La castidad es para solteros y casados, ¿cómo se practica una y otra?


Hace unas semanas celebré la Eucaristía para un grupo de jóvenes de mi diócesis que terminó su Certificación Humanae Vitae, la cual es una formación juvenil de nueve meses en temas de defensa de la vida, la sexualidad y la familia. Los chicos han sido educados para debatir sobre estos temas y están dispuestos a colaborar en sus parroquias formando grupos pro vida.

Ellos saben que para ser pro vida hay que remar contracorriente y no dejarse lavar el cerebro por la ideología de género que trata de imponerse en nuestra cultura como pensamiento único. Sin embargo no se trata sólo de defender la vida sino de adquirir una virtud que, sin ella, no se puede ser persona pro vida. Hablo de la preciosa virtud de la castidad.

La palabra “castidad” suena extraña en un mundo que exalta el sexo con todo tipo de experiencias y que ridiculiza y se burla de quienes no piensan así. Sin embargo al ver las profundas heridas que el desenfreno y la promiscuidad están haciendo en las nuevas generaciones –incapacitándolas para formar familias sólidas– hemos de traer nuevamente esta palabra a nuestro vocabulario, aunque nos parezca que ya es demasiado tarde.

¿Qué es la castidad?

La castidad es la única esperanza sólida que tenemos en un mundo que ha hecho pedazos la unidad entre la sexualidad y el amor.

La castidad no es una especie de camisa de fuerza que deben ponerse los jóvenes para vivir en abstinencia sexual hasta que lleguen al matrimonio. Vista como simple abstención se convierte en algo negativo que los reprime.

En cambio en una visión positiva la castidad es, en términos de san Juan Pablo II, el desarrollo de una fuerza interior en la persona, la cual no permite que su capacidad de amar se corrompa. No se trata de renunciar a la sexualidad sino en aprender a regularla, renunciando a utilizar a los demás como objetos de placer, y encauzándola hacia el amor verdadero en el matrimonio.

¿Cómo debe ser la castidad en los solteros?

Ser casto es aprender a respetar el lenguaje intrínseco que tiene la sexualidad tal como Dios la creó, es decir, como expresión del amor permanente y comprometido dentro de la vida conyugal. La castidad reconoce que respetar ese lenguaje es la mejor manera de vivir el amor. Es una virtud que, para los solteros, significa encauzar las propias fuerzas sexuales hacia la vida matrimonial.

Pero para los católicos la castidad encierra todavía algo más bello. Se trata de una virtud cristiana que, como tal, nos hace semejantes a Cristo. Un joven pro vida debe saber, entonces, que no solamente se debe respetar la sexualidad y defender la vida humana desde su concepción, sino que debe tener vivo el amor de Jesús en su corazón.

En el arte del amor, Jesucristo es nuestra referencia suprema. “En realidad, el misterio del hombre no se aclara de verdad sino en el misterio del Verbo encarnado… quien pone de manifiesto plenamente al hombre ante sí mismo y le descubre la sublimidad de su vocación”, dice el Concilio Vaticano II.

Si queremos formar a nuestros jóvenes en la virtud de la castidad, hemos de predicarles mucho a Cristo para que conociéndolo, lo amen y se dejen transformar por él. Sólo así amarán con el amor de Dios en sus corazones.

¿Cómo debe ser la castidad en los casados?

La castidad es también una virtud de las personas casadas y de los célibes por amor al Reino de los cielos. Todos debemos respeto al lenguaje de la sexualidad. El hecho de contraer matrimonio no autoriza a la persona casada a abusar de su cónyuge.

Los casados deben de respetar y vivir el acto conyugal como un acto de amor y donación hacia la otra persona. Si una persona casada cree que su pareja está ahí para satisfacer sus deseos sin importar cuál es el sentir del otro, esa persona corrompe su capacidad de amar, deja de vivir en castidad y la relación marital se deteriora rápidamente.

Un verbo hermoso que está relacionado con la castidad es el verbo “cuidar”. Si en la vida entendemos que las personas estamos para cuidarnos unas a otras, y que Dios nos creó para protegernos mutuamente en el sistema llamado “familia”, será más fácil educar a los jóvenes en la castidad.

Ellos desarrollan más fácilmente la virtud si observan que sus padres se quieren y se cuidan recíprocamente; si en su familia se cuida a los enfermos y ancianos, entonces los hijos aprenderán a amar, a cuidar, a ser personas sensibles y consideradas con los demás y a no abusar de nadie.

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¿Cómo promover la Castidad en los hijos?

Si los hijos crecen rodeados de amor y con una sana autoestima, tendrán una visión optimista para el futuro. En cambio cuando les falta el amor de sus padres, los hijos lo buscarán en la primera persona que les ponga atención.

Haber celebrado la Misa para un puñado de jóvenes católicos que buscan vivir la castidad y defender la vida ha sido un motivo de inmensa alegría espiritual para mí. Ellos son ese “resto fiel” de la juventud, los que el Señor se está preparando para construir familias nuevas para su reino.

Autor: Padre Eduardo Hayen.

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