¿Por qué Jesús necesitaba orar si era Dios?


Primero que todo, recordemos que en la doctrina cristiana, Jesús es verdaderamente Dios y verdaderamente hombre. Esto es algo asombroso, ¿verdad? En su naturaleza divina, Jesús comparte la misma esencia que el Padre y el Espíritu Santo. Sin embargo, en su naturaleza humana, vivió entre nosotros, compartiendo nuestras alegrías y penas, nuestras risas y lágrimas.

La necesidad de Jesús de orar durante su vida terrenal nos muestra la profundidad de su humanidad. Aunque es Dios, decidió experimentar plenamente lo que significa ser humano. Y la oración fue una expresión vital de esa humanidad. A través de la oración, Jesús mostró su dependencia y comunión con el Padre. En el Evangelio de Mateo, nos revela esta conexión íntima en el Monte de los Olivos, justo antes de ser arrestado: "Padre mío, si es posible, que pase de mí esta copa, pero no sea como yo quiero, sino como quieres tú" (Mateo 26,39).

Imagina esto como una conversación entre amigos cercanos. Jesús, como hombre, compartía con Dios sus pensamientos, deseos y anhelos. La oración fue su manera de estar en constante comunicación con el Padre celestial. No porque fuera débil o careciera de poder, sino para mostrarnos el camino de la relación íntima y confiada con Dios.

En el Catecismo de la Iglesia Católica, encontramos que la oración es "el levantarse del corazón hacia Dios" (Catecismo 2559). Jesús, al orar, nos dio un ejemplo claro de cómo elevar nuestro corazón hacia el Padre. Él nos enseñó a no depender únicamente de nuestras fuerzas, sino a buscar la fuerza y la guía divina a través de la oración.

Además, la oración de Jesús también nos enseña sobre la voluntad del Padre. En la misma oración en el Monte de los Olivos, Jesús agregó esas palabras tan poderosas: "no sea como yo quiero, sino como quieres tú". Aquí, nos muestra la importancia de someterse a la voluntad de Dios. Aunque Jesús es divino, eligió obedecer al Padre en todo momento, incluso en los momentos más difíciles.

La obediencia de Jesús se manifiesta no solo en su oración, sino también en su vida cotidiana. En el Evangelio de Juan, Jesús dice: "Yo no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió" (Juan 5,30). Este es un recordatorio de que la comunión con Dios implica alinearnos con Su voluntad, confiando en que Sus planes son siempre mejores que los nuestros.

Hablando de la importancia de la oración, el apóstol Pablo nos alienta en la carta a los Filipenses: "No se inquieten por nada; más bien, en toda ocasión, con oración y ruego, presenten sus peticiones a Dios y denle gracias" (Filipenses 4,6). Aquí vemos cómo la oración es un medio para encontrar paz en medio de las preocupaciones y confiar en la providencia divina.

Ahora, volviendo a Jesús, su oración también nos enseña sobre la relación íntima que podemos tener con Dios. En el Evangelio de Mateo, nos anima a orar con sencillez y confianza: "Y cuando oren, no hablen mucho, como los gentiles, que se imaginan que serán escuchados por sus muchas palabras. No los imiten, porque el Padre sabe lo que necesitan antes de que se lo pidan" (Mateo 6:7-8).

Así que, en esencia, Jesús oraba como un acto de humildad, confianza y comunión con el Padre. Aunque es el Hijo de Dios, nos mostró que la oración no es solo para momentos de necesidad, sino una expresión continua de nuestra relación con Dios. Nos invita a confiar en la providencia divina, a someternos a la voluntad del Padre y a experimentar la paz que proviene de una vida de oración constante.

En resumen, la oración de Jesús siendo Dios nos enseña sobre su humanidad profunda y su deseo de guiarnos hacia una relación íntima con el Padre celestial. Nos muestra la importancia de confiar en Dios en todo momento, someternos a Su voluntad y experimentar la paz que proviene de la oración constante. 

Autor: Padre Ignacio Andrade.

¿Puedo pedirle a Dios ganarme la lotería?


Primero que todo, recordemos que la oración es una comunicación abierta y sincera con Dios. Puedes pedirle a Dios cualquier cosa que esté en tu corazón, porque Él siempre está dispuesto a escucharnos. La oración es como una conversación con un amigo, y como en cualquier amistad, puedes compartir tus anhelos, deseos e inquietudes con Dios.

Ahora, cuando hablamos de pedirle a Dios que nos haga ganar la lotería, es importante reflexionar sobre el motivo detrás de esa petición. La Biblia nos enseña en Santiago 4,3: "Piden y no reciben, porque piden mal, para gastarlo en sus placeres." Esto nos invita a examinar nuestras intenciones al hacer una petición.

Pedirle a Dios ganarse la lotería no está mal en sí mismo, pero es crucial preguntarnos por qué lo estamos pidiendo. ¿Es por una necesidad genuina, como poder ayudar a otros, resolver problemas financieros o contribuir a obras benéficas? O, ¿es más bien una búsqueda de riqueza y placeres personales? La clave está en la intención detrás de la petición.

Recuerda que Dios conoce nuestro corazón y siempre busca lo mejor para nosotros. La oración nos ayuda a alinearnos con la voluntad de Dios y a aceptar que Él sabe lo que es mejor para nosotros, incluso cuando no entendemos completamente.

Si decides hacer esta petición, te animo a que también incluyas en tu oración la disposición a aceptar la voluntad de Dios. En Proverbios 16,9 leemos: "El corazón del hombre traza su rumbo, pero el Señor dirige sus pasos." A veces, lo que queremos no es lo que realmente necesitamos, y confiar en Dios nos ayuda a discernir entre nuestras aspiraciones personales y Su plan divino.

Además, la oración no debe ser solo una lista de peticiones. Es una oportunidad para agradecer, alabar y buscar la guía divina. Agradecer por las bendiciones recibidas, alabar por la grandeza de Dios y buscar Su guía en nuestras decisiones diarias también son aspectos importantes de la oración.

Ahora, si bien es válido pedir a Dios en oración lo que necesitamos, es esencial recordar que la fe cristiana no garantiza que todas nuestras peticiones se cumplirán exactamente como las formulamos. Jesús nos enseña en Mateo 6,33: "Busquen primero el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas les serán añadidas." Es decir, nuestra prioridad debe ser buscar a Dios y Su voluntad, confiando en que Él proveerá según Sus planes perfectos.

La enseñanza de la Iglesia Católica también destaca la importancia de buscar el equilibrio en nuestras peticiones. En el Catecismo de la Iglesia Católica, en el número 2734, se nos dice: "La oración cristiana es plenitud de fe, esperanza y caridad. Eleva y modela nuestro corazón hacia Dios, para atraerlo a nosotros, porque Él es nuestro todo. Más allá de la petición que formulamos, lo que buscamos en la oración es Él mismo: el conocimiento de su voluntad, la comunión de su amor."

Así que, en resumen, puedes pedirle a Dios lo que desees, incluso ganarte la lotería. Pero, al hacerlo, hazlo con un corazón abierto, dispuesto a aceptar la voluntad de Dios y recordando que la oración es una oportunidad para fortalecer tu relación con Él. No olvides agradecer, alabar y buscar Su guía en todo momento.

Por último, si ganaras la lotería, recuerda que la responsabilidad y el buen uso de esos recursos también son parte de la enseñanza cristiana. La Biblia nos exhorta en Lucas 12, 48: "Al que mucho se le dio, mucho se le exigirá; y al que mucho se le confió, más se le pedirá." Así que, enriquecerse conlleva una gran responsabilidad ante Dios y la sociedad.

Espero que esta charla haya sido útil y te anime a profundizar en tu relación con Dios a través de la oración y la reflexión. 

Autor: Padre Ignacio Andrade

El Papa vuelve a hablar sobre las bendiciones a parejas LGBT: “Quienes protestan con vehemencia pertenecen a pequeños grupos ideológicos”



“Quienes protestan con vehemencia pertenecen a pequeños grupos ideológicos”. Con esta frase resume el papa Francisco la polémica creada en torno a la publicación de la Declaración ‘Fiducia supplicans’, con la que la Iglesia católica se abre a la bendición de parejas en situaciones diferentes, como las de divorciados o los del mismo sexo.

El Pontífice, en una entrevista a Domenico Agasso, corresponsal vaticano del periódico italiano La Stampa, dice que confía en que “poco a poco todos se tranquilicen con el espíritu de la Declaración, que tiene como objetivo incluir, no dividir”, pues “nos invita a acoger y luego a confiar a las personas, y a confiarnos nosotros mismos, a Dios”.

Hablando directamente sobre la contestación en África, donde gran parte de la Iglesia del continente, con el cardenal Fridolin Ambongo –presidente del Simposio de Conferencias Episcopales de África y Madagascar (SECAM)– a la cabeza ha mostrado su pesar por la Declaración, que no consideran necesaria, pues justifican que la homosexualidad no existe allí. “Lo de los africanos es un caso aparte, porque para ellos la homosexualidad es algo ‘malo’ desde el punto de vista cultural. Desde nuestro punto de vista, no lo toleran”, dice Francisco. 

