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¿Cómo será la Resurrección de los muertos de la que habla el Credo?


¡Qué tema tan interesante! La resurrección de los muertos, esa verdad que afirmamos cada vez que rezamos el Credo, es una de las promesas más grandes que Dios nos ha hecho, y una de las más misteriosas también. Sabemos que nuestra vida no termina con la muerte, y que hay algo más allá, pero ¿cómo será eso de "resucitar de entre los muertos"? Vamos a verlo con calma, como si estuviéramos platicando después de Misa.

La esperanza de la resurrección

Primero, hay que entender que esta idea de la resurrección no es algo que se le ocurrió a los cristianos de la nada. Viene de las Escrituras, de las promesas que Dios ha hecho a lo largo de la historia. En el Antiguo Testamento, ya vemos vislumbres de esta esperanza. Por ejemplo, en el libro de Daniel, se menciona algo muy cercano a la idea de la resurrección: "Muchos de los que duermen en el polvo de la tierra se despertarán, unos para la vida eterna, otros para el oprobio, para el horror eterno" (Daniel 12,2). Y también hay otros pasajes, como en el libro de Job, donde él dice: "Yo sé que mi Redentor vive, y que al final se alzará sobre el polvo; y después de mi piel, después de haber sido destruida, veré a Dios en mi carne" (Job 19,25-26). Job está hablando aquí de ver a Dios en su carne, lo cual nos lleva a la idea de que la resurrección no es solo una cosa espiritual, sino algo corporal.

Ya en el Nuevo Testamento, la resurrección cobra un sentido pleno gracias a Jesús. Él mismo lo dijo varias veces: "Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque muera, vivirá" (San Juan 11,25). Aquí es donde vemos más claramente que la resurrección es una realidad que implica nuestra participación en la vida eterna de Dios. Y, por supuesto, el hecho central de nuestra fe es la resurrección de Jesús. San Pablo lo dice clarito: "Si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra fe" (1 Corintios 15,14). Así que la resurrección no es un extra, es la pieza central de nuestra esperanza cristiana.

¿Qué significa que resucitaremos?

Cuando decimos en el Credo que creemos en "la resurrección de los muertos", estamos diciendo que creemos que después de la muerte, Dios nos devolverá la vida, pero no cualquier vida, sino una vida gloriosa. San Pablo también nos da pistas sobre cómo será esto: "Así también la resurrección de los muertos. Se siembra en corrupción, resucita en incorrupción; se siembra en deshonra, resucita en gloria; se siembra en debilidad, resucita en poder; se siembra un cuerpo natural, resucita un cuerpo espiritual" (1 Corintios 15,42-44). Es como una transformación: el cuerpo que tenemos ahora, que es frágil, corruptible, limitado, será transformado en algo glorioso, inmortal.

Ahora, ¿cómo será ese cuerpo resucitado? Esa es la gran pregunta. Aunque no podemos saber exactamente todos los detalles, Jesús nos da un buen ejemplo con su propia resurrección. Cuando Él resucitó, tenía un cuerpo real, físico, que podía tocarse (acuérdate de Tomás tocando sus heridas), podía comer, pero también podía aparecer y desaparecer, atravesar puertas cerradas... era un cuerpo glorificado. No estamos hablando de un simple regreso a la vida como la conocemos ahora, sino de una vida nueva, transformada por el poder de Dios. ¡Eso suena bastante emocionante!

¿Qué pasa con los que ya murieron?

Una duda muy común es: ¿qué pasa con los que ya murieron? ¿Están dormidos esperando la resurrección? ¿O ya están en el cielo o en otro lugar? La respuesta es que, aunque los cuerpos están en la tierra, el alma sigue viva. El Catecismo nos enseña que "la muerte es la separación del alma del cuerpo, pero en la resurrección Dios dará vida incorruptible a nuestro cuerpo transformado, reuniéndolo con nuestra alma" (CIC 997). Así que los que han muerto en gracia ya están con Dios, pero esperan la resurrección final, cuando recibirán su cuerpo glorioso.

Es importante recordar que hay un juicio después de la muerte, y según las decisiones que tomamos en esta vida, nuestra alma irá al cielo, al purgatorio (si necesita purificación), o al infierno (si rechaza definitivamente a Dios). Pero la resurrección de los muertos será el momento en que, al final de los tiempos, todos los cuerpos resucitarán y se unirán a sus almas para el juicio final. Ahí es donde se cumplirá esa promesa de Dios de hacer nuevas todas las cosas (Apocalipsis 21,5).

¿Cuándo será la resurrección?

La resurrección de los muertos ocurrirá al final de los tiempos, cuando Cristo vuelva en gloria. En ese momento, todos resucitaremos: los que hayan hecho el bien, para la vida eterna, y los que hayan hecho el mal, para la condenación eterna (San Juan 5,28-29). El "cómo" y el "cuándo" exactos son un misterio, pero lo que sabemos es que será un momento de justicia y misericordia divina, donde cada uno recibirá según sus obras. Por eso, San Pablo nos exhorta a vivir siempre preparados: "El día del Señor vendrá como ladrón en la noche" (1 Tesalonicenses 5,2).

¿Cómo prepararnos para la resurrección?

La mejor manera de prepararnos para la resurrección es vivir cada día en amistad con Dios. Jesús nos dejó los sacramentos, que nos fortalecen en el camino, y especialmente la Eucaristía, que es ya un anticipo de esa vida gloriosa que esperamos. Cuando comulgamos, recibimos el Cuerpo glorificado de Cristo, y eso nos une a Él de una manera muy profunda. San Ignacio de Antioquía, un mártir de los primeros siglos, llamaba a la Eucaristía "la medicina de la inmortalidad". ¡Qué hermoso! La Eucaristía nos va preparando para esa vida eterna con Dios.

También es clave vivir la caridad. San Juan de la Cruz dijo que al final de la vida seremos juzgados en el amor. Si vivimos amando a Dios y a los demás, estamos asegurando un buen destino para la eternidad. Y si alguna vez caemos, ahí está la Confesión para levantarnos y seguir adelante.

