¿Las pequeñas partículas de la Hostia Consagrada contienen a Jesús completo?


Sí, como sacerdote católico, puedo afirmar que las pequeñas partículas de la Hostia Consagrada contienen a Jesús completo. La doctrina de la Iglesia Católica enseña que en la Eucaristía, el pan y el vino se convierten verdaderamente en el Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Jesucristo. Por eso como católicos comprometidos, debemos siempre comulgar con mucha precaución y cuidado, para evitar que alguna partícula caiga al suelo.

La creencia de que Jesús está verdaderamente presente en la totalidad de las partículas de la hostia se basa en las palabras del mismo Señor Jesús durante la Última Cena, cuando instituyó la Eucaristía. En el Evangelio de Mateo 26,26-28, Jesús toma el pan, lo bendice, lo parte y lo da a sus discípulos, diciendo: "Tomad, comed; esto es mi cuerpo". Luego, toma el cáliz con vino, lo bendice y lo da a sus discípulos, diciendo: "Bebed todos de él; porque esto es mi sangre".

Estas palabras de Jesús son claras y directas. Él afirma que el pan es su cuerpo y el vino es su sangre. En el Evangelio de Juan 6,53-56, Jesús también dice: "En verdad os digo que si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo le resucitaré en el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él".

Estas palabras de Jesús son aún más explícitas. Él nos dice claramente que debemos comer su carne y beber su sangre para tener vida eterna. Jesús no habla en sentido simbólico o figurado, sino en un sentido real y literal.

La Iglesia Católica ha mantenido esta enseñanza desde los primeros tiempos. Los primeros cristianos creían en la presencia real de Jesús en la Eucaristía y celebraban la Misa con reverencia y devoción. En el siglo IX, el teólogo y filósofo San Pascasio Radberto escribió un tratado llamado "De Corpore et Sanguine Domini" (Sobre el Cuerpo y la Sangre del Señor), donde defendió la creencia en la presencia real de Jesús en la Eucaristía.

En el siglo XIII, Santo Tomás de Aquino, uno de los más grandes teólogos de la Iglesia, desarrolló una profunda teología de la Eucaristía en su obra "Summa Theologiae". Él explicó que durante la consagración, la totalidad del pan y el vino se convierten en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, pero las especies del pan y el vino permanecen. Es decir, las apariencias físicas del pan y el vino siguen siendo las mismas, pero su sustancia o esencia ha cambiado.

Esta doctrina de la transubstanciación, que enseña que la sustancia del pan y el vino se convierte en la sustancia del Cuerpo y la Sangre de Cristo, ha sido confirmada y enseñada por numerosos concilios ecuménicos y papas a lo largo de la historia de la Iglesia.

La creencia en la presencia real de Jesús en la Eucaristía es un misterio profundo de nuestra fe. No podemos entender completamente cómo ocurre este milagro, pero podemos creer y adorar a Jesús presente en la Hostia Consagrada con fe y reverencia.

Cuando celebramos la Misa, el sacerdote, en virtud de su ordenación sacerdotal, pronuncia las palabras de la consagración sobre el pan y el vino, invocando al Espíritu Santo para que se realice la transubstanciación. Después de la consagración, el pan y el vino se han convertido verdaderamente en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, aunque las apariencias físicas sigan siendo las mismas.

En la comunión, los fieles reciben a Jesús completo en cada partícula de la Hostia Consagrada. Esto se debe a que Jesús es omnipresente y su presencia no está limitada por el tamaño o la cantidad de las partículas. Cada partícula contiene a Jesús completo, con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad.

Es importante recordar que la Eucaristía es un misterio que trasciende nuestra comprensión humana. No podemos explicarlo completamente con palabras o conceptos humanos. Debemos acercarnos a este misterio con humildad y reverencia, reconociendo que estamos ante el mismo Jesús presente en el altar.

Como sacerdote católico, mi deber es celebrar la Misa con reverencia y devoción, y guiar a los fieles en su adoración y recepción de la Eucaristía. La Eucaristía es el centro de nuestra fe y la fuente y cumbre de nuestra vida cristiana. En la Eucaristía, Jesús se nos da como alimento espiritual para fortalecernos en nuestra vida de fe y ayudarnos a crecer en santidad.

Autor: Padre Ignacio Andrade.

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