¿Por qué un ladrón se nos adelantó a reconocer a Cristo como rey?



El Evangelio de Lucas (Lc 23, 35-43) nos narra que cuando Jesús estaba ya crucificado, las autoridades le hacían muecas, diciendo: “A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el elegido”. También los soldados se burlaban de Jesús, y acercándose a él, le ofrecían vinagre y le decían: “Si tú eres el rey de los judíos, sálvate a ti mismo”. Había, en efecto, sobre la cruz, un letrero en griego, latín y hebreo, que decía: “Éste es el rey de los judíos”.

Uno de los malhechores crucificados insultaba a Jesús, diciéndole: “Si tú eres el Mesías, sálvate a ti mismo y a nosotros”. Pero el otro le reclamaba, indignado: “¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en el mismo suplicio? Nosotros justamente recibimos el pago de lo que hicimos. Pero éste ningún mal ha hecho”. Y le decía a Jesús: “Señor, cuando llegues a tu Reino, acuérdate de mí”. Jesús le respondió: “Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso”.

¿Por qué un ladrón aceptó a Cristo como Rey?

Una de las cosas que a Nuestro Señor Jesucristo más le costó trabajo de comunicar a los discípulos fue el hecho de que su misión como Mesías se habría de cumplir por medio de la Pasión, Muerte y Resurrección. Cuando el Señor Jesús lo anunció por primera vez en el inicio de su camino hacia Jerusalén (Mc 8,31-33) Pedro trató de reconvenirlo, pero el Señor lo puso en su lugar de discípulo.

Ahora, en la lectura de este Evangelio nos encontramos en el momento más dramático de ese proceso de Pasión y Muerte, a saber, la crucifixión. Y es precisamente allí donde uno de los ladrones crucificados como Él, le pide que tenga compasión cuando llegue a su Reino ¿por qué motivos un hombre en suplicio podría pensar que otra persona que sufre la misma suerte es un rey?

Aquí está presente la sorpresa de la lógica del Hijo de Dios. No fue una casualidad, sino un proceso bien pensado y previsto por el Señor Jesús, que sería por medio de su anonadamiento en la cruz que habría de pasar después a la exaltación de la Resurrección por encima de toda cosa sobre la Tierra, en el Cielo y por debajo de la Tierra, como lo declara san Pablo en su cántico de la carta a los Filipenses (Flp 2,6-11).

Curiosamente, lo que a los discípulos costó mucho comprender, a un hombre sometido al suplicio Dios -el ladrón- le concedió la gracia de comprenderlo y por su oración obtener la promesa de participar con Jesús en el Reino de los Cielos, es decir, en el paraíso.

Normalmente el esplendor de los reyes suele medirse por sus riquezas, por la esplendidez de su corte, por el éxito material. La lógica del Reino de Dios no va por ese camino, si de verdad queremos comprenderla es necesario aceptar que no es una ruta de ganancias sino de pérdidas, Jesús mismo lo expresaba de esta forma: “el que quiera ganarse a sí mismo se perderá, pero el que pierda la vida por mí y por el evangelio la salvará” (Mc 8,35).

Dentro del mismo libro de los Hechos de los Apóstoles, se nos demuestra que el mismo camino seguido por el Señor Jesús habría de ser el camino que sus discípulos y apóstoles habrían de seguir.

El primer mártir cristiano fue san Esteban diácono, después Santiago. A Pedro y a Juan los encarcelaron y azotaron varias ocasiones, así como lo hicieron con san Pablo. Ser servidor de este rey nos lleva a asemejarnos a Él, pero también nos lleva al Reino definitivo.

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