Conclusión

La resurrección de los muertos no es solo una idea lejana, es la esperanza que nos llena de fuerza para vivir cada día en este mundo. Sabemos que nuestra historia no termina con la muerte, sino que está destinada a una vida gloriosa con Dios. Jesús, al resucitar, nos abrió el camino, y nosotros estamos invitados a seguirlo, a través de una vida de fe, sacramentos y amor.

Así que, amigo, aunque la muerte pueda parecer el final, ¡es solo el principio de algo increíble! Mantengamos nuestra esperanza puesta en Cristo, y vivamos cada día como una preparación para ese encuentro final con Dios, cuando, con cuerpos glorificados, seremos parte de su Reino para siempre. ¡Esa es nuestra verdadera meta!

Autor: Padre Ignacio Andrade.

¿Qué significa "Dios verdadero de Dios verdadero" en el Credo?


Qué bueno que me hagas esa pregunta tan importante sobre el Credo. Es algo que todos nosotros, como católicos, recitamos en la Misa y en otras ocasiones importantes de nuestra vida de fe, pero a veces no profundizamos lo suficiente en lo que estamos diciendo. Así que, vamos a desglosar ese pedacito del Credo que dice "Dios verdadero de Dios verdadero".

Cuando decimos "Dios verdadero de Dios verdadero", estamos afirmando una verdad fundamental de nuestra fe: que Jesucristo, el Hijo de Dios, es verdaderamente divino y que proviene del mismo ser que el Padre. Esto es algo crucial porque nos recuerda la naturaleza única y eterna de Jesús como el Hijo de Dios.

Para entender mejor esto, es útil mirar lo que la Iglesia nos enseña en el Catecismo. En el párrafo 468, el Catecismo de la Iglesia Católica nos dice: "El confesar que el Hijo es consubstancial al Padre es afirmar que él es de la misma substancia que el Padre, es decir, uno solo Dios con Él".

Esto significa que Jesucristo comparte la misma naturaleza divina que el Padre. No es simplemente un hombre excepcional o un gran profeta, sino que es Dios mismo, hecho hombre por amor a nosotros. Y cuando decimos "Dios verdadero de Dios verdadero", estamos subrayando esta verdad: Jesucristo no es una especie de reflejo de Dios, ni es una mera criatura elevada, sino que es verdaderamente Dios en sí mismo, igual al Padre en su divinidad.

Ahora, ¿por qué es importante entender esto? Bueno, primero que todo, nos ayuda a comprender la profundidad del amor de Dios por nosotros. Al enviar a su Hijo, Jesucristo, al mundo, Dios nos está revelando su propio ser divino. Como dice el Evangelio de Juan (San Juan 3.16): "Porque tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna".

Cuando entendemos que Jesucristo es "Dios verdadero de Dios verdadero", podemos apreciar mejor el sacrificio que hizo por nosotros en la cruz. No fue simplemente un hombre bueno que murió trágicamente; fue el Hijo de Dios, quien se entregó por completo por amor a nosotros, para redimirnos del pecado y reconciliarnos con el Padre.

Además, comprender la divinidad de Jesucristo nos ayuda a entender mejor su papel en nuestra salvación. Como Dios hecho hombre, Jesús es el único mediador entre Dios y los hombres (1 Timoteo 2,5). Él es nuestro puente hacia el Padre, nuestra única esperanza de salvación.

Entonces, la próxima vez que recites el Credo y llegues a la parte que dice "Dios verdadero de Dios verdadero", recuerda lo que realmente estás afirmando: que Jesucristo es el Hijo de Dios, igual al Padre en su divinidad, quien vino al mundo por amor a nosotros, para mostrarnos el camino hacia la vida eterna.

Espero que esta explicación te haya ayudado a comprender mejor esta verdad de nuestra fe, mi amigo. Si tienes más preguntas o si hay algo más en lo que pueda ayudarte, no dudes en decírmelo. Estoy aquí para ti en tu camino de fe. ¡Que Dios te bendiga abundantemente!

Autor: Padre Ignacio Andrade.

¿Qué significa "engendrado, no creado" en el Credo?


¿Qué significa "engendrado, no creado" en el Credo?

Esta frase es realmente profunda y nos ayuda a comprender mejor la naturaleza de Jesucristo.

Cuando decimos que Jesucristo es "engendrado, no creado", estamos afirmando su divinidad y su relación única con Dios Padre. Esta expresión nos lleva al corazón mismo de la doctrina cristiana sobre la Santísima Trinidad.

Veamos un poco más de cerca lo que significa esta frase. En primer lugar, la palabra "engendrado" nos habla de la relación eterna entre el Padre y el Hijo en la Trinidad. Desde toda la eternidad, el Hijo es engendrado por el Padre. Esta no es una generación en el sentido humano, sino una expresión de la relación íntima y perfecta que existe entre las tres personas de la Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Para entender mejor esto, podemos mirar lo que nos enseña el Catecismo de la Iglesia Católica. En el párrafo 240, el Catecismo nos dice: "La generación eterna del Hijo respecto al Padre se distingue de la procesión del Espíritu Santo, pero el modo de ser de la generación en el cual el Hijo procede del Padre es común al modo de ser de la procesión del Espíritu Santo desde el Padre. 'La generación eterna del Hijo' del Padre a través del amor que es el Espíritu Santo." Esto significa que la relación entre el Padre y el Hijo está inseparablemente ligada al amor que existe entre ellos, que es el Espíritu Santo.

Ahora, ¿qué significa decir que Jesucristo es "no creado"? Esto nos recuerda que Jesucristo es Dios de la misma sustancia que el Padre, es decir, es consustancial con el Padre. A diferencia de las criaturas creadas por Dios, que tienen un origen en el tiempo y el espacio, Jesucristo es eterno y no tiene principio ni fin. Él existe desde toda la eternidad como el Hijo de Dios.