Por ello, no teme un cisma: “Siempre ha habido pequeños grupos en la Iglesia que expresaron reflexiones cismáticas… hay que dejarles hacer así y pasa… y mirar hacia adelante”.

¿Pecadores vip?

Jorge Mario Bergoglio justifica el documento del Dicasterio para la Doctrina de la Fe porque “Cristo llama a todos a entrar”. “El Evangelio es santificar a todos. Eso sí, siempre que haya buena voluntad. Y es necesario dar instrucciones precisas sobre la vida cristiana (subrayo que no es la unión la que es bendecida, sino el pueblo). Pero todos somos pecadores: ¿por qué entonces hacer una lista de pecadores que pueden entrar en la Iglesia y una lista de pecadores que no pueden estar en la Iglesia? Este no es el Evangelio”, completa.

Por otro lado, preguntado por la situación en Gaza, Francisco ha vuelto a poner sobre la mesa la solución de los dos Estados. “Hasta que no se aplique, la verdadera paz seguirá siendo lejana”, afirma. Asimismo, se ha mostrado optimista al avanzar que “se están celebrando reuniones confidenciales para intentar llegar a un acuerdo”. “Una tregua ya sería un buen resultado”, agrega.

¿Qué es la sacristía?


Imagina la sacristía como el vestuario del equipo antes de un gran partido. Es el lugar donde nos preparamos espiritual y prácticamente para celebrar la Eucaristía y otros sacramentos. Pero, ¿sabías que la palabra "sacristía" proviene del latín "sacrarium", que significa "lugar sagrado"? ¡Es todo un recordatorio de la importancia de lo que sucede allí!

La sacristía es como el backstage de un espectáculo, donde los actores (en este caso, nosotros, los ministros de la iglesia) se preparan para salir al escenario de la liturgia. Es un espacio lleno de simbolismo y objetos sagrados que nos ayudan a centrarnos en la presencia de Dios.

¿Recuerdas cuando Jesús dijo: "Donde dos o tres estén reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos"? (Mateo 18, 20). Bueno, la sacristía es uno de esos lugares donde nos reunimos en nombre de Jesús para prepararnos para encontrarnos con Él de una manera especial.

En la sacristía, encontrarás vestiduras litúrgicas como las casullas, estolas y ornamentos sacerdotales. Estas vestiduras no son simplemente ropas bonitas; están llenas de significado. Cada color y detalle tiene su simbolismo, como el blanco que representa la pureza o el rojo que simboliza el Espíritu Santo y el martirio.

Y no olvidemos las velas. ¿Recuerdas cuando Jesús dijo: "Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida" (Juan 8, 12)? Encender las velas en la sacristía es un recordatorio de que estamos a punto de entrar en la presencia de la Luz del mundo.

Además, en la sacristía, encontrarás el sagrario, donde se guarda el Santísimo Sacramento. Este es un recordatorio tangible de la presencia real de Jesús en la Eucaristía. Es como un tesoro guardado en un cofre, esperando ser compartido con todos nosotros durante la misa. 

Ah, y no puedo dejar de mencionar los utensilios litúrgicos, como la patena y el cáliz. Estos objetos tienen un papel crucial en la celebración de la Eucaristía. La patena sostiene el pan que se convertirá en el Cuerpo de Cristo, y el cáliz contiene el vino que se transformará en su Preciosa Sangre. ¡Es algo asombroso!

Ahora, en cuanto a la base bíblica y catequética de la sacristía, podemos encontrar la importancia de este lugar en la tradición de la Iglesia. Por ejemplo, en el Antiguo Testamento, en el libro de Éxodo, Dios instruye a Moisés sobre cómo preparar el tabernáculo, un lugar sagrado donde Su presencia residiría. Esto establece un precedente para la preparación cuidadosa de los lugares dedicados al culto y a la celebración de los sacramentos.

En el Nuevo Testamento, vemos a Jesús instituir la Eucaristía durante la Última Cena (Mateo 26, 26-28, Lucas 22, 19-20). Este acto sagrado establece la necesidad de preparación y reverencia antes de recibir el Cuerpo y la Sangre de Cristo. La sacristía, en este contexto, se convierte en el lugar donde los ministros de la Iglesia se preparan para llevar a cabo este misterio.

Además, el Catecismo de la Iglesia Católica nos enseña sobre la importancia de la liturgia y la celebración de los sacramentos. En el Catecismo, en los números 1088 y 1089, se nos habla de cómo la liturgia es "la cumbre hacia la cual tiende la acción de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza." La sacristía, como lugar de preparación litúrgica, se alinea con esta enseñanza al ser el espacio donde los ministros se disponen a participar en esta cumbre espiritual.

Así que, en resumen, la sacristía es mucho más que una simple habitación en la iglesia; es un lugar sagrado donde nos preparamos para encontrarnos con Jesús de una manera única y especial. En ella, nos sumergimos en la riqueza de la tradición bíblica y catequética, recordando constantemente la importancia de lo que hacemos en la celebración de la Eucaristía y otros sacramentos. ¡Espero que esta charla informal te haya dado una visión más clara y colorida de la sacristía y de nuestra fe católica! ¡Dios te bendiga!

Autor: Padre Ignacio Andrade.

Mi amigo protestante me dice que las fiestas patronales no son bíblicas, ¿qué le puedo responder?


Cuando hablamos de las fiestas patronales, es natural que surjan dudas, especialmente si tu amigo protestante cuestiona su base bíblica. Pero tranquilo, vamos a sumergirnos juntos en este asunto.

Primero, echemos un vistazo a la Biblia. Aunque quizás no encuentres una referencia directa a las fiestas patronales tal como las conocemos hoy, podemos explorar principios bíblicos que respaldan la idea de celebrar a santos y mártires.

En el Antiguo Testamento, vemos cómo Dios instauró diversas festividades para que su pueblo celebrara y recordara eventos significativos en su historia. Por ejemplo, la Pascua conmemora la liberación de los israelitas de la esclavitud en Egipto (Éxodo 12). En estas celebraciones, la idea es recordar y agradecer a Dios por su acción redentora en la vida del pueblo.

En el Nuevo Testamento, encontramos que los apóstoles y primeros cristianos seguían la tradición judía de celebrar eventos importantes. Además, en el libro de Hechos, vemos cómo se reunían para partir el pan juntos y compartir en comunidad (Hechos 2, 42-47). Este sentido de comunidad y celebración es fundamental para entender las fiestas patronales.

Hablando específicamente de los santos, la Biblia nos dice en Hebreos 12, 1 que estamos rodeados de una gran nube de testigos, ¿quiénes son estos testigos? ¡Los santos!. Los santos, que han vivido vidas ejemplares en la fe, pueden considerarse como testigos de la obra de Dios en el mundo. Por lo tanto, honrarlos y recordar sus vidas puede ser una expresión de gratitud y un recordatorio de la continuidad de la fe a lo largo de la historia.

Ahora, déjame tomar un momento para mencionar el Catecismo de la Iglesia Católica, que es una guía valiosa para entender la doctrina católica. En el Catecismo, encontramos que la veneración de los santos se basa en la comunión de los santos, que es un vínculo espiritual entre todos los miembros de la Iglesia, tanto los que están en la Tierra como los que han fallecido (Catecismo de la Iglesia Católica, párrafo 946).

En cuanto a las fiestas patronales, el Catecismo destaca la importancia de la liturgia y las festividades para expresar y vivir la fe (Catecismo de la Iglesia Católica, párrafos 1154-1155). Las festividades patronales, al honrar a un santo específico, ofrecen una oportunidad para reflexionar sobre su vida y legado, así como para inspirarnos en nuestro propio camino de fe, nos recuerdan cómo Dios obró en la vida de ese santo y cómo puede obrar en la nuestra si le abrimos nuestro corazón a su gracia. 

Es crucial entender que las fiestas patronales no deben considerarse como algo separado o contrario a la enseñanza bíblica, sino más bien como una expresión cultural y devocional arraigada en la tradición de la Iglesia. La Iglesia católica ve en estas celebraciones una forma de mantener viva la memoria de aquellos que han vivido la fe en Jesucristo de manera ejemplar y que pueden servirnos como modelos a seguir en nuestra propia peregrinación de fe.

Además, es interesante destacar que las fiestas patronales no son solo eventos litúrgicos, sino que también suelen incluir elementos culturales y sociales. Es como una gran celebración donde la comunidad se une para recordar, agradecer y fortalecer la conexión que comparten en la fe en Jesús.

En resumen, amigo mío, cuando tu compañero protestante cuestiona la base bíblica de las fiestas patronales, puedes compartir estos principios y mostrar cómo la tradición católica encuentra raíces en la Sagrada Escritura y la enseñanza de la Iglesia. La clave está en comprender que estas celebraciones no están en desacuerdo con la Biblia, sino que son una expresión viva de la fe cristiana que ha evolucionado a lo largo de los siglos.

