¿Los que vivieron antes de Jesús se pueden salvar?


Qué gran pregunta has planteado, y déjame decirte que es una de esas preguntas profundas que nos llevan a reflexionar sobre la misericordia y el plan de Dios para toda la humanidad. Entiendo que pueda surgir esta duda, especialmente considerando que Jesús vino hace más de dos mil años, pero déjame llevarte por un viaje a través de la fe y la enseñanza de la Iglesia Católica.

Primero que nada, es esencial recordar que Dios es infinitamente misericordioso y justo. Su amor por cada uno de nosotros trasciende el tiempo y el espacio, y su deseo más profundo es que todos sus hijos encuentren la salvación. En la Biblia, en la carta de Pedro, encontramos una afirmación que nos llena de esperanza: "El Señor no tarda en cumplir su promesa, como algunos creen que tarda; más bien, él tiene paciencia con ustedes, porque no quiere que nadie perezca, sino que todos se arrepientan" (2 Pedro 3,9).

Ahora, hablemos de aquellos que vivieron antes de la venida de Jesús. Desde el principio de la historia humana, Dios ha estado buscando el corazón de sus hijos. En el Antiguo Testamento, vemos cómo Dios se revela gradualmente a su pueblo elegido, guiándolos, enseñándoles y mostrándoles su amor. A través de los profetas, Dios comunicaba su voluntad y su deseo de que su pueblo viviera de acuerdo con sus mandamientos y se arrepintiera de sus pecados.

Entonces, ¿qué pasa con aquellos que vivieron antes de la llegada de Jesús? La Iglesia enseña que, a través de la gracia de Dios, aquellos que vivieron de acuerdo con la luz de la conciencia y buscaron sinceramente la voluntad de Dios pueden encontrar la salvación. El Catecismo de la Iglesia Católica nos dice: "También pueden alcanzar la salvación eterna aquellos que, ignorando sin culpa el Evangelio de Cristo y su Iglesia, buscan a Dios con corazón sincero y se esfuerzan, bajo el influjo de la gracia, por cumplir su voluntad conocida a través de lo que dice su conciencia" (Catecismo de la Iglesia Católica, 847).

Este pasaje nos enseña que la gracia de Dios no está limitada por el tiempo o por nuestras circunstancias. Aquellos que vivieron antes de la venida de Jesús pueden, por la gracia de Dios, ser salvos si buscaron sinceramente a Dios y vivieron de acuerdo con su conciencia. Es importante destacar que esta salvación no se logra por mérito propio, sino por la gracia y el amor infinito de Dios.

Además, la venida de Jesús trajo consigo una revelación más plena del plan de salvación de Dios. En Jesucristo, Dios se hizo hombre y nos mostró el camino hacia el Padre. Él mismo dijo: "Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie llega al Padre sino por mí" (Juan 14,6). Jesús es el mediador entre Dios y la humanidad, y su sacrificio en la cruz nos ofrece la redención y la reconciliación con Dios.

La Iglesia Católica enseña que la gracia de la salvación que fluye del sacrificio de Cristo en la cruz se aplica a todas las personas de todas las épocas. En su infinita sabiduría y amor, Dios ofrece la salvación a todos, y cada uno tiene la oportunidad de responder a ese regalo de amor.

Entonces, ¿cómo podemos aplicar esto a nuestras vidas hoy? Primero, es importante reconocer la bondad y la misericordia de Dios. Él desea nuestra salvación más que cualquier otra cosa y nos ofrece su gracia de manera abundante. En segundo lugar, debemos responder a ese amor con fe y arrepentimiento. Jesús nos llama a convertirnos y creer en el Evangelio (Marcos 1,15). Esto significa volverse hacia Dios, apartarnos del pecado y abrir nuestros corazones a su gracia sanadora.

Finalmente, recordemos que somos llamados a ser instrumentos de la misericordia de Dios en el mundo. Al vivir nuestras vidas en conformidad con el Evangelio y compartir el amor de Cristo con los demás, podemos ser luces que guíen a otros hacia la salvación.

Así que, en resumen, aquellos que vivieron antes de la venida de Jesús pueden, por la gracia de Dios, encontrar la salvación si buscaron sinceramente a Dios y vivieron de acuerdo con su conciencia. La venida de Jesús nos trajo una revelación más plena del plan de salvación de Dios, pero su gracia se aplica a todas las personas de todas las épocas. Confiamos en la infinita misericordia y justicia de Dios, y continuamos viviendo nuestras vidas en respuesta a su amor.

Autor: Padre Ignacio Andrade.

¿Por qué en la Trinidad hay un Padre, un Hijo pero no una Madre?



Cuando hablamos de la Santísima Trinidad, nos referimos a la creencia central de nuestra fe católica en un solo Dios en tres personas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Cada persona de la Trinidad es completamente Dios, pero al mismo tiempo, son distintas entre sí en su relación mutua y en su modo de existencia.

Comencemos con el Padre. Cuando hablamos del Padre en la Trinidad, nos referimos a la primera persona divina, el Creador del cielo y la tierra, el origen de toda vida y amor. Jesús mismo nos enseñó a llamar a Dios "Padre" y nos reveló el amor infinito de Dios como Padre misericordioso y amoroso.