Esta verdad sobre la naturaleza de Jesucristo es fundamental para nuestra fe cristiana. Nos dice que Jesucristo no es simplemente un hombre extraordinario o un gran maestro, sino que es verdaderamente Dios hecho hombre. En el Evangelio de Juan, encontramos estas palabras maravillosas que nos hablan de la divinidad de Jesucristo: "En el principio ya existía el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios... Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros" (Juan 1.1, 14).

La Encarnación es el misterio en el que la Palabra eterna de Dios se hace carne en Jesucristo. Dios, en su infinito amor y misericordia, decide venir a nosotros en la persona de su Hijo para salvarnos y reconciliarnos con Él. Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre, una sola persona con dos naturalezas: divina y humana. Esta es una verdad asombrosa que nos invita a maravillarnos ante el amor increíble de Dios por nosotros.

Entonces, cuando decimos que Jesucristo es "engendrado, no creado", estamos afirmando su divinidad y su relación única con el Padre en la Trinidad. También estamos reconociendo que Jesucristo es eterno y consustancial con el Padre, es decir, es de la misma sustancia que el Padre.

Esta verdad nos llena de esperanza y alegría, porque nos dice que Dios nos ama tanto que estuvo dispuesto a enviar a su Hijo único para salvarnos. Jesucristo, como el Verbo encarnado, nos revela el amor infinito de Dios y nos muestra el camino hacia la salvación y la vida eterna.

Entonces, la próxima vez que recites el Credo y llegues a la parte que dice "engendrado, no creado", recuerda la profundidad de estas palabras y qué significan para nuestra fe. Nos hablan del misterio del amor de Dios revelado en Jesucristo, nuestro Señor y Salvador. Que esta verdad te llene de asombro y gratitud por el regalo inestimable de la salvación que Dios nos ofrece en su Hijo.

Autor: Padre Ignacio Andrade.

Papa Francisco: “Puedes decir el Credo de memoria, pero si tu vida no es consecuente con esto, es inútil”


El Papa, durante la audiencia general, ha puesto como ejemplo al misionero italiano Mateo Ricci y ha invitado a todos los católicos a hacerse una pregunta: “¿Soy coherente o solo más o menos?”

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“Puedes decir el Credo de memoria, puedes decir todas las cosas que creemos, pero si tu vida no es consecuente con esto, es inútil. Lo que atrae a la gente es el testimonio de la coherencia: los cristianos vivimos como lo que decimos y no pretendemos vivir como mundanos. ¡Cuidado con eso!”. Así se ha despachado hoy el papa Francisco durante la audiencia general de los miércoles en una abarrotada plaza de San Pedro. Asimismo, ha invitado a todos los católicos a hacerse una pregunta: “¿Soy coherente o solo más o menos?”.

El Pontífice ha continuado hoy su ciclo de catequesis sobre el celo apostólico poniendo como ejemplo a grandes evangelizadores. El turno hoy es del misionero italiano Mateo Ricci. “Muchos intentos de llegar a China habían fracasado y Mateo tuvo la intuición de prepararse cuidadosamente aprendiendo la lengua y las costumbres chinas, antes de afrontar su misión. Esto le posibilitó entrar en el territorio y con paciencia irse acercando a la capital. Vestido como un erudito, gracias a grandes colaboradores también chinos, fue capaz de ganarse el respeto de todos y hacer llegar el mensaje de Cristo a sus contemporáneos, a través de su vida de piedad y de sus enseñanzas”, ha comenzado señalando Jorge Mario Bergoglio.

Según ha explicado el Papa, “dos recursos, por así decirlo, tenía para conseguir este propósito: por un lado, una actitud de amistad hacia todos, unida a una ejemplaridad de vida que causaba admiración; por otro, una vastísima cultura que era reconocida por sus contemporáneos, y que además supo conjugar con un estudio profundo de los clásicos confucionistas, presentando así el mensaje cristiano perfectamente inculturado”.

“Transmitir el Evangelio sin imposiciones”

Por otro lado, en su saludo a los peregrinos de lengua española ha pedido al Señor que “nos dé la humildad de sabernos acercar a los demás con esa actitud de amistad, respeto y reconocimiento de su cultura y sus valores. Que sepamos acoger todo lo bueno que hay en ellos, como Jesús al encarnarse, para hacernos capaces de hablar su lenguaje. Que no dudemos en ofrecerles todo lo bueno que tenemos, para dar prueba del Amor que nos mueve. Que tengamos la fuerza de vivir con coherencia la fe que profesamos, para transmitir el Evangelio del reino sin imposiciones ni proselitismos”. 

Por último, una audiencia general más, ha puesto en el centro a la “martirizada Ucrania”. “Hoy, último día del mes de mayo, la Iglesia celebra la visita de María a su prima Isabel, por quien es proclamada bienaventurada por haber creído en la palabra del Señor (cf. Lc 1,45 ). Encomendamos a su maternal intercesión a todos los probados por la guerra, especialmente a la querida y martirizada Ucrania que tanto sufre”.

Autor: Rubén Cruz

Fuente: VIDA NUEVA

¿Por qué la Iglesia dice ser Santa en su Credo?


El credo cristiano, también conocido como el Credo de Nicea o el Credo Niceno, es una declaración de fe que se recita en muchas iglesias cristianas durante la misa o el servicio religioso. Una de las líneas del credo dice: "Creo en la Iglesia, una, santa, católica y apostólica".

La Iglesia se describe a sí misma como "santa" en el credo porque se considera que es una comunidad de creyentes que han sido santificados por la gracia de Dios. Según la doctrina cristiana, la Iglesia fue fundada por Jesucristo para ser un lugar de encuentro entre Dios y los hombres, y para ayudar a los fieles a alcanzar la salvación.

La santidad de la Iglesia no se refiere necesariamente a la perfección de sus miembros, sino más bien a su naturaleza divina y su capacidad de ayudar a los fieles a acercarse a Dios y a vivir de acuerdo con los preceptos de Cristo. Los cristianos creen que la Iglesia es santa porque es el cuerpo de Cristo en la Tierra, y como tal, es un reflejo de su santidad y su amor divino.