Recuerda que cada tradición cristiana tiene sus propias prácticas y enfoques, pero lo esencial es mantener la unidad en la fe y el amor por Cristo; siempre la caridad por delante como nos enseñó Jesús. 

Autor: Padre Ignacio Andrade.

7 razones por las cuales deberías unirte a un Grupo Parroquial


Como sacerdote, es una alegría para mí poder compartir contigo algunas reflexiones y motivos que podrían inspirarte a participar activamente en la vida de tu comunidad parroquial. Así que si ya vas con frecuencia a Misa, aquí te dejo 7 puntos por los cuales podría ser bueno que además te involucraras de manera más activa en tu comunidad cristiana local formando parte de un grupo parroquial: 

1. Comunidad y Comunión:

La Sagrada Escritura nos enseña en Hebreos 10, 24-25: "Considerémonos también unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras. No dejemos de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortémonos unos a otros, y tanto más cuanto veis que aquel día se acerca". Este pasaje nos recuerda la importancia de estar en comunidad, de no caminar solos en nuestra fe. Al unirte a un Grupo Parroquial, encuentras un espacio donde compartir experiencias, oraciones y aprender unos de otros. La comunión fortalece nuestra fe y nos impulsa a crecer juntos como hijos de Dios.

2. Crecimiento Espiritual:

En Mateo 18, 20, Jesús nos dice: "Porque donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos". Un Grupo Parroquial te brinda la oportunidad de encontrarte con Jesús de una manera más íntima. Al orar juntos, estudiar las Escrituras y compartir reflexiones, tu relación con Dios se profundizará. La diversidad de dones y experiencias en el grupo enriquecerá tu comprensión espiritual y te ayudará a crecer en tu camino de fe.

3. Servicio y Caridad:

Jesús nos dejó un ejemplo claro de servicio y caridad en Juan 13, 14-15: "Pues si yo, el Señor y el Maestro, he lavado vuestros pies, vosotros también debéis lavaros los pies los unos a los otros. Porque ejemplo os he dado, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis". Participar en un Grupo Parroquial te brinda oportunidades concretas para poner en práctica el servicio y la caridad. Ya sea a través de proyectos comunitarios, visitas a enfermos o simplemente ayudando a quienes lo necesitan, puedes vivir el Evangelio de una manera tangible.

4. Formación y Estudio:

La Iglesia nos invita a conocer más sobre nuestra fe, como nos dice en el Catecismo de la Iglesia Católica en el párrafo 2226: "La educación en la fe por parte de los padres debe comenzar desde la más tierna infancia". Un Grupo Parroquial ofrece un espacio donde puedes aprender más sobre la doctrina católica, profundizar en la comprensión de la Biblia y la Tradición, y recibir formación sólida para poder vivir tu fe de manera consciente y comprometida.

5. Apoyo en los Desafíos:

En la vida enfrentamos desafíos y momentos difíciles. En Gálatas 6,2, San Pablo nos exhorta: "Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo". Al unirte a un Grupo Parroquial, encuentras un grupo de amigos en la fe que te apoyarán en los momentos difíciles. La comunidad se convierte en un refugio donde puedes compartir tus preocupaciones, recibir oración y encontrar consuelo en la presencia de hermanos y hermanas en Cristo.

6. Celebración y Alegría:

En el Salmo 133, 1, leemos: "¡Mirad cuán bueno y cuán agradable es que habiten los hermanos juntos en armonía!". La celebración es una parte vital de la vida cristiana. Un Grupo Parroquial no solo comparte las cargas, sino que también celebra los logros y bendiciones. La alegría compartida se multiplica y fortalece la unidad en Cristo. Celebrar juntos la Eucaristía, festividades y eventos especiales crea lazos fuertes de fraternidad y gozo en la fe.

7. Testimonio Evangelizador:

Finalmente, en Mateo 5,16, Jesús nos anima: "Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos". Al participar activamente en un Grupo Parroquial, te conviertes en un testimonio vivo del amor de Dios. Tu compromiso y servicio inspirarán a otros a acercarse a la fe y a la comunidad parroquial. Juntos, como cuerpo de Cristo, podemos ser instrumentos de la luz de Dios en el mundo.

Querido amigo, estas son solo algunas razones por las cuales unirse a un Grupo Parroquial puede ser una experiencia maravillosa para tu vida espiritual. La Iglesia es una gran familia, y en la comunidad parroquial, encontramos hermanos y hermanas que nos acompañan en nuestro viaje de fe. ¡Te animo a explorar las oportunidades que tu parroquia ofrece y a sumergirte en la riqueza de la vida comunitaria! Estoy aquí para guiarte y acompañarte en este hermoso camino de encuentro con Dios y con los demás. ¡Que la paz y la gracia de nuestro Señor Jesucristo estén contigo siempre!

Autor: Padre Ignacio Andrade.

¿Se puede celebrar la Misa fuera de un templo?


La Misa, como bien sabes, es el centro de nuestra vida espiritual. Es el lugar donde nos encontramos con Dios de una manera única, donde recibimos Su Palabra y Su Cuerpo y Sangre en la Eucaristía. Ahora, respecto a tu pregunta acerca de si se puede celebrar la Misa fuera de un templo, déjame decirte que ¡absolutamente sí!

Nuestra fe católica es tan rica y diversa que permite que la Misa se celebre en diferentes lugares, no solo en templos. ¿Recuerdas la famosa cita de Jesús en el Evangelio según Mateo? Él dijo: "Donde dos o tres se reúnen en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos" (Mateo 18, 20). Esto nos muestra que la presencia de Dios no está limitada a un lugar específico, sino que está con nosotros cuando nos reunimos en Su nombre, ya sea en una iglesia, en un hogar, o en cualquier otro lugar.

En el Catecismo de la Iglesia Católica, en el número 1183, se habla de la importancia del lugar de la celebración litúrgica. Se menciona que la celebración de la Misa "debe realizarse en un lugar sagrado", pero también se aclara que, "por necesidad, el Ordinario del lugar puede permitir una celebración en un lugar que no sea sagrado". Esto significa que, si bien el lugar sagrado por excelencia es la iglesia, en circunstancias especiales y con la debida autorización, la Misa puede celebrarse en otros lugares.

La historia de la Iglesia también nos ofrece ejemplos de la celebración de la Misa en diversos lugares. Piensa en los primeros cristianos que se reunían en hogares debido a la persecución, o incluso en las misiones al aire libre realizadas por santos como San Francisco de Asís. En estos casos, la esencia de la Misa, la comunión con Dios y la comunidad de creyentes, no se ve afectada por el lugar físico.

Además, la Iglesia reconoce la importancia de llevar la fe a todos los rincones del mundo. En el Evangelio de Mateo, Jesús comisiona a Sus discípulos a "hacer discípulos de todas las naciones" (Mateo 28:19). Esto implica que la Misa no está limitada a ciertos espacios, sino que tiene la capacidad de llegar a cualquier lugar donde haya personas que deseen reunirse para orar y adorar a Dios.

Ahora bien, aunque la Misa puede celebrarse fuera de un templo, es fundamental que se haga de manera respetuosa y con la debida autorización. Los templos son lugares sagrados que han sido consagrados para el culto divino, y es allí donde encontramos la presencia real de Cristo en la Eucaristía. Sin embargo, como mencioné antes, la Iglesia, en su sabiduría, reconoce que puede haber circunstancias especiales que permitan la celebración en otros lugares.

Quisiera recordarte también la importancia de la comunidad en la celebración de la Misa. La comunión fraterna es un aspecto crucial de nuestra fe, y al reunirnos en la Misa, estamos expresando nuestra unidad como cuerpo de Cristo. Así que, si alguna vez te encuentras en una situación donde la Misa se celebra fuera de un templo, no dudes en unirte con alegría y devoción, recordando que la esencia de la Misa permanece intacta, independientemente del lugar.

Para concluir, mi amigo, la Iglesia nos brinda la flexibilidad necesaria para celebrar la Misa en diversos lugares, siempre con la debida autorización y respeto. Recuerda que lo esencial es la comunión con Dios y con nuestra comunidad de creyentes. ¡Que Dios te bendiga abundantemente y que tu vida de fe siga creciendo y floreciendo en cada Misa que celebremos juntos!

Autor: Padre Ignacio Andrade.

¿Si voy solo a una fiesta puedo bailar con una mujer que no sea mi novia/esposa?


Antes que nada, quiero decirte que me encanta poder hablar sobre estos temas y espero que nuestra charla sea de ayuda para ti. La fe y la moral son aspectos importantes de nuestras vidas, y siempre es bueno reflexionar sobre cómo vivirlas de la mejor manera posible.