Luego está el Hijo, Jesucristo, quien es la segunda persona de la Trinidad. Jesús es Dios hecho hombre, el Verbo eterno que se hizo carne y habitó entre nosotros. A través de su vida, muerte y resurrección, Jesús nos reveló el amor insondable de Dios y nos reconcilió con el Padre.

Finalmente, tenemos al Espíritu Santo, la tercera persona de la Trinidad. El Espíritu Santo es el amor entre el Padre y el Hijo, que procede del Padre y del Hijo. Es el Espíritu Santo quien nos guía, nos fortalece y nos santifica en nuestra vida cristiana, llevándonos más cerca de Dios y ayudándonos a vivir según su voluntad.

Entonces, ¿por qué no hablamos de una Madre en la Trinidad? La respuesta radica en la revelación divina que Dios nos ha dado a través de las Sagradas Escrituras y la tradición de la Iglesia. Aunque no hablamos específicamente de una "Madre" en la Trinidad, encontramos numerosas referencias a la maternidad divina en la Escritura y en la enseñanza de la Iglesia.

Por ejemplo, en el Antiguo Testamento, encontramos imágenes de Dios como una madre amorosa que cuida y protege a su pueblo, como en Isaías 66,13, donde Dios dice: "Como una madre consuela a su hijo, así os consolaré yo a vosotros". Esta imagen maternal de Dios nos revela el amor tierno y compasivo de Dios por cada uno de nosotros.

Además, en el Nuevo Testamento, vemos cómo Jesús mismo nos revela el amor maternal de Dios a través de su propia vida y ministerio. En el Evangelio según San Mateo, Jesús compara su amor por Jerusalén con el amor de una madre por sus hijos, diciendo: "¡Cuántas veces quise reunir a tus hijos, como la gallina reúne a sus pollitos bajo las alas!" (San Mateo 23,37).

También encontramos referencias a María, la madre de Jesús, como un símbolo de la maternidad divina en la Iglesia. María es llamada la "Madre de Dios" (Theotokos en griego), lo que significa que ella dio a luz al Hijo de Dios hecho hombre. A través de su sí a la voluntad de Dios, María colaboró de manera única en el plan de salvación y nos dio al Salvador del mundo.

Además, la Iglesia venera a María como nuestra madre espiritual y mediadora de todas las gracias. Como madre amorosa, María intercede por nosotros ante su Hijo y nos guía en nuestro camino hacia Dios. Su ejemplo de humildad, obediencia y amor nos inspira a seguir a Cristo más de cerca y a confiar en el amor maternal de Dios por nosotros.

Entonces, aunque no hablamos específicamente de una "Madre" en la Trinidad, encontramos numerosas referencias a la maternidad divina en la revelación divina y en la tradición de la Iglesia. Dios se revela a sí mismo como Padre, Hijo y Espíritu Santo, pero también como una madre amorosa que nos cuida, nos protege y nos guía en nuestro camino hacia él.

En última instancia, la Trinidad es un misterio que supera nuestra comprensión humana, pero nos revela el amor infinito de Dios por cada uno de nosotros. Que podamos contemplar este misterio con humildad y asombro, y confiar en el amor maternal de Dios que nos acompaña en cada paso de nuestro viaje de fe.

Autor: Padre Ignacio Andrade.

Un protestante me dice que a Pedro nunca se le llamó "Papa" en la biblia, ¿es válido este argumento? ¿Qué se puede responder?


Es común que algunos hermanos separados, como los protestantes, planteen este argumento sobre el título de "Papa" para San Pedro. Pero déjame decirte que la Biblia no siempre utiliza términos específicos como "Papa" para referirse a las figuras importantes de la Iglesia. Sin embargo, eso no significa que el papel de liderazgo de San Pedro no esté claramente establecido en las Escrituras.

Si echamos un vistazo al evangelio de San Mateo, capítulo 16, versículos 13 al 20, encontramos un pasaje muy significativo donde Jesús mismo le da a Pedro un papel especial dentro de la comunidad de creyentes. Jesús pregunta a sus discípulos: "¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?" (Mateo 16,13). Luego, después de que Pedro declara que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios vivo, Jesús responde: "Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos" (Mateo 16,18-19).

Aquí, Jesús claramente establece a Pedro como la piedra sobre la cual edificará su Iglesia. Este acto simbólico de darle las llaves del reino de los cielos indica un poder y una autoridad especiales. En la tradición judía, el portador de las llaves tenía una posición de gran importancia, ya que tenía acceso al reino o a la casa de su señor. Entonces, cuando Jesús confía las llaves del reino a Pedro, está simbólicamente confiándole una posición de liderazgo en su Iglesia.

Además, el término "Papa" en sí proviene del griego "pappas", que significa padre. En la Iglesia primitiva, el término "papa" se utilizaba ampliamente para referirse a los obispos y líderes de las comunidades cristianas. Esto se puede ver en escritos antiguos como las cartas de san Ignacio de Antioquía en el siglo II, donde se dirige a los obispos como "padres".

Así que, aunque el término "Papa" no se use específicamente en la Biblia para referirse a Pedro, el papel de liderazgo que Jesús le confiere es claro y se corresponde con la autoridad que más tarde se atribuiría a los sucesores de Pedro en la Iglesia.