En resumen, la Iglesia se describe como "santa" en el credo porque se considera que es una comunidad de creyentes santificados por la gracia de Dios, y porque es el cuerpo de Cristo en la Tierra, que refleja su santidad y su amor divino.

La palabra "santo" tiene varias acepciones en el contexto religioso, y en el caso de la Iglesia, se refiere a su naturaleza divina y su capacidad de llevar a los fieles hacia la santidad. Según la doctrina cristiana, la Iglesia es santa porque es la comunidad de creyentes fundada por Jesucristo, quien es el Hijo de Dios y la segunda persona de la Santísima Trinidad. La Iglesia es considerada santa porque es el cuerpo de Cristo en la Tierra, y como tal, está imbuida de su santidad y amor divino.

Esta santidad de la Iglesia no se refiere a la perfección de sus miembros, sino a su capacidad de ayudar a los fieles a acercarse a Dios y a vivir de acuerdo con los preceptos de Cristo. La Iglesia es santa en la medida en que cumple con su misión de llevar el mensaje de Jesucristo a todos los hombres y mujeres del mundo, y de ayudar a los fieles a crecer en santidad y amor.

Además, la santidad de la Iglesia también se manifiesta en los sacramentos que administra, como el Bautismo, la Eucaristía y la Confesión, que son considerados medios de gracia para los fieles. Los sacramentos son signos visibles de la acción de Dios en el mundo, y son administrados por la Iglesia con el fin de llevar a los fieles hacia la santidad y la salvación.

Es importante destacar que, aunque la Iglesia se describe a sí misma como santa, sus miembros no son perfectos, y pueden cometer errores y pecados. Sin embargo, la Iglesia también tiene mecanismos para corregir estos errores y pecados, a través de la confesión, la penitencia y la disciplina. En última instancia, la Iglesia se considera santa porque es la comunidad de creyentes que busca seguir a Cristo y llevar su mensaje de amor y salvación al mundo.

¿Conocías el Credo del Sufrimiento del Beato 'Lolo'?




Credo del Sufrimiento

CREO en el sufrimiento como en una elección y quiero hacer de cada latido, un sí de correspondencia al amor. 
CREO que el sacrificio es un telegrama a Dios con respuesta segura de Gracia. 
CREO en la misión redentora del sufrimiento. Me acercaré a quien sufre como el relicario que guarda el “Lignum-crucis” de la Pasión. 
Doy un margen de fe al dolor en lo que tiene de poda necesaria y viviré en silencio mi hora de germinación, con la esperanza a punto.
CREO en la función útil de la soledad. Los pantanos se hacen en las afueras, para recoger la fuerza del agua y luego devolverla en luces y energía. 
CREO que la acción y sacrificio cristianos se traban como la era y la lumbre de un cirio. Cuanto más pura es una inmolación tanto más resplandeciente su testimonio. 
CREO que la inutilidad física revierte en provecho espiritual de todos. El arco iris de la Redención se tensa desde la inmovilidad de un niño hasta la invalidez que dan los clavos de una Cruz. 

Daré a Dios los panes y los peces de mi corazón para que ÉL los convierta en milagro de salvación para todos.

Árbol de Dios, con raíces y ramas, viviré con las rodillas atornilladas y las manos metidas en las estrellas, encaramando nuestra savia y porteando hacia abajo la cosecha de la Gracia. Amén.

Beato Manuel Lozano Garrido.

10 cosas que todo buen católico debe saber sobre el Credo



1. ¿Por qué se llama ‘Credo’?

Las oraciones suelen recibir el nombre de la palabra o frase con que empiezan. Credo significa ‘creo’ en latín, es la palabra inicial de esta profesión de fe.

2. ¿Por qué se le llama ‘profesión de fe’?

Porque resume la fe que profesamos los cristianos (profesar significa creer y confesar).

3. ¿Por qué también se le llama ‘símbolo de la fe’?

“La palabra griega symbolon significaba la mitad de un objeto partido (por ejemplo un sello) que se presentaba como una señal para darse a conocer.” (CIC #188).

Si, por ejemplo, dos hermanos se tenían que separar por alguna razón, partían a la mitad algún objeto y cada uno conservaba una mitad, de manera que si uno de ellos recibía un enviado que traía la mitad del objeto, podía tener la seguridad de que venía de parte de su hermano. Al escuchar que alguien profesa el mismo ‘símbolo de la fe’ que nosotros, podemos tener la seguridad de que comparte nuestra fe, es nuestro hermano en Cristo.

“Symbolon significa también recopilación, colección o sumario. El ‘símbolo de la fe’ es la recopilación de las principales verdades de la fe.” (CIC # 188).

4. ¿Quién escribió el Credo?

No tiene un autor particular: Viene a nosotros desde los primeros tiempos del cristianismo, y todo lo que afirma se encuentra en la Biblia. “Esta síntesis de la fe no ha sido hecha según las opiniones humanas, sino que de toda la Escritura ha sido recogido lo que hay en ella de más importante, para dar en su integridad la única enseñanza de la fe” (CIC 186).

5. ¿Cuántos de estos símbolos o profesiones de fe hay?

A lo largo de los siglos, en respuesta a las necesidades de las diferentes épocas, ha habido numerosas profesiones o símbolos de la fe, y ninguno puede considerarse superado o inútil porque todos nos ayudan a captar y profundizar la fe (CIC  #192-193).

Destacan dos: ‘El Símbolo de los Apóstoles’ y el ‘Símbolo Niceno-Constantinopolitano’.

6. ¿Qué es el ‘Símbolo de los Apóstoles’?

Es “el resumen fiel de la fe de los apóstoles… Su gran autoridad le viene de que era el que se profesaba en la Iglesia de Roma, sede de Pedro, el primero de los apóstoles” (CIC # 194). Es el más breve.

7. ¿Qué es el ‘Credo Niceno-Constantinopolitano’?