Cuando se trata de participar en una fiesta y la posibilidad de bailar con alguien que no es tu novia o esposa, es fundamental recordar que la moral católica está basada en principios que buscan el bien común y el respeto mutuo. La intención detrás de nuestras acciones es crucial para evaluar si algo puede considerarse pecaminoso o no.

En la Biblia, encontramos enseñanzas que destacan la importancia de vivir de acuerdo con los principios del amor y la justicia. En el Evangelio según San Mateo (22, 37-40), Jesús resume los mandamientos en dos grandes principios: amar a Dios con todo nuestro ser y amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Esto nos proporciona una guía clara sobre cómo debemos orientar nuestras acciones.

Cuando nos sumergimos en la moral católica, podemos recurrir al Catecismo de la Iglesia Católica, que nos ofrece una comprensión más detallada de los principios morales que guían nuestra vida. El Catecismo nos dice que nuestras acciones deben estar impulsadas por la caridad, es decir, el amor a Dios y al prójimo (Catecismo de la Iglesia Católica, párrafo 1822).

Ahora bien, volviendo a tu pregunta sobre bailar con alguien que no es tu novia o esposa en una fiesta, la clave radica en la intención detrás de ese baile. Si bailas con respeto mutuo, con alegría y amistad, sin caer en la provocación o la deshonestidad, entonces no hay razón para considerarlo pecaminoso.

Es importante recordar que el pecado no está simplemente en las acciones externas, sino también en las intenciones y en el estado del corazón. La Primera Epístola de San Pablo a los Corintios (10, 31) nos dice: "Así que, ya comáis, ya bebáis, o hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios". Esto significa que nuestras acciones deben reflejar la gloria de Dios y estar alineadas con Su voluntad.

Ahora bien, si al bailar con alguien que no es tu novia o esposa sientes que estás cruzando límites, ya sea en tu propio corazón o en el de la otra persona, es crucial detenerte y reflexionar. La pureza de intención es esencial. Si la situación comienza a derivar hacia la tentación o el deseo desordenado, sería sabio retirarse y reconsiderar la elección de tus acciones.

La Iglesia nos enseña que la castidad es un valor fundamental. No se trata solo de abstenerse de ciertos actos sexuales, sino también de vivir en una disposición de respeto y pureza en nuestras relaciones con los demás. El Catecismo nos recuerda que la castidad "significa la integración lograda de la sexualidad en la persona y, por ello, la unidad interior del hombre en su ser corporal y espiritual" (Catecismo de la Iglesia Católica, párrafo 2337).

En una fiesta, el baile puede ser una expresión hermosa y alegre de la camaradería y la celebración. Si te encuentras en una situación en la que bailar con alguien puede contribuir a esa atmósfera positiva y no va en contra de los principios de la moral católica, entonces adelante, diviértete y comparte momentos de alegría con tus amigos, pero si el baile te lleva al deseo sexual o a pensamientos impuros, inmediatamente apártate de la ocasión de pecado.

Recuerda siempre la importancia de la moderación y la prudencia. San Pablo nos aconseja en su Primera Epístola a los Tesalonicenses (5, 22): "Absteneos de toda especie de mal". Esto no significa que debamos evitar todas las situaciones, sino que debemos discernir y actuar de manera que nuestra participación en ellas sea positiva y conforme a los principios de la fe.

Bailar con alguien que no es tu novia o esposa en una fiesta no es intrínsecamente pecaminoso, pero es vital evaluar tus intenciones y mantener la pureza en tus interacciones. Recuerda siempre buscar la gloria de Dios en todo lo que haces y cultivar relaciones basadas en el respeto y el amor mutuo.

Autor: Padre Ignacio Andrade.

¿Por qué los hombres no pueden usar gorra o sombrero dentro de un templo católico?



Me alegra que hayas traído esa pregunta tan interesante sobre el uso de gorras o sombreros dentro del templo católico. Antes que nada, quiero decirte que esta es una práctica que ha estado presente en muchas tradiciones religiosas y, en el caso de la Iglesia Católica, se basa en una serie de valores y principios que buscan fomentar el respeto y la reverencia hacia la casa de Dios.

Si echamos un vistazo a la Biblia, encontramos que el apóstol San Pablo habla de la importancia de la modestia y la reverencia en el contexto de la oración. En la Primera Carta a los Corintios (11, 4-7), nos dice: "Todo hombre que ora o profetiza con la cabeza cubierta deshonra a su cabeza. En cambio, toda mujer que ora o profetiza con la cabeza descubierta deshonra a su cabeza; es como si estuviera rapada. Si una mujer no se cubre la cabeza, que se corte también el cabello. Pero si es deshonroso para una mujer cortarse el cabello o raparse, que se cubra la cabeza."

Estas palabras de San Pablo han sido interpretadas a lo largo de la historia de la Iglesia como una llamada a la modestia y al respeto en la adoración. La tradición de descubrir la cabeza durante la oración o dentro del templo se ha mantenido como un gesto simbólico de humildad ante la presencia de Dios. Al descubrir nuestra cabeza, reconocemos que estamos ante Aquel que es supremo, y nos sometemos a Su divina majestad.

El Catecismo de la Iglesia Católica, en su párrafo 1385, aborda el tema de la reverencia en la celebración de la Eucaristía, donde afirma: "El culto de la Eucaristía. En la liturgia de la misa expresamos de modo particular nuestra fe en la presencia real de Cristo bajo las especies del pan y del vino, entre otras maneras, arrodillándonos o inclinándonos profundamente como signos de adoración del Señor."

Este gesto de inclinarse o arrodillarse durante la Misa también se relaciona con la reverencia y el respeto hacia el Misterio Eucarístico. El uso de la gorra o sombrero dentro del templo podría interpretarse como una distracción o incluso como una falta de consideración hacia la solemnidad del lugar y la importancia de la liturgia.

Es esencial entender que estas normas y tradiciones no tienen la intención de ser restricciones arbitrarias, sino más bien pautas que nos ayudan a vivir nuestra fe de manera más plena y respetuosa. La Iglesia, en su sabiduría, busca guiarnos hacia una relación más profunda con Dios y con nuestros hermanos y hermanas en la fe.

Además, es relevante considerar el aspecto cultural de estas normas. A lo largo de la historia, diferentes culturas han tenido diversas formas de expresar respeto y reverencia. En algunas sociedades, quitarse el sombrero es un gesto de cortesía y respeto, y la Iglesia ha adoptado esta práctica como parte de su tradición.

Si bien estas normas pueden variar en algunas regiones o comunidades, es esencial recordar que la finalidad es siempre la misma: fomentar un ambiente de respeto y reverencia hacia Dios. La modestia y el recogimiento en el lugar de culto son manifestaciones externas de una actitud interior de humildad y apertura a la gracia divina.

Estas normas buscan crear un ambiente propicio para el encuentro con Dios y la participación plena en los misterios de la fe. Al comprender estas razones, podemos vivir nuestra fe de manera más consciente y enriquecedora, respetando las tradiciones que nos han sido transmitidas a lo largo de los siglos. ¡Que la gracia de Dios te acompañe siempre, amigo!

Autor: Padre Ignacio Andrade.

Papa Francisco llama a construir un Ecumenismo del Amor con todos los cristianos: "Dividir nunca es de Dios, sino del diablo"


En la tarde del 25 de enero, se celebraron las vísperas de la Conversión de San Pablo y la conclusión de la Semana de oración por la unidad de los cristianos en la Basílica papal dedicada al Apóstol de los Gentiles, San Pablo Extramuros. En su homilía, el Papa Francisco hizo un canto a la unidad de los cristianos, porque "todos componemos la 'sinfonía de la humanidad', de la que Cristo es primogénito y redentor"

A su juicio, ésta es la clave de la unidad de los cristianos: el amor. Porque sólo un amor que "en nombre de Dios antepone el hermano a la férrea defensa del propio sistema religioso, nos unirá". Y, porque "dividir nunca es de Dios, sino del diablo".

Por eso, concluyó dando las gracias al Primado de la Iglesia anglicana y al Metropolita Policarpo, en representación del Patriarcado Ecuménico, así como a los líderes de las demás confesiones cristianas presentes en la ceremonia. "Rezar es una tarea santa, porque es estar en comunión con el Señor, que rogó al Padre ante todo por la unidad. Y sigamos rezando también por el fin de las guerras, especialmente en Ucrania y en Tierra Santa", recordó, una vez más.

Homilía del Papa

En el Evangelio que hemos escuchado, el doctor de la Ley, aunque se dirige a Jesús llamándolo «Maestro», no quiere dejarse instruir por él, sino «ponerlo a prueba». Pero una falsedad aún mayor emerge de su pregunta: «¿qué tengo que hacer para heredar la Vida eterna?» (Lc 10,25). Hacer para heredar, hacer para tener: he aquí una religiosidad distorsionada, basada en la posesión más que en el don, donde Dios es el medio para obtener lo que quiero, no el fin a amar con todo el corazón. Pero Jesús es paciente e invita a ese doctor a encontrar la respuesta en la Ley de la que era experto, que prescribe: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con todo tu espíritu, y a tu prójimo como a ti mismo» (Lc 10,27). 