Además, en el Catecismo de la Iglesia Católica, en el párrafo 881, se afirma que "el oficio de Pedro" es "perpetuo". Esto significa que la autoridad y la responsabilidad que Jesús confió a Pedro se transmiten a sus sucesores, los Papas, a lo largo de la historia de la Iglesia.

Por lo tanto, aunque puede ser cierto que el término "Papa" no se encuentre explícitamente en la Biblia en referencia a Pedro, la autoridad y el papel de liderazgo que Jesús le confiere son fundamentales para comprender la estructura jerárquica de la Iglesia que se desarrolló posteriormente. Y como católicos, creemos firmemente en la sucesión apostólica y en la autoridad del Papa como el sucesor de Pedro, el pastor supremo de la Iglesia.

Autor: Padre Ignacio Andrade.

¿Cuántas veces estoy obligado a confesarme al año?


¡Hola, amigo mío! Qué gusto tenerte por aquí con una pregunta tan importante. La confesión es un aspecto crucial de nuestra vida espiritual como católicos, ¿verdad? Así que vamos a sumergirnos en ello juntos.

Primero que nada, déjame decirte que la confesión es como un baño espiritual, un momento para limpiar el alma y renovar nuestra relación con Dios. Es como cuando limpiamos nuestra casa para que esté ordenada y acogedora. Bueno, la confesión es como limpiar nuestra alma para que esté lista para recibir la gracia divina.

Ahora, ¿cuántas veces debemos confesarnos al año? Bueno, todos los cristianos que formamos parte de la Iglesia Católica estamos sujetos al Derecho Canónico, que es como la "Constitución" que contiene las leyes que rigen a la Iglesia y según este Derecho, los católicos debemos confesarnos al menos una vez al año. Esto se llama la "confesión anual". Es una práctica que nos ayuda a mantenernos en sintonía con nuestra fe y a mantenernos en buen estado espiritual.

Pero, aunque la confesión anual es lo mínimo a los que nos obliga la ley de la Iglesia, no significa que solo debamos ir una vez al año y olvidarnos de ella. ¡Para nada! La confesión es como un medicamento espiritual para el alma, y a veces necesitamos dosis más frecuentes para mantenernos espiritualmente saludables.

¿Recuerdas cuando Jesús enseñó a sus discípulos a orar el Padre Nuestro? Ahí dice: "danos hoy nuestro pan de cada día". Bueno, así como necesitamos nuestro pan diario para alimentar nuestro cuerpo, también necesitamos nuestra confesión periódica para alimentar nuestro espíritu.

Además, ¿quién no tiene manchas en el alma de vez en cuando? Todos cometemos errores, nos tropezamos, nos caemos. Pero la belleza de la confesión es que nos levanta, nos limpia y nos renueva. Es como un abrazo amoroso de Dios que nos recuerda que siempre podemos comenzar de nuevo.

Entonces, en resumen, la ley de la Iglesia nos obliga a que nos confesemos al menos una vez al año, pero también nos anima a hacerlo con más frecuencia si sentimos la necesidad. Es como tener una conversación sincera con un amigo cercano: cuanto más la tengamos, más cercana será nuestra amistad.

Ahora, ¿qué pasa si te encuentras en una situación donde sientes que necesitas confesarte más seguido pero no estás seguro si es apropiado? ¡No te preocupes! Habla con tu sacerdote, él estará encantado de guiarte. Los sacerdotes están ahí para ayudarnos en nuestro viaje espiritual y para brindarnos el apoyo y la orientación que necesitamos.

Y antes de que se me olvide, déjame recordarte que la confesión no es solo para confesar nuestros pecados, sino también para recibir el perdón de Dios y fortalecernos en nuestra lucha contra el mal. Es un momento para dejar atrás nuestras cargas y volver a encaminarnos hacia la luz de Dios.

Entonces, querido amigo, no tengas miedo de acercarte al sacramento de la confesión. Es un regalo precioso que Dios nos ha dado para ayudarnos en nuestro viaje de fe. Y recuerda, siempre puedes contar con la gracia divina para guiarte y sostenerte en todo momento.

Bueno, espero que esta charla te haya sido útil y te haya dado un poco más de claridad sobre la confesión. Siempre es un placer hablar sobre estos temas tan importantes para nuestra vida espiritual. Y si tienes más preguntas, ¡aquí estaré para responderte!

Autor: Padre Ignacio Andrade.

¿El demonio puede tomar forma de mujer para tentar a los hombres al pecado de lujuria?


En cuanto a la posibilidad de que el demonio tome forma humana, incluyendo la forma de mujer, la enseñanza de la Iglesia nos lleva a considerar varios aspectos.

En primer lugar, es importante recordar que el demonio es un ser espiritual, un ángel caído, y como tal no tiene un cuerpo físico propio. Sin embargo, la tradición y la enseñanza de la Iglesia nos indican que los demonios tienen la capacidad de influir en el mundo material, incluyendo la capacidad de influir en nuestras percepciones y emociones.