Es el Credo que surgió en los dos primeros Concilios ecuménicos de la Iglesia (en los años 325 y 381), es el más largo. “Sigue siendo el símbolo común a todas las grandes Iglesias de Oriente y Occidente” (CIC # 195).

8. ¿De cuántas partes consta el Credo?

Está dividido en tres grandes partes. La primera trata de Dios Padre Creador; la segunda, de Dios Hijo, Redentor; la tercera, de Dios Espíritu Santo Santificador. (CIC # 190).

9. ¿Cuándo hacemos nuestra primera profesión de fe?

En el Bautismo. Como el Bautismo es dado ‘en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo’ (Mt 28, 19), quien se bautiza profesa su fe en la Santísima Trinidad (ver CIC 189). Si se bautiza un bebé, sus papás y padrinos hacen la profesión en su nombre.

10. ¿Qué implica para un creyente recitar el Credo?

“Recitar con fe el Credo es entrar en comunión con Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, es entrar también en comunión con toda la Iglesia que nos transmite la fe y en el seno de la cual creemos.” (CIC # 197).

Nicea, el primer gran Concilio de la Iglesia, donde nació el Credo y se condenó a Arrio, quien negó que Jesucristo es Dios




PRIMER CONCILIO DE NICEA, DONDE SE FORMULÓ EL CREDO Y SE CONDENÓ LA HEREJÍA DE ARRIO, QUIEN NEGARA QUE JESUCRISTO ES DIOS 

Es el Primer Concilio Ecuménico de la Iglesia Católica, celebrado en el año 325 con motivo de la herejía de Arrio (vea arrianismo). Tan temprano como en los años 320 ó 321, el obispo San Alejandro de Alejandría, convocó un concilio en dicha ciudad en el cual más de cien obispos de Egipto y Libia anatematizaron a Arrio. Pero éste continuó oficiando en su iglesia y reclutando adeptos. Cuando, finalmente, fue expulsado, se dirigió a Palestina y de allí a Nicomedia. 

Durante este tiempo San Alejandro publicó su "Epistola encyclica", que fue contestada por Arrio; a partir de este momento fue evidente que la polémica había llegado más allá de la posibilidad del control humano. Sozomen menciona un Concilio de Bitinia el cual dirigió una encíclica a todos los obispos solicitándoles que recibieran a los arrianos en la comunión de la Iglesia. 

Esta disputa, junto con la guerra que pronto estalló entre Constantino y Licinio, complicó la situación y explica parcialmente el avance del conflicto religioso durante los años 322-323. 

Finalmente, después de haber vencido a Licinio y haberse convertido en emperador único, Constantino se ocupó de restablecer la paz religiosa y el orden civil. Envió cartas a San Alejandro y a Arrio censurando sus acaloradas controversias relativas a asuntos sin importancia práctica y aconsejándoles que se pusieran de acuerdo sin demora. Era evidente que el emperador no se percataba entonces de la importancia de la controversia de Arrio. Hosio de Córdoba, su consejero en asuntos religiosos, llevó la carta imperial a Alejandría, pero fracasó en su misión conciliatoria. Ante esto, el emperador, aconsejado tal vez por Hosio, pensó que no había mejor solución para restaurar la paz en la Iglesia que convocar un concilio ecuménico. 

El propio emperador, en unas cartas muy respetuosas, rogó a los obispos de los distintos países que acudieran sin demora a Nicea. Asistieron al Concilio varios obispos de fuera del Imperio Romano (por ejemplo, de Persia). No se sabe históricamente si el emperador, al convocar el Concilio, actuó por su cuenta y en su propio nombre o si lo hizo de acuerdo con el Papa; sin embargo, es probable que Constantino y el Papa San Silvestre I hubiesen llegado a un acuerdo. 

Para acelerar la organización del Concilio, el emperador puso a disposición de los obispos los medios de transporte públicos y las postas del imperio; incluso, aportó provisiones abundantes para el mantenimiento de los asistentes durante el Concilio. La elección de Nicea fue positiva para facilitar la agrupación de un considerable número de obispos. Era fácilmente accesible para los obispos de casi todas las provincias, pero especialmente para los de Asia, Siria, Palestina, Egipto, Grecia y Tracia. Las sesiones se celebraron en el templo principal y en el salón principal del palacio imperial. Verdaderamente, era necesario un gran espacio para recibir a una asamblea tan numerosa, aunque el número exacto de asistentes no se conoce con certeza. Eusebio de Cesarea habla de más de 250 obispos, y manuscritos árabes posteriores elevan la cifra a dos mil, una evidente exageración que imposibilita conocer el número total aproximado de obispos, así como el de sacerdotes, diáconos y acólitos, que, según se dice, también estaban presentes en gran número. San Atanasio, miembro del Concilio, habla de 300 y en su carta "Ad Afros" menciona explícitamente 318. Esta cifra está aceptada casi universalmente y no parece que haya razón alguna para rechazarla. 

La mayor parte de los obispos presentes eran griegos; entre los latinos solamente conocemos a Hosio de Córdoba, Cecilio de Cartago, Marcos de Calabria, Nicasio de Dijon, Dono de Estridón, en Panonia, y los dos sacerdotes de Roma, Víctor y Vincencio, que representaban al Papa. La asamblea contaba entre sus miembros más famosos a San Alejandro de Alejandría, Eustasio de Antioquía, Macario de Jerusalén, Eusebio de Nicomedia, Eusebio de Cesarea y Nicolás de Mira. Algunos habían padecido durante la última persecución; otros no estaban suficientemente familiarizados con la teología cristiana. Entre los miembros figuraba un joven diácono, Atanasio de Alejandría, para quien este Concilio fue el preludio de una vida de conflictos y de gloria. 