Entonces aquel hombre, «queriendo justificarse», plantea una segunda pregunta: «¿Y quién es mi prójimo?» (Lc 10,29). Si la primera pregunta corría el riesgo de reducir a Dios al propio “yo”, esta trata de dividir: dividir a las personas entre las que se deben amar y las que se pueden ignorar. Y dividir nunca es de Dios, sino del diablo. Jesús, sin embargo, no responde teorizando, sino con la parábola del buen samaritano, con una historia concreta, que nos involucra también a nosotros. Porque, queridos hermanos y hermanas, quienes se comportan mal y con indiferencia, son el sacerdote y el levita, que anteponen a las necesidades del que sufre la tutela de sus tradiciones religiosas. 


El que da sentido a la palabra “prójimo” es, en cambio, un hereje, un samaritano, porque se hace prójimo: siente compasión, se acerca y se inclina tiernamente sobre las heridas de ese hermano; se ocupa de él, independientemente de su pasado y de sus culpas, y lo sirve con todo su ser (cf. Lc 10,33-35). Esto permite a Jesús concluir que la pregunta correcta no es “¿quién es mi prójimo?” sino: “¿me hago yo prójimo?” Sólo este amor que se convierte en servicio gratuito, sólo este amor que Jesús proclamó y vivió, acercará a los cristianos separados los unos a los otros. Sí, sólo este amor, que no vuelve al pasado para poner distancia o señalar con el dedo; sólo este amor, que en nombre de Dios antepone el hermano a la férrea defensa del propio sistema religioso, nos unirá. 

Hermanos y hermanas, entre nosotros nunca deberíamos preguntarnos “¿quién es mi prójimo?”. Porque todo bautizado pertenece al mismo Cuerpo de Cristo; y más aún, porque toda persona en el mundo es mi hermano o mi hermana, y todos componemos la “sinfonía de la humanidad”, de la que Cristo es primogénito y redentor. Como recuerda san Ireneo, que tuve la alegría de proclamar “Doctor de la unidad”: «el amante de la verdad no debe dejarse engañar por el intervalo particular de cada tono, ni suponer un creador para uno y otro para otro […], sino uno sólo» (Adv. Haer. II, 25, 2). Entonces, no digamos “¿quién es mi prójimo?” sino “¿me hago yo prójimo?” Yo y también mi comunidad, mi Iglesia, mi espiritualidad, ¿se hacen prójimos? ¿O permanecen atrincheradas en defensa de sus propios intereses, celosas de su autonomía, encerradas en el cálculo de sus propias ventajas, entablando relaciones con los demás sólo para obtener algo de ellas? Si así fuera, no se trataría sólo de errores estratégicos, sino de infidelidad al Evangelio. 


“¿Qué debo hacer para heredar la vida eterna?” Así comenzó el diálogo entre el doctor de la Ley y Jesús. Pero hoy esta primera pregunta también da un vuelco gracias al Apóstol san Pablo, cuya conversión celebramos en esta Basílica a él dedicada. Pues bien, precisamente cuando Saulo de Tarso, perseguidor de los cristianos, encuentra a Jesús en la visión de luz que lo envuelve y le cambia la vida, le pregunta: «¿Qué debo hacer, Señor?» (Hch 22,10). No “¿qué debo hacer para heredar?” sino “¿qué debo hacer, Señor?” El Señor es el objetivo de la petición, la verdadera herencia, el sumo bien. Pablo no cambia de vida según sus propósitos, no se vuelve mejor por realizar sus proyectos.

Su conversión nace de un cambio existencial, donde el primado ya no le pertenece a su perfección frente a la Ley, sino a la docilidad para con Dios, en una apertura total a lo que Él quiere. Si Él es el tesoro, nuestro programa eclesial no puede sino consistir en hacer su voluntad, en conformarse a sus deseos. Y Él, la noche antes de dar la vida por nosotros, oró ardientemente al Padre por todos nosotros, «que todos sean uno» (Jn 17,21). Esa es su voluntad. 


Todos los esfuerzos hacia la unidad plena están llamados a seguir el mismo itinerario de san Pablo, a dejar de lado la centralidad de nuestras ideas para buscar la voz del Señor y dejarle iniciativa y espacio a Él. Lo había comprendido bien otro Pablo, gran pionero del movimiento ecuménico, el sacerdote Paul Couturier, quien rezando solía implorar la unidad de los creyentes “como Cristo la quiere”, “con los medios que Él quiere”. Necesitamos esta conversión de perspectiva y ante todo de corazón, porque, como afirmó hace sesenta años el Concilio Vaticano II: «El verdadero ecumenismo no puede darse sin la conversión interior» (Unitatis redintegratio, 7). Mientras oramos juntos reconozcamos, cada uno, que necesitamos convertirnos, dejar que el Señor nos cambie el corazón. Esta es la vía: caminar juntos y servir juntos, poniendo la oración como prioridad. En efecto, cuando los cristianos maduran en el servicio a Dios y al prójimo, crecen también en la comprensión recíproca, como declara asimismo el Concilio: «Porque cuanto más se unan en estrecha comunión con el Padre, con el Verbo y con el Espíritu, tanto más íntima y fácilmente podrán acrecentar la mutua hermandad» (Ibíd.).

Por eso estamos aquí esta noche provenientes de diferentes países, culturas y tradiciones. Me siento agradecido con Su Gracia Justin Welby, Arzobispo de Canterbury, con el Metropolita Policarpo, en representación del Patriarcado Ecuménico, y con todos ustedes, que hacen presentes a muchas comunidades cristianas. Dirijo un saludo especial a los miembros de la Comisión mixta internacional para el diálogo teológico entre la Iglesia católica y las Iglesias ortodoxas orientales, que celebran el XX aniversario de su camino, y a los Obispos católicos y anglicanos que participan en el encuentro de la Comisión internacional para la Unidad y la Misión.

Es hermoso que hoy con mi hermano, el Arzobispo Justin, podamos conferir a este grupo de Obispos el mandato de seguir testimoniando la unidad querida por Dios para su Iglesia en sus respectivas regiones, caminando juntos «para difundir la misericordia y la paz de Dios en un mundo necesitado» (OBISPOS IARCCUM, Walking Together, Roma, 7 de octubre de 2016). Saludo también a los estudiantes becarios del Comité para la Colaboración Cultural con las Iglesias ortodoxas del Dicasterio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos y a los participantes en las visitas de estudio organizadas para jóvenes sacerdotes y monjes de las Iglesias ortodoxas orientales, y para los estudiantes del Instituto Ecuménico de Bossey del Consejo Ecuménico de las Iglesias. 

Juntos, como hermanos y hermanas en Cristo, imploremos con Pablo diciendo: “¿Qué debemos hacer, Señor?”. Y al hacer esta súplica ya tenemos una respuesta, porque la primera respuesta es la oración. Rezar por la unidad es la primera tarea de nuestro camino. Y es una tarea santa, porque es estar en comunión con el Señor, que rogó al Padre ante todo por la unidad. Y sigamos rezando también por el fin de las guerras, especialmente en Ucrania y en Tierra Santa. Saludo asimismo al amado pueblo de Burkina Faso, en particular a las comunidades que allí prepararon el material para la Semana de Oración por la Unidad. Que el amor al prójimo sustituya la violencia que aflige a ese país. 

«“¿Qué debo hacer, Señor?”. Y el Señor —narra Pablo— me dijo: “Levántate y ve a Damasco”» (Hch 22, 10). Levántate, nos dice Jesús a cada uno de nosotros y a nuestra búsqueda de unidad. Levantémonos entonces, en nombre de Cristo, de nuestros cansancios y de nuestras costumbres, y continuemos, vayamos adelante, porque Él lo quiere, y lo quiere «para que el mundo crea» (Jn 17,21). Oremos, pues, y sigamos adelante, porque esto es lo que Dios desea de nosotros. 

¿Qué es la Epiclesis y por qué se dice que es la que hace venir a Jesús al pan y al vino?


La Epíclesis es un término fascinante y lleno de significado en nuestra liturgia, y estoy emocionado de poder compartir contigo sobre ello.

Primero que nada, déjame explicarte que la Epíclesis es una parte crucial de la celebración de la Eucaristía. Es un momento especial durante la Misa en el que pedimos al Espíritu Santo que descienda sobre los dones del pan y el vino, transformándolos en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. La palabra "Epíclesis" proviene del griego y significa invocación o llamada sobre algo. En este caso, es una invocación al Espíritu Santo para que haga su obra santificadora en la ofrenda.

Si nos sumergimos un poco en las Escrituras, encontramos raíces bíblicas profundas para entender la Epíclesis. En el Antiguo Testamento, vemos cómo el Espíritu Santo se movía sobre las aguas en la creación (Génesis 1:2), y en el Nuevo Testamento, la promesa de Jesús de enviar al Consolador, el Espíritu Santo, a sus discípulos es fundamental (Juan 14,16-17).