La Biblia nos ofrece ejemplos de manifestaciones demoníacas que podrían interpretarse como la toma de formas humanas. Por ejemplo, en el Evangelio según San Marcos, Jesús exorciza a un hombre poseído por una legión de demonios, quienes luego poseen una piara de cerdos (Marcos 5,1-20). Aunque este relato no implica específicamente una toma de forma humana por parte de los demonios, sugiere que tienen la capacidad de interactuar con el mundo material de diversas maneras.

En la tradición cristiana, también encontramos relatos de personas que afirmaron haber experimentado encuentros con demonios que tomaban formas humanas para tentarlas o engañarlas. Estas experiencias, aunque no son doctrinales, han influido en la creencia popular sobre la capacidad del demonio para tomar formas humanas.

Sin embargo, es importante ser cautelosos al interpretar tales experiencias y relatos. La Iglesia nos enseña que el demonio es un mentiroso y engañador, y puede utilizar cualquier medio para desviarnos del camino de la verdad y el bien. Por lo tanto, es posible que algunas experiencias de encuentros con demonios en formas humanas sean ilusiones o engaños del demonio mismo.

Cuando consideramos la posibilidad de que el demonio tome forma humana para tentarnos, es crucial recordar el llamado a la castidad como una defensa contra las tentaciones del mal. La lujuria, en particular, es una tentación poderosa que puede distorsionar nuestra percepción del amor y la sexualidad, llevándonos a buscar la satisfacción egoísta de nuestros deseos en lugar del verdadero amor que busca el bien del otro.

San Pablo nos exhorta en su primera carta a los Tesalonicenses: "Pues esta es la voluntad de Dios: vuestra santificación; que os apartéis de la fornicación; que cada uno de vosotros sepa poseer su cuerpo en santidad y honor" (1 Tesalonicenses 4,3-4). Aquí vemos claramente el llamado a vivir una vida de castidad y pureza, honrando nuestros cuerpos como templos del Espíritu Santo y evitando cualquier forma de inmoralidad sexual.

En un mundo donde la sexualidad se ha trivializado y se ha reducido a un mero acto físico, la castidad se convierte en un testimonio poderoso de nuestro compromiso con el amor auténtico y el respeto mutuo. La castidad nos ayuda a cultivar relaciones basadas en el verdadero amor y la verdadera intimidad, en lugar de la mera satisfacción de nuestros deseos pasajeros.

Por lo tanto, al enfrentarnos a la posibilidad de ser tentados por el demonio en cualquier forma, ya sea humana o de otra manera, recordemos la importancia de vivir una vida de castidad y pureza. La castidad no solo nos protege de las tentaciones del mal, sino que también nos permite vivir en comunión con Dios y con los demás de una manera auténtica y plena.

En última instancia, la mejor defensa contra las influencias del demonio, ya sea en forma humana u otra, es una vida de fe, oración y virtud. La oración nos conecta con Dios y nos fortalece en la lucha espiritual. La fe nos ayuda a discernir la verdad y a resistir las tentaciones del demonio. Y la práctica de la virtud, especialmente la virtud de la castidad y la pureza, nos ayuda a vivir de acuerdo con el plan de Dios para nuestras vidas y a resistir las tentaciones del pecado.

Por lo tanto, si alguna vez te encuentras en una situación en la que crees estar enfrentando la influencia de un demonio, recuerda recurrir a la oración, buscar el consejo de un sacerdote o un guía espiritual, y confiar en la protección y la gracia de Dios para ayudarte a resistir el mal. Con la ayuda de Dios y la fortaleza de tu fe, puedes vencer cualquier tentación y vivir una vida de santidad y pureza.

Autor: Padre Ignacio Andrade.

¿Es pecado que un hombre católico se realice la Vasectomía?


Si me preguntas si la vasectomía es pecado para un hombre católico, te diré directamente que sí, lo es. Pero permíteme explicarte por qué.

La vasectomía, como sabes, es un procedimiento quirúrgico que impide permanentemente la capacidad de un hombre para concebir hijos. Ahora, como católicos, creemos que la vida humana es sagrada y que debemos respetarla desde el momento de la concepción hasta la muerte natural. Esto significa que cualquier acción que intencionalmente impida la concepción, como la vasectomía, va en contra del plan de Dios para la vida y el amor.

En la Biblia, encontramos muchas referencias que respaldan el valor y la importancia de la procreación y la paternidad. Por ejemplo, en Génesis 1,28, Dios bendice a Adán y Eva y les dice que sean fecundos y se multipliquen. Esto muestra claramente que la capacidad de concebir hijos es un regalo de Dios y que debemos usarla responsablemente.

Además, la Iglesia enseña que el acto sexual tiene dos propósitos principales: la unión entre esposo y esposa y la procreación. La vasectomía altera este diseño divino al eliminar la posibilidad de procrear, lo que va en contra del orden natural establecido por Dios.

El Catecismo de la Iglesia Católica también aborda este tema. En el párrafo 2370, se nos recuerda que "toda acción que, o en previsión del acto conyugal, o en su realización, o en el desarrollo de sus consecuencias naturales, se proponga, como fin o como medio, hacer imposible la procreación es intrínsecamente desordenada". Aquí se incluiría la vasectomía, ya que su objetivo es precisamente hacer imposible la procreación.