El año 325 es aceptado, sin duda, como el del Primer Concilio de Nicea. Hay poco acuerdo entre nuestras autoridades primitivas respecto al mes y al día de la apertura. Para poder conciliar las indicaciones suministradas por Sócrates y por las Actas del Concilio de Calcedonia, la fecha puede tal vez situarse en el 20 de mayo, y la de la redacción del símbolo en el 19 de junio. Se puede asumir sin muy grande audacia que el sínodo, que se había convocado para el 20 de mayo, celebró reuniones menos solemnes en ausencia del emperador hasta el 14 de junio, fecha en la que, tras la llegada de éste, comenzaron las sesiones propiamente dichas, y se formuló el símbolo el 19 de junio, después de lo cual se trataron diversas cuestiones---la controversia pascual, etc.---y las sesiones concluyeron el 25 de agosto. Constantino realizó la apertura del Concilio con gran solemnidad. Antes de entrar, el emperador esperó a que todos los obispos hubiesen ocupado sus lugares. Estaba ataviado en oro y cubierto con piedras preciosas, a la usanza de los soberanos orientales. Se le preparó un trono dorado y los obispos tomaron asiento sólo después que el emperador había ocupado su lugar. Después de ser saludado en una apresurada alocución, el emperador pronunció un discurso en latín, expresando su deseo de que se restableciera la paz religiosa. El abrió la sesión como presidente honorífico y, además, asistió a las sesiones posteriores, pero dejó la dirección de las discusiones teológicas, como era adecuado, en manos de los líderes eclesiásticos del Concilio. Parece que el presidente fue, realmente, Hosio de Córdoba, asistido por los legados papales, Víctor y Vincencio. 

El emperador comenzó haciéndole comprender a los obispos que tenían entre manos un asunto más importante y de más envergadura que las rencillas personales y las interminables recriminaciones. Sin embargo, tuvo que resignarse al castigo de escuchar las últimas palabras de los debates que habían tenido lugar previamente a su llegada. 

Eusebio de Cesarea y sus dos abreviadores, Sócrates y Sozomen, así como Rufino y Gelasio de Cízico, no proporcionan detalles de las discusiones teológicas. Rufino nos dice tan sólo que se celebraron sesiones diarias y que Arrio era citado a menudo ante la asamblea; sus opiniones se discutían seriamente y se consideraba atentamente los argumentos en contra. La mayoría, especialmente quienes eran confesores de la fe, se declararon enérgicamente contra las impías doctrinas de Arrio. 

San Atanasio nos asegura que las actividades del Concilio no se vieron, de ninguna manera, perturbadas por la presencia de Constantino. En aquella época el emperador había escapado de la influencia de Eusebio de Nicomedia y estaba bajo la de Hosio, a quien, junto con San Atanasio, se puede atribuir una influencia preponderante en la formulación del símbolo del Primer Concilio Ecuménico, del cual se presenta a continuación una traducción literal: 

Creemos en un solo Dios, Padre Todopoderoso, Creador de todas las cosas visibles e invisibles; y en un solo Señor Jesucristo, el unigénito del Padre, esto es, de la sustancia [‘’ek tes ousias’’] del Padre, Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre [‘’homoousion to patri’’], por quien todo fue hecho, en el cielo y en la tierra; que por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación bajó del cielo, se encarnó y se hizo hombre, padeció y resucitó al tercer día, subió a los cielos y volverá para juzgar a vivos y a muertos. Y en el Espíritu Santo. Aquellos que dicen: hubo un tiempo en el que Él no existía, y Él no existía antes de ser engendrado; y que Él fue creado de la nada (‘’ex ouk onton’’); o quienes mantienen que Él es de otra naturaleza o de otra sustancia [que el Padre], o que el Hijo de Dios es creado, o mudable, o sujeto a cambios, [a ellos] la Iglesia Católica los anatematiza. 

La adhesión fue general y entusiasta. Todos los obispos, excepto cinco, se declararon prestos a suscribir dicha fórmula, convencidos de que contenía la antigua fe de la Iglesia Apostólica. Los oponentes quedaron pronto reducidos a dos, Teonas de Marmárica y Segundo de Tolemaida, quienes fueron exilados y anatematizados. Arrio y sus escritos fueron también marcados con el anatema, sus libros fueron quemados y él fue exiliado a Iliria. Las listas de los firmantes han llegado hasta nosotros muy mutiladas, desfiguradas por los errores de los copistas. Sin embargo, dichas listas pueden ser consideradas auténticas. Su estudio es un problema que ha sido abordado repetidamente en la actualidad, en Alemania e Inglaterra, a través de las ediciones críticas de H. Gelzer, H. Hilgenfeld, y O. Contz, por una parte, y C. H. Turner, por otra. Las listas así reconstruidas contienen respectivamente 220 y 218 nombres. Con la información derivada de una u otra fuente, se puede construir una relación de 232 ó 237 padres que se sabe estuvieron presentes. 

Otros asuntos que se trataron en el Concilio fueron la controversia sobre la época de la celebración de la Pascua y el cisma de Melecio. El primero de ambos se encuentra tratado como Controversia Pascual; el segundo, como Melecio de Licópolis. 

De todas las actas del Concilio, que, según se ha afirmado, fueron numerosas, sólo han llegado hasta nosotros tres fragmentos: el credo, o símbolo, reproducido más arriba; los cánones; y el decreto sinodal. En realidad nunca hubo ningunas actas oficiales aparte de éstas. Pero las declaraciones de Eusebio de Cesarea, Sócrates, Sozomen, Teodoreto y Rufino, pueden ser consideradas como importantes fuentes de información histórica, junto con alguna información conservada por San Atanasio, y una historia del Concilio de Nicea escrita en griego en el siglo V por Gelasio de Cyzicus. Por mucho tiempo ha existido una controversia sobre el número de los cánones del Primer Concilio de Nicea. Todas las colecciones de cánones, tanto en latín como en griego, compuestas en los siglos IV y V coinciden en atribuir a este Concilio solamente los 20 cánones que conocemos actualmente. A continuación figura un breve resumen de los mismos: 