En el contexto de la Eucaristía, la Epíclesis nos conecta con la promesa de Jesús de estar con nosotros siempre, hasta el fin del mundo (Mateo 28:20). Cuando invocamos al Espíritu Santo sobre el pan y el vino, estamos reconociendo que no es simplemente un rito simbólico, sino un acto divino de presencia real de Cristo en la Eucaristía.

La Epíclesis no se trata de "hacer venir" a Jesús a la hostia en el sentido de que Él esté ausente antes de este momento. Más bien, es un recordatorio y una invocación para que el Espíritu Santo transforme los dones para que, de manera misteriosa pero real, podamos experimentar la presencia viva de Cristo en el Sacramento.

En el Catecismo de la Iglesia Católica, podemos encontrar una hermosa explicación sobre la Eucaristía y la Epíclesis en los números 1352 y 1353. Se nos enseña que la Epíclesis es una invocación al Espíritu Santo para que santifique los dones, haciendo presente el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Aquí, la Iglesia nos recuerda que la Eucaristía es la "fuente y cima de la vida cristiana" (Catecismo de la Iglesia Católica, 1324) y que en este sacramento, "la Iglesia expresa su fe en la efusión del Espíritu Santo y su acción transformadora en el pan y el vino" (Catecismo de la Iglesia Católica, 1353).

Ahora bien, es esencial comprender que el Misterio Eucarístico va más allá de nuestra capacidad de comprensión humana. La presencia de Jesús en la Eucaristía es un misterio que creemos y celebramos con fe. La Epíclesis, al invocar al Espíritu Santo, nos ayuda a sumergirnos más profundamente en este misterio y a reconocer la acción divina en la celebración de la Misa.

En nuestra amistad con Jesús, la Eucaristía se convierte en un momento especial de encuentro íntimo. La Epíclesis, al invocar al Espíritu Santo, nos recuerda que este encuentro va más allá de lo meramente físico o simbólico. Es un encuentro espiritual y sacramental en el que el mismo Cristo resucitado se nos da como alimento para fortalecernos en nuestro camino de fe.

Entendamos la Epíclesis como una invitación amorosa al Espíritu Santo para que transforme estos simples elementos del pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Jesús mismo nos aseguró: "El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día" (Juan 6:54). Así que, en la Epíclesis, estamos participando en el misterio de la vida eterna que Jesús nos ofrece.

En resumen, la Epíclesis es como el toque final, la bendición divina que hace que esta ofrenda de pan y vino se convierta en el regalo inigualable de la presencia real de Cristo en la Eucaristía. Al invocar al Espíritu Santo, estamos abriendo nuestro corazón a la acción de Dios, permitiendo que la gracia divina transforme nuestra comunión en algo sagrado y trascendental.

Espero que esta charla haya iluminado un poco más sobre el hermoso significado de la Epíclesis en nuestra fe católica. Estoy aquí para cualquier otra pregunta o reflexión que desees compartir. ¡Que la paz de Cristo esté contigo siempre!

Autor: Padre Ignacio Andrade.

¿Siempre se usaron hostias para la Comunión Eucarística?


La Eucaristía es el corazón y la cumbre de nuestra fe católica. Recordemos que en la Última Cena, Jesús tomó pan, lo bendijo, lo partió y dijo a sus discípulos: "Tomad, comed, esto es mi cuerpo" (Mateo 26:26). De esta manera, instituyó el Sacramento de la Eucaristía, en el cual el pan y el vino se transustancian en su cuerpo y su sangre. Este acontecimiento se repite en cada celebración eucarística, donde el sacerdote, en el papel de Cristo, pronuncia las palabras de consagración.

Ahora bien, respecto al tipo de pan utilizado, es interesante notar que en los primeros tiempos de la Iglesia, la forma del pan utilizado en la Eucaristía variaba. No se usaban exclusivamente hostias tal como las conocemos hoy en día. En los primeros siglos, el pan para la Eucaristía se hacía de diversas maneras, aunque siempre cumpliendo con ciertos requisitos litúrgicos.

En los primeros siglos de la Iglesia, se utilizaba pan común, pero con una gran importancia en su calidad. Se buscaba que fuera pan ázimo, es decir, sin levadura, para simbolizar la pureza y la ausencia de pecado. Este detalle es relevante porque en la Escritura, la levadura a menudo simboliza el pecado y la corrupción (1 Corintios 5,6-8). La elección de pan sin levadura subraya la pureza de Cristo y de la Eucaristía misma.

Con el tiempo, la Iglesia comenzó a estandarizar la forma y el tipo de pan utilizado en la Eucaristía, y se adoptó el uso de hostias, que son pequeñas obleas redondas elaboradas específicamente para este propósito. La forma de la hostia, su tamaño y la forma en que se elabora están reguladas por la Iglesia para asegurar la adecuada celebración del misterio eucarístico.

Esta transición hacia el uso de hostias puede haber sido motivada por la necesidad de garantizar una forma más práctica y manejable del pan consagrado, especialmente en grandes asambleas litúrgicas. Las hostias también facilitan la distribución de la Comunión a un gran número de fieles de manera ordenada.

La Iglesia, a lo largo de los siglos, ha mantenido la esencia de la Eucaristía, independientemente de la forma específica del pan utilizado. Lo esencial es la consagración del pan y del vino, que se convierten verdaderamente en el cuerpo y la sangre de Cristo. La hostia es simplemente el medio por el cual se presenta este regalo divino a los fieles.

En el Catecismo de la Iglesia Católica, encontramos afirmaciones que subrayan la importancia de la materia utilizada en la Eucaristía. En el numeral 1412, se expresa: "El pan y el vino se presentan en la Eucaristía como 'lo necesario para el sacrificio'. [...] Por la consagración se realiza la transustanciación del pan y del vino en el cuerpo y la sangre de Cristo."

Además, en el numeral 1333 del Catecismo, se destaca: "En la anáfora que se llama propiamente eucarística, gracias a las palabras de Cristo y a la invocación del Espíritu Santo, se hace presente el cuerpo y la sangre del mismo Cristo todo entero bajo las especies de pan y de vino."

Estas citas nos recuerdan la importancia de utilizar elementos apropiados y consagrados para la Eucaristía, elementos que, a través de las palabras de Cristo y la acción del Espíritu Santo, se convierten verdaderamente en el cuerpo y la sangre de Cristo.

Es fundamental comprender que la Iglesia, en su sabiduría, ha adaptado ciertos aspectos externos de la celebración eucarística a lo largo del tiempo para acomodarse a las necesidades y circunstancias de la comunidad cristiana. La esencia del misterio eucarístico, sin embargo, permanece inalterada y se transmite fielmente de generación en generación.

Lo más importante es recordar que, independientemente de la forma específica del pan, la Eucaristía sigue siendo el mismo Cristo presente entre nosotros. ¡Que este misterio nos llene de asombro y nos acerque más a nuestro Señor Jesús! Si tienes más preguntas o si hay algo específico que te gustaría saber, estoy aquí para ayudarte. ¡Bendiciones!

Autor: Padre Ignacio Andrade.

¿Desde cuando Roma es la Sede Apostólica de la Iglesia Universal?


Para entender desde cuándo Roma es la Sede Apostólica, es necesario remontarnos al mismo corazón de la Iglesia primitiva. Jesús, nuestro amado Salvador, encomendó a San Pedro una misión especial cuando dijo: "Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos" (Mateo 16,18-19).

Este pasaje es crucial porque establece la autoridad de Pedro como el fundamento de la Iglesia. Aquí, en estas palabras, encontramos la primera indicación de la conexión especial entre Pedro y la ciudad de Roma. Ahora, ten en cuenta que este evento ocurrió durante el ministerio terrenal de Jesús, alrededor del año 30 d.C.

Después de la Resurrección y Ascensión de nuestro Señor, Pedro, siguiendo la dirección divina, se convirtió en el líder visible de la Iglesia primitiva. En ese entonces, las comunidades cristianas se extendían por todo el mundo conocido, y era fundamental contar con un punto de unidad. Aquí es donde entra en escena la ciudad de Roma.

Roma, como centro del Imperio Romano, desempeñaba un papel crucial en la expansión del cristianismo. La tradición y los escritos de los primeros padres de la Iglesia nos cuentan que Pedro llegó a Roma y allí ejerció su ministerio. La evidencia bíblica no entra en detalles específicos sobre este viaje, pero la tradición y testimonios de los primeros cristianos respaldan la presencia de Pedro en la ciudad eterna.

Ahora, la Sede Apostólica no se establece simplemente porque Pedro estuvo en Roma, sino porque él, como el primero entre los apóstoles, murió allí como mártir por la fe. Pedro y Pablo, otro apóstol crucial, sufrieron el martirio en Roma alrededor del año 64-67 d.C. Esta conexión, este testimonio supremo de amor y fidelidad a Cristo, contribuyó significativamente a que Roma se consolidara como la Sede Apostólica.

