y la intercesión de San Miguel Arcángel.

De repente, escuché una voz en mi mente, clara y fuerte, que me dijo: "No temas, María, yo estoy contigo". Reconocí esa voz como la de San Miguel, el protector de la Iglesia y el guerrero contra el mal. Me sentí más tranquila y segura, sabiendo que el poder de San Miguel me protegía.

Pero la presencia maligna persistía, y empecé a escuchar gritos y gemidos que venían de la capilla contigua. Era la hermana Sofía, una de nuestras monjas más jóvenes, que estaba siendo atacada por el demonio. Corrí hacia la capilla, donde encontré a Sofía tirada en el suelo, retorciéndose de dolor y gritando incoherencias.

"¡Sofía, hermana Sofía, despierta!" -grité, tratando de sacudirla-. "¡En el nombre de Dios, te ordeno que salgas de ella, demonio!"

Pero el demonio no cedía, y Sofía seguía sufriendo. Entonces, recordé las palabras de San Miguel y pedí su ayuda:

"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la lucha. Sé nuestro amparo contra la perversidad y asechanzas del demonio. Que Dios manifieste sobre él su poder, es nuestra humilde súplica. Y tú, oh Príncipe de la Milicia Celestial, con el poder que Dios te ha conferido, arroja al infierno a Satanás, y a los demás espíritus malignos que vagan por el mundo para la perdición de las almas. Amén.".

Y entonces ocurrió el milagro. De repente, un viento fuerte sacudió la capilla, y un rayo de luz brillante iluminó la habitación. Sentí una presencia divina que me envolvía y que me llenaba de una fuerza inexplicable. Y vi a San Miguel Arcángel, en toda su gloria, con su espada y su armadura, listo para luchar contra el demonio.

"¡Sal de aquí, demonio, en el nombre de Jesús y por la fuerza de San Miguel Arcángel!" -grité, y el demonio empezó a retroceder, como si fuera empujado por una fuerza invisible-. "¡San Miguel, defiéndenos, protege a las siervas de Dios, ayúdanos en esta lucha!"

Y San Miguel respondió a mi llamado. Con su espada, cortó las cadenas invisibles que ataban a Sofía y liberó su alma del demonio. La habitación se llenó de un brillo divino, y el demonio desapareció en un torbellino de oscuridad.

Sofía se levantó lentamente, como si despertara de un sueño profundo. Miró a su alrededor, confundida, y luego me miró a mí. Sus ojos estaban llenos de gratitud y asombro.

"¿Qué ha pasado?" -preguntó, todavía temblando-. "¿Dónde está el demonio?"

"Se ha ido, hermana" -le respondí, tratando de sonar calmada-. "Gracias a San Miguel Arcángel, hemos sido liberadas de su influencia maligna".

Sofía se arrodilló en el suelo y empezó a llorar, agradeciendo a Dios y a San Miguel por su protección. Yo me uní a ella en la oración, agradeciendo por el milagro que habíamos presenciado.

Desde ese día, Sofía y yo hemos sido testigos de muchos más milagros, todos ellos gracias a la intercesión de San Miguel Arcángel. Hemos visto cómo personas poseídas por el demonio han sido liberadas, cómo enfermedades han sido curadas y cómo los corazones más oscuros se han iluminado con la luz divina. Y siempre, siempre, pedimos la ayuda de San Miguel, el protector de la Iglesia y el defensor de los hijos de Dios.

"San Miguel, intercede por nosotros, para que podamos vivir en paz y seguridad" -rezamos, cada vez que sentimos la presencia del mal-. "Líbranos de todo peligro, y defiéndenos contra las asechanzas del demonio".

Y San Miguel siempre nos responde, con su poder divino y su amor incondicional. Gracias a él, hemos sido protegidas de todo mal, y seguimos sirviendo a la Iglesia y a los necesitados, con la confianza de que nunca estamos solas en esta lucha contra el mal.

Autor: Hermana María Margarita Cuellar.

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