El milagro del atentado con una bomba a la Virgen de Guadalupe, el día en que Jesucristo protegió a su madre



EL MILAGRO DEL ATENTADO CON UNA BOMBA A LA VIRGEN DE GUADALUPE, EL DÍA EN QUE JESUCRISTO PROTEGIÓ A SU MADRE

Manos criminales colocaron un cartucho de dinamita a los pies de la santa imagen original. La espantosa explosión causó muchos desperfectos en el altar y en la basílica, y dobló en arco el pesado crucifijo de bronce del altar, como si Jesucristo hubiese protegido a su Madre recibiendo todo el impacto de la explosión. La Sagrada imagen quedó inexplicablemente ilesa. Un baldón más para los que lo perpetraron y un impulso más para el admirable fervor popular, que vio en la Virgen profanada el símbolo más convincente de su propio dolor.

En aquel 14 de noviembre de 1921 entró a "orar" en la basílica un joven de cabello color azafrán y con escolta disimulada de como 50 policías de paisano. Subió devoto hasta el mismo altar y colocó a los pies de la Virgen un enorme ramo de flores. Escondida en él llevaba una poderosa bomba de dinamita con dispositivo que la activara.

Los efectos fueron aparatosos: destruyó el mármol del altar que sostenía la virgen; hizo volar por los aires los pesados candeleros; retorció un gran crucifijo de metal que todavía hoy se exhibe; convirtió en polvo cuanto había cerca, jarrones, floreros, vidrios de las bóvedas que quedaban distantes y el cristal de un cuadro de San Juan, que colgaba exactamente detrás del de la Guadalupana. Pero prodigiosamente la imagen no recibió ni un rasguño, más aún, quedó intacto el cristal que la protege, prueba aceptada como evidente, de que en Guadalupe todo es distinto y pueden no funcionar las leyes de la física.

Es como si Jesucristo hubiese recibido el impacto
de la explosión protegiendo a su Madre 

Muchos quisieron entonces sustituir la tilma de Juan Diego por una pintura hecha por manos de hombres; así salvaguardarían la integridad del precioso ayate en aquellos momentos, propicios para todos los desmanes. El abad, Monseñor Cortés y Mora, no lo creyó oportuno por entonces, puesto que la Virgen había demostrado palpablemente que bien sabe cuidarse Ella sola.

ESTUVO ESCONDIDA EN UN ROPERO DURANTE LA GUERRA CRISTERA

Cinco años más tarde, en 1926, había empeorado la situación del país y convencieron al señor abad de qué era necesario esconder la imagen, poniendo en su lugar otra que pintó el maestro Rafael Aguirre. Fue toda una odisea este cambio. La nueva imagen estuvo lista para el 30 de julio, víspera de la dolorosa clausura de todos los templos.

Se envolvió la imagen original en 3 telas, se selló con lacre, se levantaron actas notariales de cuanto se hacía y, por un boquete enorme abierto en la pared que colindaba con Capuchinas, se sacó furtivamente el precioso cuadro, hasta un camión de mudanzas que esperaba. Temiendo que tal cosa sucediera, habían acordonado la Villa con un fuerte contingente de soldados, que detuvieron el camión y quisieron saber lo que llevaba. La "mordida" fue de 50 pesos para que dejaran ir, sin registrarlo, al camión y su desconcertante carga, hasta la casa de Don Luis Murguía, en la calle de Meave, a espaldas de la de El Salvador. Tres años permaneció bajo la custodia de esta familia, hasta 1929, cuando volvió al Tepeyac, bajo nueva y escrupulosa certificación notarial. Es en este periodo cuando algunos inventan que la cara de la Virgen fue retocada, cosa totalmente falsa, pues permaneció sellada y precintada. Al acabar la persecución con los controvertidos "arreglos" la imagen regresó intacta, en la noche del 28 de junio y a partir del día 30 se abrieron las puertas de la basílica ante multitudes que regresaban, fieles más que nunca a María del Tepeyac. A la familia Murguía le regalaron, en agradecimiento a su valor y servicio, la imagen sustituta que pintara Rafael Aguirre; todavía la conservan con gran veneración.

Hoy, después de 90 años, podemos describir este delicado episodio de la Guadalupana con absoluta confianza. Durante algún tiempo fue tema furtivo y desconocido para casi todos, por la amargura y zozobra que causó en los responsables de tan dolorosa decisión.

Como dice Oscar Liera en su desafortunada farsa teatral Cúcara y Mácara: "¡Que alguien queme la bandera, que se rían de nuestro himno, que fundan el escudo para hacer monedas, todo lo toleraría el pueblo. Pero la desaparición de la Virgen de Guadalupe, nunca!".

Fuente, Enciclopedia Guadalupana

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