Canon 1: Sobre la admisión, ayuda o expulsión de los clérigos mutilados voluntaria o violentamente.
Canon 2: Reglas a observarse para la ordenación, la evasión de prisa indebida y la deposición de aquéllos culpables de faltas graves.
Canon 3: Se prohíbe a todos los miembros del clero residir con cualquier mujer, excepto con su madre, una hermana o una tía.
Canon 4: Relativo a las elecciones episcopales.
Canon 5: Relativo a la excomunión.
Canon 6: Relativo a los patriarcas y su jurisdicción.
Canon 7: Confirma el derecho de los obispos de Jerusalén a disfrutar de determinados honores.
Canon 8: Respecto de los novacianos.
Canon 9: Ciertos pecados conocidos después de la ordenación implican su invalidez.
Canon 10: Los lapsi que hayan sido ordenados con conocimiento o subrepticiamente deben ser excluidos tan pronto como se conozca su irregularidad.
Canon 11: Penitencia que debe ser impuesta a los apóstatas en la persecución de Licinio.
Canon 12: Penitencia que debe ser impuesta a quienes apoyaron a Licinio en su guerra contra los cristianos.
Canon 13: Indulgencia a ser concedida a las personas excomulgadas que se encuentran en peligro de muerte.
Canon 14: Penitencia que debe ser impuesta a los catecúmenos que flaquearon durante la persecución.
Canon 15: Obispos, sacerdotes y diáconos no pueden pasar de una iglesia a otra.
Canon 16: Se prohíbe a todos los clérigos abandonar su iglesia. Se prohíbe formalmente a los obispos que ordenen para su diócesis a un clérigo perteneciente a otra diócesis.
Canon 17: Se prohíbe a los clérigos que presten con interés.
Canon 18: Se recuerda a los diáconos su posición subordinada respecto a los sacerdotes.
Canon 19: Reglas a observarse respecto de los partidarios de Pablo de Samosata que deseaban retornar a la Iglesia.
Canon 20: Los domingos y durante la temporada Pascua las oraciones deben rezarse de pie. 

Una vez concluidos los trabajos del Concilio, Constantino celebró el vigésimo aniversario de su ascensión al imperio e invitó a los obispos a un espléndido banquete, al final del cual cada uno recibió ricos presentes. Varios días después el emperador ordenó que se celebrara una sesión final, a la cual asistió para exhortar a los obispos a que trabajaran para el mantenimiento de la paz; se encomendó a sus oraciones y autorizó a los padres a regresar a sus diócesis. La gran mayoría se apresuró a tomar ventaja de esto y a llevar las resoluciones del Concilio al conocimiento de sus provincias. 

Fuente: Leclercq, Henri. "The First Council of Nicaea." The Catholic Encyclopedia. Vol. 11. New York: Robert Appleton Company, 1911. <http://www.newadvent.org/cathen/11044a.htm>.


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¿Por qué la Iglesia es Una, Santa, Católica y Apostólica?


¿POR QUÉ LA IGLESIA ES UNA, SANTA, CATÓLICA Y APOSTÓLICA?

AL RECITAR EL CREDO, TODO CRISTIANO CATÓLICO MANIFIESTA SU CREENCIA EN LA IGLESIA

¿EN QUÉ PARTE DE LA BIBLIA DICE QUE LA IGLESIA ES UNA, SANTA, CATÓLICA Y APOSTÓLICA?
Por Jesús Mondragón (Saulo de Tarso)

El Credo o profesión de fe, es el acto en el que todo cristiano católico reconoce a grandes rasgos su fe.

El Credo o símbolo Niceno-constantinopolitano, fue formulado como hoy lo conocemos, por la Iglesia de Jesucristo en los concilios de Nicea y Constantinopla en los años 325 y 381. Su origen data de los mismos apóstoles y sus formas más primitivas pueden encontrarse mencionados en la Biblia.

I Timoteo 6,12
Combate el buen combate de la fe, conquista la vida eterna a la que has sido llamado y de la que hiciste aquella solemne profesión delante de muchos testigos.

I Corintios 15,3-4
Porque os transmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras...


De ahí surge el famoso Credo de los Apóstoles, que constituye el símbolo de fe de la Iglesia de Roma, la más importante y antigua y que adquirió su forma definitiva para toda la Iglesia universal en los concilios antes mencionados. El Credo de los Apóstoles es más corto que el de Nicea-Constantinopla y al tratar sobre la Iglesia sólo dice: "Creo en la santa Iglesia Católica".

En cambio, el Credo de Nicea-Constantinopla, que es más largo y es el que actualmente profesamos, amplía éste artículo de fe de la siguiente forma "Creo en la Iglesia, que es una, santa, católica y apostólica". ¿Existe base bíblica para que los Apóstoles y la Iglesia hayan formulado así su fe en la Iglesia de Jesucristo? ¿En qué parte de la Biblia dice que la Iglesia es una, santa, católica y apostólica? Veamos.

LA IGLESIA ES UNA

JESUCRISTO FUNDA UNA SOLA IGLESIA, SU IGLESIA

Mateo 16,18
Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella.

Juan 17,21
Para que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado.

Efesios 4,5-6
Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, por todos y en todos.


LA IGLESIA ES SANTA

La Iglesia somos todos los cristianos católicos y hemos sido santificados por Cristo mediante el bautismo en su muerte por todos los pecados del mundo.

I Pedro 1,16
Como dice la Escritura: Seréis santos, porque santo soy yo.

I Corintios 6,11
Y tales fuisteis algunos de vosotros. Pero habéis sido lavados, habéis sido santificados, habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios.

Efesios 5,25-27
Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, purificándola mediante el baño del agua, en virtud de la palabra, y presentársela resplandeciente a sí mismo; sin que tenga mancha ni arruga ni cosa parecida, sino que sea santa e inmaculada.


LA IGLESIA ES CATÓLICA, ES DECIR, UNIVERSAL

En tiempos del Antiguo Testamento, antes de Jesucristo, la iglesia o Kahal en hebreo, era sólo una Iglesia nacional, la de el Dios de Israel y todo el que no fuera Israelita estaba excluido del pueblo de Dios. La palabra Católica significa universal y significa, todas las gentes, todas las naciones, lo que abarca todo y a todos.