En este punto, podrías preguntarte: "¿Qué es exactamente la Sede Apostólica?" Bueno, la Sede Apostólica se refiere al lugar donde reside el obispo sucesor de Pedro, el Papa. La palabra "sede" proviene del latín "sedes", que significa "asiento" o "trono". Así que, la Sede Apostólica en Roma es el lugar donde el Papa, como sucesor de San Pedro, ejerce su autoridad espiritual y pastoral sobre la Iglesia.

La historia nos muestra que a lo largo de los siglos, los Papas han desempeñado un papel fundamental en la preservación y transmisión de la fe cristiana. Han enfrentado desafíos, han guiado a la Iglesia a través de tiempos difíciles y han sido testigos de la expansión del cristianismo por todo el mundo.

La consolidación de Roma como la Sede Apostólica también se ve respaldada por la sucesión apostólica, un principio fundamental en la Iglesia católica. La sucesión apostólica se refiere a la transmisión ininterrumpida de la autoridad apostólica desde los apóstoles hasta los obispos actuales, a través de la imposición de manos.

En el caso de Roma, los Papas actuales son considerados sucesores legítimos de Pedro, quien, como mencionamos anteriormente, recibió una misión especial de Jesús. Esta sucesión apostólica es un testimonio tangible de la continuidad de la fe a lo largo de los siglos y refuerza la posición única de Roma como la Sede Apostólica.

Si nos aventuramos aún más en la historia, encontraremos momentos cruciales en los que la Sede Apostólica en Roma ha sido reconocida y respetada incluso por aquellos fuera de la fe católica. Por ejemplo, el Concilio de Nicea en el año 325 d.C. reconoció la posición primacial de la Iglesia de Roma dentro del contexto eclesial.

Además, el Catecismo de la Iglesia Católica, que es una magnífica compilación de la enseñanza católica, nos habla de la importancia de la Sede Apostólica en el contexto de la Iglesia. El Catecismo, en el párrafo 882, cita el Concilio Vaticano I y afirma: "El Papa, obispo de Roma y sucesor de San Pedro, 'es el principio y fundamento perpetuo, visible de unidad, tanto de los obispos como de la muchedumbre de los fieles'" (CIC 882).

Esto resalta la centralidad del Papa como un punto de unidad para la Iglesia católica, vinculado directamente a la tradición apostólica y a la misión conferida por Cristo a Pedro.

En resumen, la Sede Apostólica en Roma tiene sus raíces en los mismos fundamentos de la Iglesia, en las palabras de Jesús a Pedro. A lo largo de la historia, la conexión entre Pedro y Roma se ha fortalecido, y la Sede Apostólica se ha consolidado como un faro de unidad y guía espiritual para la Iglesia católica.

Así que, mi querido amigo, al explorar la historia de la Sede Apostólica en Roma, nos sumergimos en la riqueza de nuestra fe, recordando la fidelidad de aquellos que han precedido y la responsabilidad que compartimos como miembros de la Iglesia. Que esta breve charla haya iluminado un poco más el maravilloso misterio de la Sede Apostólica en Roma. ¡Que Dios te bendiga siempre!

Autor: Padre Ignacio Andrade.

¿Jehová significa "Dios de la destrucción" o "Dios destructor"?


La palabra "Jehová" es una forma incorrecta de pronunciar y escribir el Tetragrama YHWH, el nombre sagrado de Dios en el Antiguo Testamento. Cuando los antiguos escribas hebreos transcribían las Escrituras, evitaban pronunciar el nombre de Dios por respeto y temor reverencial. En cambio, utilizaban las consonantes YHWH y agregaban las vocales de la palabra "Adonai" (Señor en hebreo) para indicar que debía leerse "Adonai" en lugar del nombre divino.

Con el tiempo, cuando las personas empezaron a leer las Escrituras en lenguas occidentales que carecían de los sonidos de las consonantes hebreas, surgieron intentos de vocalizar el Tetragrama. Así, se formó la palabra "Jehová" como una combinación de las consonantes YHWH y las vocales de "Adonai". Sin embargo, es importante destacar que "Jehová" no es una palabra hebrea auténtica y no tiene significado propio en el idioma original.

Se que hay algunos laicos católicos que afirman que "Jehová" significa "Dios destructor", pero con toda honestidad y sinceridad tengo que afirmar que me parece que eso surge de un intento por descalificar el nombre de Jehová que usan muchos grupos protestantes para referirse a Dios.

La teoría es que Jehová provendría de Yeho=Yahvéh y A'avadh=destruir. El detalle es que la palabra Jehová no es una palabra hebrea, por tanto no se puede hacer una traducción desde la misma al español, y como ya lo expliqué antes, Jehová proviene de introducir vocales al tetragrama YHWH y no a la palabra Yahvéh.

Por tanto, la cuestión del significado de "Jehová" como "Dios de la destrucción" o "Dios destructor" es un malentendido. No hay base lingüística o teológica que respalde esta interpretación. Es más bien una confusión que ha surgido debido a la combinación de elementos que no son originales en la lengua hebrea.

Para entender más claramente el nombre divino, es útil volvernos hacia el mismo Dios que se revela en las Escrituras. El Catecismo de la Iglesia Católica nos enseña que el nombre divino, revelado a Moisés en el monte Sinaí, expresa la relación íntima que Dios quiere tener con su pueblo:

"El nombre divino, revelado a Moisés, expresa la realidad íntima de Dios que es la fidelidad y la plenitud del amor, pues sucederá que si el hombre peca, Dios le será siempre fiel. [...] Al dar a conocer su nombre, Dios revela al mismo tiempo su fidelidad que es de la naturaleza de la verdad y de la fidelidad." (Catecismo de la Iglesia Católica, 2143)

Así, el nombre de Dios revela su fidelidad, amor y constante presencia en la vida de su pueblo. No tiene connotaciones destructivas ni malignas. Más bien, subraya la relación personal y comprometida que Dios busca con cada uno de nosotros.

En el Evangelio según San Juan, Jesús utiliza diversas expresiones para referirse a sí mismo y a su relación única con el Padre. Jesús revela la íntima conexión que tiene con el Dios que le envió:

"Jesús les respondió: —Mi Padre sigue trabajando, y yo también trabajo. Por eso los judíos se esforzaban aún más por matarlo, porque no solo violaba el sábado, sino que llamaba a Dios su propio Padre, igualándose así con Dios." (Juan 5,17-18)

Aquí, Jesús habla de Dios como su "Padre". Esta relación filial revela la naturaleza amorosa y paternal de Dios. A lo largo del Nuevo Testamento, Jesús continúa revelando la naturaleza divina como un Dios de amor, misericordia y redención.

En la oración del Padre Nuestro, que es central en la vida del creyente, Jesús nos enseña a dirigirnos a Dios como "Padre". Esta revelación es revolucionaria y única en el contexto religioso de la época. Jesús no presenta a Dios como un ser distante y temible, sino como un Padre amoroso que desea la comunión con sus hijos:

"Vosotros, pues, orad así: 'Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre.'" (Mateo 6,9)

Este pasaje destaca la santidad del nombre de Dios, invitándonos a reconocer y respetar la grandeza de su ser. El nombre divino no es un mero título, sino una expresión de la relación profunda y sagrada que Dios desea tener con nosotros.

En el Catecismo de la Iglesia Católica, encontramos la enseñanza sobre el respeto al nombre de Dios:

"El segundo mandamiento prescriba el respeto debido al nombre de Dios y prohíbe su uso sin respeto. [...] El nombre de Dios es santo." (Catecismo de la Iglesia Católica, 2142)

Este pasaje subraya la importancia de tratar el nombre de Dios con reverencia y respeto. No se trata simplemente de una palabra, sino de una expresión de la santidad divina.

En resumen, mi querido amigo, el nombre "Jehová" no tiene un significado propio en hebreo y no se traduce como "Dios de la destrucción" o "Dios destructor". Es una interpretación errónea que ha surgido de intentos de vocalizar el Tetragrama de manera incorrecta. El verdadero significado del nombre divino, YHWH, se revela en las Escrituras como una expresión de la fidelidad, amor y relación íntima que Dios desea tener con su pueblo. Recordemos siempre tratar el nombre de Dios con reverencia, reconociendo su santidad y comprometiéndonos a vivir en comunión con el Padre celestial que nos ama infinitamente.

Autor: Padre Ignacio Andrade.

Oración para implorar por una mejor economía en la familia


Oh Señor Jesucristo, fuente inagotable de misericordia y amor, acudimos humildemente a Ti en nuestra angustia y desesperación. En este momento de incertidumbre financiera, depositamos nuestras cargas a tus pies, reconociendo nuestra dependencia absoluta de Tu divina providencia.