Ahora, entiendo que puede haber circunstancias difíciles en las que una pareja considere la vasectomía como una opción. Tal vez tienen preocupaciones de salud, financieras o familiares. Sin embargo, la respuesta de la Iglesia es siempre promover alternativas que respeten la vida y la dignidad de cada persona.

Por ejemplo, la planificación familiar natural es una opción que respeta la moral católica y puede ser efectiva para espaciar los nacimientos o limitar el tamaño de la familia. Este enfoque implica conocer y comprender los ciclos naturales de fertilidad de la mujer y tomar decisiones responsables en consecuencia.

Además, la Iglesia también ofrece apoyo y orientación a las parejas que enfrentan dificultades en su matrimonio o en la crianza de sus hijos. A través de la oración, la consejería y el apoyo de la comunidad, es posible encontrar soluciones que estén en línea con los principios de nuestra fe.

En última instancia, lo importante es recordar que Dios nos ha dado el don del libre albedrío para tomar decisiones en nuestras vidas. Pero también nos ha dado la gracia para vivir de acuerdo con su voluntad y para superar los desafíos que enfrentamos. Por lo tanto, si has considerado la vasectomía o estás enfrentando una situación similar, te animo a orar y buscar la guía del Espíritu Santo, así como el apoyo de tu comunidad de fe.

Recuerda siempre que Dios es amor y misericordia, y que está siempre dispuesto a perdonar y a ayudarnos en nuestro camino hacia la santidad. Así que, aunque la vasectomía pueda ser considerada como un pecado, siempre hay esperanza en el perdón y en la reconciliación con Dios.

Autor: Padre Ignacio Andrade.

¿Las Flores de Bach forman parte de las "terapias alternativas" de la "Nueva Era"?


Bueno, permíteme comenzar diciendo que no hay una respuesta simple y directa a esta pregunta, pero aquí vamos a sumergirnos en la cuestión desde un punto de vista católico y tratar de desenredarla juntos.

Primero, hablemos de las Flores de Bach. Son esencias florales creadas por el médico británico Edward Bach en la década de 1930. Según él, estas esencias tienen propiedades curativas para el bienestar emocional y mental. Ahora, ¿qué tienen que ver con las "terapias alternativas" de la "nueva era"? Bueno, ese es un término bastante amplio que abarca una variedad de prácticas, algunas de las cuales pueden estar más en línea con nuestra fe católica que otras.

Como católicos, siempre estamos llamados a discernir sabiamente y a evaluar las cosas a la luz de nuestra fe. La Iglesia no tiene una posición oficial sobre las flores de Bach específicamente, pero nos da principios que podemos aplicar para guiar nuestro discernimiento.

La primera pregunta que podríamos hacernos es si el uso de las flores de Bach está en armonía con nuestra fe católica. ¿Confiamos en Dios como nuestro sanador supremo y buscamos su voluntad en todas las áreas de nuestras vidas, incluida nuestra salud emocional? Recuerda, en la Biblia, en Santiago 5,14-15, se nos dice: "¿Está enfermo alguno de vosotros? Llame a los ancianos de la iglesia, y oren por él, ungiéndole con aceite en el nombre del Señor. Y la oración de fe salvará al enfermo, y el Señor lo levantará".

Aquí vemos la importancia de acudir a Dios en tiempos de enfermedad y buscar la intercesión de la comunidad de fe. Ahora bien, eso no significa que no podamos buscar tratamientos médicos o terapias que puedan ayudarnos, pero siempre debemos recordar que es Dios quien tiene el poder de sanar verdaderamente.


Otra consideración importante es si las flores de Bach, o cualquier terapia alternativa, entran en conflicto con las enseñanzas de nuestra fe. La Iglesia nos enseña a evitar prácticas que impliquen superstición, espiritismo o formas de adivinación, ya que estas contradicen nuestra fe en Dios como el único y verdadero sanador.

Entonces, ¿dónde nos deja todo esto con las flores de Bach? Bueno, como mencioné antes, no hay una respuesta definitiva. Algunas personas las encuentran útiles para promover su bienestar emocional, mientras que otras pueden preferir enfoques más tradicionales o basados en la fe. Lo importante es que usemos nuestro discernimiento y busquemos la guía del Espíritu Santo en todas nuestras decisiones.

Si decides explorar las flores de Bach o cualquier otra terapia alternativa, te animo a hacerlo con prudencia y en consulta con profesionales de la salud y líderes espirituales de confianza. Mantengamos siempre nuestra fe en Dios como nuestro sanador supremo y busquemos su voluntad en todas las áreas de nuestras vidas.

Recuerda, amigo, que la fe y la razón van de la mano. Podemos aprovechar los dones que Dios nos ha dado en el mundo, incluidos los avances en la medicina y la psicología, pero siempre manteniendo nuestra confianza en Él como el verdadero sanador de nuestras almas y cuerpos.

Espero que esta charla haya sido útil para ti. Si tienes más preguntas o inquietudes, no dudes en hacérmelas saber. Estoy aquí para ti, como siempre, para caminar juntos en nuestra fe y en la búsqueda de la verdad y el bien. ¡Que Dios te bendiga abundantemente!

Autor: Padre Ignacio Andrade.

¿Insultar a una persona es pecado mortal o venial?