Esdras 5,1
Los profetas Ageo y Zacarías, hijo de Iddó, empezaron a profetizar a los judíos de Judá y de Jerusalén, en nombre del Dios de Israel que velaba sobre ellos.

Salmos 147,19-20
Él revela a Jacob su palabra, sus preceptos y sus juicios a Israel: no hizo tal con ninguna nación, ni una sola sus juicios conoció.

Efesios 2,11-12
Así que, recordad cómo en otro tiempo vosotros, los gentiles según la carne, llamados incircuncisos por la que se llama circuncisión - por una operación practicada en la carne -, estabais a la sazón lejos de Cristo, excluidos de la ciudadanía de Israel y extraños a las alianzas de la Promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo.


Pero el propósito de Dios desde el principio era que su Iglesia estuviera formada por todas las naciones, o sea, la Iglesia de Dios sería una Iglesia católica, universal. Así se lo anunció desde un principio a Abraham y así lo anunciaron los profetas.

Génesis 22,18
Por tu descendencia se bendecirán todas las naciones de la tierra, en pago de haber obedecido tú mi voz.

Isaías 2,2-3
Sucederá en días futuros que el monte de la Casa de Yahveh será asentado en la cima de los montes y se alzará por encima de las colinas. Confluirán a él todas las naciones, y acudirán pueblos numerosos. Dirán: «Venid, subamos al monte de Yahveh, a la Casa del Dios de Jacob, para que él nos enseñe sus caminos y nosotros sigamos sus senderos.» Pues de Sión saldrá la Ley, y de Jerusalén la palabra de Yahveh.

Isaías 45:22-23
Volveos a mí y seréis salvados confines todos de la tierra, porque yo soy Dios, no existe ningún otro.
Yo juro por mi nombre; de mi boca sale palabra verdadera y no será vana: Que ante mí se doblará toda rodilla y toda lengua jurará.


ÉSTA PROFECÍA TUVO SU CUMPLIMIENTO CON JESUCRISTO, LA IGLESIA PASÓ A SER CATÓLICA, UNIVERSAL

Génesis 49,10
No se irá de Judá el báculo, el bastón de mando de entre tus piernas. hasta tanto que se le traiga el tributo y a quien rindan homenaje las naciones.

Mateo 28,19-20
Id, pues, y haced discípulos a todas las naciones bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo.

Hechos 13,47
Pues así nos lo ordenó el Señor: Te he puesto como la luz de las naciones, para que lleves la salvación hasta los confines de la tierra.


LA IGLESIA ES APOSTÓLICA

Jesucristo no dejó ninguna Biblia para enseñar a las naciones, Él comisionó a sus Apóstoles y sucesores para eso. Los discípulos de Cristo serían enseñados por los Apóstoles y sus sucesores, Él rogará por sus Apóstoles y por los que creerán por medio de su palabra.

Juan 17,20-21
No ruego sólo por éstos, sino también por aquellos que, por medio de su palabra, creerán en mí, para que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado.

Hechos 1,2
hasta el día en que, después de haber dado instrucciones por medio del Espíritu Santo a los apóstoles que había elegido, fue llevado al cielo.

Hechos 2,42
Acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las oraciones.

Apocalipsis 21,14
La muralla de la ciudad se asienta sobre doce piedras, que llevan los nombres de los doce Apóstoles del Cordero.


La única Iglesia en el mundo que puede ser rastreada a través de la historia por medio de infinidad de testimonios y documentos históricos hasta los Apóstoles y el mismo Jesucristo es la Iglesia Católica Apostólica Romana.

Por eso la Iglesia es UNA, SANTA, CATÓLICA Y APOSTÓLICA.


CREDO DE LOS APÓSTOLES

Creo en Dios, Padre Todopoderoso,
Creador del cielo y de la tierra.

Creo en Jesucristo, su único Hijo, Nuestro Señor,
que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo,
nació de Santa María Virgen,
padeció bajo el poder de Poncio Pilato
fue crucificado, muerto y sepultado,
descendió a los infiernos,
al tercer día resucitó de entre los muertos,
subió a los cielos
y está sentado a la derecha de Dios, Padre todopoderoso.
Desde allí ha de venir a juzgar a vivos y muertos.

Creo en el Espíritu Santo,
la santa Iglesia católica,
la comunión de los santos,
el perdón de los pecados,
la resurrección de la carne
y la vida eterna.

Amén.


CREDO DE NICEA - CONSTANTINOPLA
(Credo Largo)

Creo en un solo Dios,
Padre todopoderoso,
Creador del cielo y de la tierra,
de todo lo visible y lo invisible.

Creo en un solo Señor, Jesucristo,
Hijo único de Dios,
nacido del Padre antes de todos los siglos:
Dios de Dios,
Luz de Luz,
Dios verdadero de Dios verdadero,
engendrado, no creado,
de la misma naturaleza del Padre,
por quien todo fue hecho;
que por nosotros lo hombres,
y por nuestra salvación
bajó del cielo,
y por obra del Espíritu Santo
se encarnó de María, la Virgen,
y se hizo hombre;
y por nuestra causa fue crucificado
en tiempos de Poncio Pilato;
padeció y fue sepultado,
y resucitó al tercer día, según las Escrituras,
y subió al cielo,
y está sentado a la derecha del Padre;
y de nuevo vendrá con gloria
para juzgar a vivos y muertos,
y su reino no tendrá fin.

Creo en el Espíritu Santo,
Señor y dador de vida,
que procede del Padre y del Hijo,
que con el Padre y el Hijo
recibe una misma adoración y gloria,
y que habló por los profetas.

Creo en la Iglesia,
que es una, santa, católica y apostólica.
Confieso que hay un solo bautismo
para el perdón de los pecados.
Espero la resurrección de los muertos
y la vida del mundo futuro.

Amén.


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