La Anunciación del Señor: el ‘Sí’ que cambió la historia de la humanidad


El 25 de marzo, la Iglesia celebra la Solemnidad de la Anunciación del Señor, cuando el Arcángel Gabriel se le apareció a María y le dijo que daría a luz un Hijo. Ella, sin pensarlo, abrió su corazón y aceptó la voluntad de Dios.

La Virgen María y el libre albedrío

El libre albedrío que desde el inicio de los tiempos Dios concedió a la humanidad, es un gran regalo mediante el cual se explica la libertad del ser, entendida como la capacidad de decisión individual para elegir entre el bien y el mal.

La humanidad entera ha gozado de esta divina facultad, e incluso, la Virgen María fue libre para decidir acerca de su maternidad, cuando el Arcángel Gabriel se la apareció para anunciarle que Ella había hallado gracia delante de Dios y que daría a luz un Hijo, a quien pondría por nombre Jesús.

Ella respondió con humildad: “he aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu Palabra”, y con este “Sí” el Espíritu Santo descendió, y Ella quedó encinta, sin conocer varón alguno.

El “Sí” de María es un ejemplo vivo y perdurable de la incondicional aceptación de la voluntad de Dios. Esta misma invitación a aceptar los designios de Dios está presente en el Padre Nuestro, cada vez que decimos “hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo.”

Con frecuencia se hace referencia a ese “Sí” con las palabras latinas Fiat lux, que textualmente significan: “Que se haga la luz” o “Sea la luz”, haciendo también alusión al libro del Génesis.

Con este Fiat, la Virgen María se hizo partícipe del proceso de la salvación humana y de la redención; todo ello, desde la sencilla ciudad de Nazaret, en Galilea, como lo narra el Evangelio de San Lucas (1, 26 – 38).

De este importantísimo pasaje bíblico, las palabras con las que saludó el Arcángel Gabriel a la Virgen son repetidas desde siglos atrás, cada vez que se reza el Ave María: “llena eres de gracia, el Señor es contigo”.

Esta oración también encuentra parte de su estructura en el pasaje conocido como la Visitación, referida en el Evangelio de San Lucas (1, 39-44), cuando la Virgen fue a visitar a su prima santa Isabel, que también estaba encinta, y quien le dijo: “bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre”.

De esta misma secuencia histórica, se desprenden las palabras de otra importante oración: el Magnificat, que retoma las palabras de la Virgen en respuesta al saludo de su prima Isabel: “Alaba mi alma la grandeza del Señor y mi espíritu se llena de gozo en Dios mi salvador, porque ha puesto los ojos en la pequeñez de su esclava, por eso desde ahora todas las generaciones me llamaran bienaventurada porque ha hecho en mi favor cosas grandes el poderoso. Santo es su nombre y su misericordia alcanza de generación en generación a los que le temen. Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los de corazón altanero. Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes y despidió a los ricos con las manos vacías. Acogió a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia, como había anunciado a nuestros padres en favor de Abraham y de su linaje por los siglos”, (Lucas 1, 46-56).

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