Mi amigo, es un tema delicado y profundo que merece nuestra atención y reflexión. La pregunta que planteas es sobre un aspecto crucial de nuestra vida espiritual: ¿es pecado mortal insultar a alguien, incluso si esa persona nos ha hecho algún mal?

Para entender esto, necesitamos echar un vistazo a la enseñanza de la Iglesia Católica sobre el pecado. El Catecismo de la Iglesia Católica nos proporciona una guía clara sobre lo que constituye un pecado mortal. En el párrafo 1857, nos dice que "El pecado mortal destruye la caridad en el corazón del hombre por una infracción grave de la ley de Dios; aparta al hombre de Dios, que es el fin último de su vida, y, por tanto, merece la condenación eterna. La caridad es la forma más excelente de amistad entre los seres humanos; es el principio vital de la vida en comunidad. Por lo tanto, cualquier acción que vaya en contra de la caridad, como insultar a alguien, puede ser considerada un pecado mortal si se hacen con plena conciencia y deliberado consentimiento."

Cuando insultamos a alguien, estamos dañando la dignidad y el valor intrínseco que Dios ha otorgado a esa persona. Estamos actuando en contra del mandamiento de amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos, que Jesús nos enseñó en el Evangelio de Mateo (22:39). No importa qué mal nos haya hecho la persona, nuestra respuesta no puede ser la de herir o menospreciar su dignidad como hijo de Dios.

El apóstol Santiago nos ofrece una sabia orientación sobre este tema en su carta (Santiago 3,9-10): "Con la lengua bendecimos al Señor y Padre; con ella maldecimos a los hombres, hechos a imagen de Dios. De una misma boca salen bendición y maldición. No debe ser así, hermanos míos". Esta admonición nos recuerda que nuestras palabras tienen poder para edificar o destruir, y que debemos usarlas sabiamente para construir puentes en lugar de levantar barreras.

Cuando insultamos a alguien, también estamos fallando en el llamado a la reconciliación y al perdón que Jesús nos ha encomendado. En el Evangelio de Mateo (5,23-24), Jesús nos enseña: "Si, pues, al presentar tu ofrenda en el altar te acuerdas entonces de que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí, delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano; luego vuelves y presentas tu ofrenda". Esto nos muestra que antes de acercarnos a Dios con nuestras ofrendas y oraciones, debemos asegurarnos de haber buscado la reconciliación con aquellos a quienes hemos ofendido.

Además, el insultar a alguien puede tener repercusiones en la comunidad y en las relaciones interpersonales. Puede sembrar discordia, resentimiento y división entre las personas, lo cual va en contra del mandamiento de Jesús de amar a nuestros hermanos y trabajar por la unidad y la paz.

Entonces, ¿es pecado mortal insultar a alguien? Sí, lo es. Pero aquí es donde también entra en juego el aspecto de la conciencia y el consentimiento. A veces podemos decir cosas hirientes o despectivas sin realmente darnos cuenta del impacto que tienen en la otra persona, o sin haber reflexionado completamente sobre nuestras acciones. En esos casos, aunque el insulto pueda ser grave, la falta de plena conciencia y deliberado consentimiento puede mitigar la gravedad del pecado.

Sin embargo, esto no nos exime de la responsabilidad de examinar nuestras palabras y acciones, y de buscar la reconciliación y el perdón cuando hemos herido a otros. La confesión sacramental es un camino importante para sanar las heridas causadas por nuestros pecados, y para recibir la gracia y la fuerza de Dios para cambiar nuestras actitudes y comportamientos.

En resumen, insultar a alguien es un pecado grave que atenta contra la caridad y la dignidad de la persona, y que puede tener consecuencias negativas en nuestras relaciones y en la comunidad. No importa cuál haya sido la provocación o el mal recibido, nuestra respuesta debe ser siempre la del amor y la misericordia que Jesús nos enseñó. Recuerda siempre las palabras del Salmo 19,14: "Que los dichos de mi boca y los pensamientos de mi corazón sean siempre gratos a tus ojos, Señor, mi Roca y mi Redentor". Que nuestras palabras y acciones reflejen siempre el amor y la bondad de Dios hacia todos sus hijos.

Autor: Padre Ignacio Andrade.

11 años del Papa Francisco: Un pontificado de cercanía, misericordia y ternura


El día 13 de marzo de 2013 se cumplen los once años del pontificado del papa Francisco. Un papado en un cambio de época en donde la tecnología y la crisis antropológica están afectando nuestra manera de vivir y pensar. La elección del papa Francisco ha sido un acierto dentro de esas inesperadas sorpresas de Dios. Un hombre sencillo, hijo de inmigrantes, nos invitar a responder al llamado de Dios evitando defender privilegios que nos llevan a un clericalismo que ideologiza la barca de Pedro. La vocación al discipulado de Jesús tiene que ser cercana olvidándose de uno mismo, siempre sensible a las necesidades de los más vulnerable y llegando con el evangelio de la mano de Jesús. Las tres actitudes que se subrayan en los gestos, discursos, homilías y escritos de este pontificado son: cercanía, misericordia y ternura.