Virgen María, Madre tierna y compasiva, te imploramos que intercedas ante tu Hijo amado. Reina de la Paz, guía nuestros pasos en medio de la tormenta económica, bríndanos consuelo en la penuria y fortaleza para superar las adversidades.

Espíritu Santo, soplo divino que todo lo renueva, ilumina nuestras mentes y corazones para tomar decisiones sabias y justas en el ámbito financiero que nos ayuden a contar con una mejor situación económica en nuestra familia. Inspíranos a buscar soluciones con humildad y confianza en la guía celestial.

Oh Santísima Trinidad, unimos nuestras súplicas, confiando en Tu infinita bondad y en la promesa de que nunca nos abandonarás. Concédenos la gracia de salir victoriosos de esta prueba, fortalecidos en la fe y agradecidos por Tu constante amor.

Amén.

Oración por las personas que se encuentran hundidas en el satanismo


Oh amado Padre celestial, dirigimos nuestras súplicas a Ti en este momento, elevando nuestras voces en favor de aquellos que se encuentran inmersos en las tinieblas del satanismo. En tu infinita misericordia, te pedimos que extiendas la luz sagrada y redentora de Jesucristo sobre estas almas perdidas. Que la intercesión amorosa de María, Madre de la Gracia, los envuelva con su manto protector, disipando las sombras que oscurecen sus corazones para que lleguen al entendimiento de que Jesús los ama infinitamente y que dio su vida en la cruz para salvarlos y llevarlos a la felicidad eterna en el cielo.

Espíritu Santo, fuente de sabiduría divina, ilumina sus mentes y abre sus corazones a la verdad salvadora de tu amor. Invocamos la poderosa intercesión de San Miguel Arcángel, defensor celestial, para que, con su espada de luz, disipe cualquier influencia maligna que los haya atrapado.

Que estas almas encuentren consuelo y redención en la infinita compasión de Jesucristo, experimentando la libertad que solo Él puede otorgar. Que sus vidas sean transformadas por tu gracia divina, y que, guiados por tu amor, encuentren el camino de regreso a la verdadera luz. Amén.

Mujeres en las aulas eclesiásticas


Hace 50 años estudié la licenciatura en filosofía. Lo hice en mi seminario, con todos los protocolos eclesiásticos de la época. Me enteré de uno cuando cierta amiga, deseosa de cursar esos estudios, preguntó si podía asistir a clases: estaba interesada en aprender de Platón, Tomás de Aquino y Heidegger. Lo consulté con los formadores y la negativa fue inmediata y rotunda.

Por esas mismas fechas, y durante las vacaciones, unos compañeros y yo, apenas saliendo de la adolescencia, fuimos a una cantina. Me sorprendió un ostentoso letrero en la entrada del etílico establecimiento: “Se prohíbe la entrada a uniformados, vendedores ambulantes, menores de edad… y mujeres“.

Paradojas de la vida. Estaba vedado el acceso femenino tanto al templo del dios griego Dionisio -de nombre Baco en la cultura romana- como al recinto en el que vivíamos quienes aspirábamos ser discípulos y ministros del Dios de Jesucristo. ¿A qué se debía tal rechazo?

Muchas eran las explicaciones, pero había una que equiparaba a ambos espacios: la presencia de las mujeres podría provocar reacciones indebidas, pues ellas eran peligrosas.

Y es que tanto los parroquianos -así se les dice a quienes frecuentaban la misma taberna- embriagados por el alcohol, o los seminaristas, aturdidos por las teorías hilemórficas de Aristóteles, podían faltarle al respeto a las damas, tentadoras como Eva lo fue con Adán.

Por fortuna los tiempos han cambiado, y con ellos las disposiciones prohibitivas. En México, por ejemplo, desde el 28 de febrero de 1981 las féminas ya pueden ingresar a esos centros de libación, y no solo como meseras, sino también como clientas. Y el seminario menor de Ourense, en España, abrirá las puertas de sus aulas a las chicas a partir del próximo curso. El seminario de Monterrey, México, ya lo hace desde hace años: en este ciclo hay 17 estudiantes del sexo femenino en filosofía, y cuatro en teología.

Bienvenida esta apertura, en la que todos salimos ganando. La presencia de una colega o varias hará que los seminaristas dejen atrás actitudes infantiles, y se vuelvan más respetuosos. Los profesores, por su parte, deberán asumir un lenguaje incluyente y diferenciado para referirse al alumnado: ‘compañeras’, y no solamente ‘compañeros’.

Pero que sí, que tengan cuidado, porque serán peligrosas. Y no por seductoras, sino porque, de acuerdo a mi experiencia docente de casi 50 años, ellas son más aplicadas y obtienen mejores calificaciones que los varones. Que se resignen pues, los futuros curas, porque les arrebatarán los primeros lugares.

Pro-vocación

Y dale con los cardenales. Ahora resulta que monseñor Fridolin Ambongo Besungu, arzobispo de Kinshasa y presidente del Simposio de Conferencias Episcopales de Africa y Madagascar, no solo logró que el Vaticano eximiera a ese continente de las bendiciones a parejas homosexuales, pues es peligrosa por la cultura antigay reinante -cosa que se comprende para no poner en riesgo a nadie-, sino que también declaró, al blog Le Salon Beige, que en África no hay homosexuales, solo casos aislados, y que si se bendice a alguno de ellos es para ayudarle a convertirse, a cambiar de conducta. En fin.

Autor: Presbítero José Francisco Gómez Hinojosa.

7 temas con los que podemos demostrar a un protestante que la Iglesia católica es la Iglesia de Cristo y cómo sustentarlo bíblicamente


Como sacerdote, me encantaría compartir contigo 7 temas que podrían ayudarte a dialogar con un amigo protestante y demostrarle por qué creemos que la Iglesia Católica es la Iglesia de Cristo y cómo sustentarlo bíblicamente.

1. La Tradición y la Escritura:

Para respaldar la importancia de la Tradición y la Escritura, podemos destacar que la Biblia misma nos insta a seguir la Tradición apostólica. En 2 Tesalonicenses 2,15, San Pablo escribe: "Así que, hermanos, manteneos firmes y retened las enseñanzas que os dimos, de palabra o por carta". Aquí, vemos que no solo las cartas (la Escritura) son importantes, sino también las enseñanzas transmitidas de palabra (la Tradición).

2. La Eucaristía:

La base bíblica para la Eucaristía se encuentra en los relatos de la Última Cena en los Evangelios (Mateo 26,26-28, Marcos 14,22-24, Lucas 22,19-20). Jesús no habló simbólicamente, sino que dijo claramente: "Este es mi cuerpo" y "Esta es mi sangre". Al enfocarnos en estas palabras, podemos subrayar la realidad de la presencia de Cristo en la Eucaristía.

3. La sucesión apostólica:

En cuanto a la sucesión apostólica, podemos recordar las palabras de Jesús a Pedro en Mateo 16,18-19, donde le confía las llaves del reino de los cielos y establece la Iglesia sobre él. Este pasaje respalda la idea de una autoridad continua en la Iglesia, transmitida de generación en generación.

4. La intercesión de María y los santos:

Para respaldar la intercesión de María y los santos, podemos señalar que en las bodas de Caná (Juan 2,1-11), María intercede ante Jesús por el problema del vino. Además, Santiago 5:16 nos anima a "orar unos por otros", lo cual es una base bíblica para pedir la intercesión de aquellos que están más cerca de Dios.

5. El sacramento de la reconciliación:

La institución del sacramento de la reconciliación por parte de Jesús se encuentra en Juan 20,22-23, donde le da a los apóstoles el poder de perdonar pecados. Al resaltar este pasaje, mostramos que la confesión no es una invención posterior, sino una continuación de la autoridad dada por Jesús mismo a la Iglesia para perdonar pecados en su nombre.

6. El papel de la Iglesia en la interpretación de la Escritura:

En cuanto a la interpretación de la Escritura, podemos referirnos a 2 Pedro 1,20, que dice: "Ninguna profecía de la Escritura es de interpretación privada". Esto sugiere que no podemos interpretar la Biblia solo de manera personal, sino que necesitamos la guía de la Iglesia.

7. La unidad en la diversidad:

Para respaldar la idea de unidad en la diversidad, podemos recordar las palabras de San Pablo en 1 Corintios 12,12, donde compara a la Iglesia con el cuerpo de Cristo y destaca la diversidad de dones y funciones dentro de esa unidad. Esto muestra que la diversidad no es un obstáculo, sino un reflejo de la riqueza del plan divino.

Al utilizar estos fundamentos bíblicos, podemos mostrar a nuestro amigo protestante que nuestras creencias no son simplemente tradiciones humanas, sino que están arraigadas en la Palabra de Dios y en la enseñanza apostólica. Recordemos siempre abordar estas conversaciones con amor, respeto y humildad, reconociendo que todos estamos en un viaje hacia la comprensión plena de la verdad divina. 

Autor: Padre Ignacio Andrade

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