Cercanía

La cercanía se ha mostrado con los enfermos, las personas que viven en situación de pobreza y sobre todo con las víctimas de abusos sexuales por parte de clérigos a menores. El papa Francisco ha comprendido el drama de los abusos de manera más profunda después de su viaje a Chile en el año 2018, y ha sido capaz de pedir perdón a las víctimas de este drama “monstruoso” que ha envenenado a nuestra iglesia. El papa sigue siendo cercano a la realidad de los migrantes, y a las situaciones donde existe la guerra como Sudán del Sur y Ucrania.

Dentro de sus homilías y discursos nos ofrece un Dios cercano, que es padre que mira amorosamente a sus hijos. Incluso invita a sentarnos “en las rodillas de Dios” para observar el mundo con confianza y amor y experimentar la alegría y la paz que sólo Él nos puede conceder. El mismo papa Francisco en una de sus alocuciones nos recuerda que “en el Evangelio Jesús aconseja no decir muchas palabras, sino realizar muchos gestos de amor y de esperanza en el nombre del Señor; no decir muchas palabras, sino realizar gestos: «Curad enfermos – dice – resucitad muertos, purificad leprosos, expulsad demonios. Gratis lo recibisteis: dadlo gratis» (Mt 10,8). Este es el corazón del anuncio: el testimonio gratuito, el servicio. Os digo una cosa: a mí  me dejan siempre perplejos los «parlanchines«, con su mucho hablar y no hacer nada”.

La cercanía es más que una virtud concreta, es una actitud que implica a toda la persona: crea vínculos, permite que estemos, a la vez, en lo nuestro y atentos a las necesidades del prójimo. En una de sus alocuciones puso el ejemplo del diácono Felipe, que iba de un sitio para otro sembrando la alegría del Evangelio y bautizando incluso en medio de la carretera (cfr. Hch 8,5; 36-40). Me gustó esa expresión de cercanía en la JMJ de Lisboa (2023): “en la Iglesia hay espacio para todos, ninguno sobra. Eso lo dice Jesús claramente”. 

Misericordia

A los tres años de su pontificado, el papa Francisco invita a vivir el año de la misericordia en toda la iglesia. Una buena manera de mostrar que hay continuidad entre el papado de Benedicto y el de Francisco es en la misericordia. De ella decía el Papa emérito que "es el núcleo central del mensaje evangélico y el nombre mismo de Dios". De la teología del amor de Benedicto XVI al "Señor que es todo misericordia y pura misericordia" del papa Francisco. Un gesto grandioso: la apertura de ese Jubileo se realiza el día 29 de noviembre en la catedral de Bangui, en la República Centroafricana. Una manera de gritar al mundo que por el camino de la misericordia se llega a la paz.

Con el jubileo extraordinario de la Misericordia pudimos disfrutar la publicación de la Bula "Misericordiae vultus" en donde afirma que “la misericordia es la viga maestra que sostiene la vida de la Iglesia. Todo en su acción pastoral debería estar revestido por la ternura con la que se dirige a los creyentes; nada en su anuncio y en su testimonio hacia el mundo puede carecer de misericordia. La credibilidad de la Iglesia pasa a través del camino del amor misericordioso y compasivo”.

Como me gustaría que esos sacerdotes que tienen el corazón herido meditasen una y otra vez estas frases, en vez de querer públicamente mostrar división y rigidez hacia los demás y sobre todo hacia la autoridad de nuestra iglesia. Desde su escenario clerical se olvida que no podemos ser custodios de la unidad y comunión en la iglesia si no tenemos la misericordia en nuestras acciones cotidianas.

Ternura

Hemos agradecer que este pontificado nos haya convertido en revolucionarios de la ternura de Dios. La experiencia personal del papa Francisco sobre la ternura de Dios tiene su origen en la contemplación de un cuadro, La vocación de san Mateo, de Caravaggio que se encuentra en la iglesia de san Luis de los Franceses, una joya del arte barroco que alberga en su interior tres obras maestras de este autor sobre el evangelista Mateo. El papa Francisco acudía a este lugar a contemplar el lienzo cada vez que viajaba a Roma para algún encuentro en el Vaticano cuando era arzobispo de Buenos Aires. Por esta razón hay que agradecer las veces que nos invita a dejarnos mirar por Jesús en la cruz, en su visita a la Basílica de Guadalupe en México (2016) nos invitó a dejarnos mirar por Ella “creo que hoy nos va a servir un poco de silencio. Mirarla a ella, mirarla mucho y calmadamente, y decirle como hizo aquel otro hijo que la quería mucho”.

Uno de los momentos de ternura de Francisco podemos observarlo en las visitas que realiza a las cárceles, a puerta cerrada, sin focos, para seguir atento a tantas historias de dolor en donde recuerda que “ser privado de la libertad no es lo mismo que estar privado de la dignidad”. Esta frase cambia el rostro de Janeth Zurita una de las internas que logra hablar con el papa Francisco cuando visitó un reclusorio en su viaje a Chile.

En su visita al hospital infantil de México nos habló de la “cariñoterapia” principio para sentir la ternura de Dios en los enfermos, también desde su capilla de santa Marta nos recuerdó que la bella ciencia de las caricias de Dios se traduce en ternura. Hoy nos hace falta recordar estas tres actitudes necesarias para que haya unas relaciones fraternas y en paz dentro y fuera de la Iglesia católica.

Durante estos años de su pontificado percibo un fenómeno que me llama la atención: hay personas que se empeñan en ver y juzgar al papa a partir de unos prejuicios que oscurecen la mirada y deforman la realidad. Unos solo ven en él a un papa progresista; otros, a un papa conservador.

Recordemos que la Iglesia es un lugar de perdón, escucha y acogida. Un espacio de experiencia y encuentro con Jesús. Aquí no entran las ideologías políticas tradicionales y liberales. Creo que con estas actitudes que propone el papa Francisco cercanía, misericordia y ternura podemos construir una iglesia más sinodal, poniendo atención a posiciones ideológicas rígidas que nos separan de la realidad y nos impiden caminar juntos.

Autor: Monseñor Francisco Javier Acero, auxiliar de la arquidiócesis de México

¿Por qué la Iglesia se opone a la Eutanasia? ¿No es cruel que la gente sufra tanto?


¡Claro, amigo mío! Me alegra que te acerques con estas preguntas tan importantes. La cuestión de la eutanasia es un tema profundo que toca los corazones y las almas de muchas personas, y es natural querer entender por qué la Iglesia se opone a ella.

Primero, déjame decirte que la Iglesia no se opone a la eutanasia porque quiera que la gente sufra. Al contrario, la Iglesia está profundamente comprometida con aliviar el sufrimiento humano en todas sus formas. Sin embargo, la eutanasia no es la solución al sufrimiento, y aquí es donde radica nuestra preocupación.

La eutanasia plantea una serie de problemas éticos y morales que van en contra de la dignidad humana y del plan de amor que Dios tiene para cada uno de nosotros. Para entender mejor por qué la Iglesia se opone a la eutanasia, es importante considerar algunos principios fundamentales de nuestra fe.

En primer lugar, creemos que la vida humana es un don sagrado de Dios. En el libro del Génesis, leemos que Dios creó al hombre a su imagen y semejanza, y sopló en él el aliento de vida (Génesis 1,27, 2,7). Esta verdad fundamental nos enseña que cada persona tiene un valor intrínseco y una dignidad inalienable, independientemente de su edad, condición física o situación.

Además, creemos que somos mayordomos, no dueños, de nuestra propia vida y la vida de los demás. En el catecismo de la Iglesia Católica, se nos enseña que "el suicidio contradice la inclinación natural del ser humano a conservar y perpetuar su vida" (Catecismo, párrafo 2281). La eutanasia, al igual que el suicidio, busca poner fin a la vida de manera deliberada, lo que va en contra de este principio fundamental.

Otro punto importante es que la eutanasia socava el valor del sufrimiento humano. Aunque el sufrimiento puede ser difícil de comprender y experimentar, creemos que puede tener un significado profundo cuando se une al sufrimiento de Cristo en la cruz. San Pablo nos recuerda en su carta a los Colosenses que "en mi carne, completo lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de su cuerpo que es la Iglesia" (Colosenses 1,24). Esto significa que nuestro sufrimiento puede ser redentor cuando se ofrece en unión con el sacrificio de Cristo por la salvación del mundo.

Además, la eutanasia plantea serias preocupaciones sobre el respeto a la vida humana más vulnerable. En muchos casos, las personas que consideran la eutanasia están experimentando dolor físico o emocional, y pueden sentirse presionadas a poner fin a sus vidas para no ser una carga para sus seres queridos o para el sistema de salud. Esto plantea serias preocupaciones sobre la justicia y la protección de los más débiles en nuestra sociedad.

También es importante destacar que la eutanasia no solo afecta a la persona que está muriendo, sino también a sus seres queridos y a la sociedad en general. La eutanasia puede llevar a una cultura de la muerte en la que la vida humana se ve como desechable y sin valor. Esto puede tener consecuencias profundas para nuestra comprensión del respeto mutuo, la compasión y la solidaridad.

Por último, pero no menos importante, la eutanasia puede cerrar la puerta a la esperanza y la posibilidad de curación. Con los avances en cuidados paliativos y medicina paliativa, muchas personas pueden encontrar alivio para su sufrimiento físico y emocional, así como apoyo para vivir con dignidad hasta el final de sus vidas. La eutanasia, por otro lado, corta estas posibilidades y puede llevar a decisiones precipitadas que no tienen en cuenta todas las opciones disponibles.

En resumen, la Iglesia se opone a la eutanasia porque va en contra de la dignidad humana, el respeto a la vida y el valor del sufrimiento humano. Creemos que cada vida es un regalo de Dios y que tenemos la responsabilidad de proteger y defender ese regalo, especialmente en los momentos más vulnerables. Al mismo tiempo, estamos comprometidos a ofrecer compasión, cuidado y apoyo a quienes sufren, para que puedan encontrar esperanza y consuelo en medio de sus pruebas.

Espero que estas reflexiones te ayuden a comprender por qué la Iglesia se opone a la eutanasia. Si tienes más preguntas o necesitas más claridad sobre este tema o cualquier otro, estoy aquí para ti. Que Dios te bendiga y te guarde en todos tus caminos.

Autor: Padre Ignacio Andrade.

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