¿Por qué despreciar a los inmigrantes NO es cristiano y SÍ es pecado?


Creo que es esencial recordar que la fe cristiana se basa en el amor, la compasión y la justicia, y estas enseñanzas son fundamentales cuando hablamos sobre la situación de los inmigrantes.

En primer lugar, quiero enfatizar que despreciar a los inmigrantes no es congruente con los principios cristianos. Jesús mismo nos dejó un claro mandato en el Evangelio según Mateo (25,35), cuando dijo: "Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis". Aquí, Jesús identifica Su presencia en aquellos que sufren, incluidos los forasteros o inmigrantes. Despreciar a los inmigrantes implica ignorar la enseñanza de Cristo sobre el amor y la solidaridad hacia el prójimo.

Además, el Catecismo de la Iglesia Católica, en el número 2241, nos proporciona una guía clara sobre la responsabilidad hacia los inmigrantes: "Las naciones más ricas están obligadas, en justicia, a dar a los países más pobres lo que les falta para alcanzar el bienestar y facilitarles el medio de lograrlo". Este principio se alinea con la idea de que la solidaridad y la ayuda mutua son esenciales en la vida cristiana.

Cuando despreciamos a los inmigrantes, estamos olvidando el mandamiento central de Jesús: "Ama a tu prójimo como a ti mismo" (Mateo 22,39). Los inmigrantes no son simplemente "extraños" o "forasteros"; son nuestros hermanos y hermanas en la humanidad, y nuestra actitud hacia ellos debe reflejar el amor y la misericordia que Jesús nos enseñó.

El apóstol Santiago nos recuerda en su carta (Santiago 2,14-17) que la fe sin obras está muerta. Si decimos ser cristianos pero despreciamos a los inmigrantes, estamos contradiciendo nuestra fe. Santiago nos exhorta a mostrar nuestra fe a través de nuestras acciones, especialmente en el servicio y la compasión hacia los necesitados. Despreciar a los inmigrantes no solo va en contra de este principio, sino que también socava la credibilidad de nuestra profesión de fe.

Es esencial recordar la historia del pueblo de Israel, que en varias ocasiones fue un pueblo migrante y extranjero. Dios les recordó su experiencia como forasteros en Egipto, enseñándoles a tratar con compasión a los extranjeros y a los que estaban en necesidad (Éxodo 22,21, Levítico 19,34). Esta experiencia debería resonar en nosotros como cristianos, recordándonos que, en el plan divino, todos somos peregrinos en esta tierra.

En el Nuevo Testamento, el apóstol Pablo también aborda la importancia de acoger a los extranjeros. En la carta a los Romanos (12,13), él dice: "Compartid para las necesidades de los santos; practicad la hospitalidad". Este llamado a la hospitalidad no se limita a aquellos que comparten nuestra fe, sino que se extiende a todos, independientemente de su origen o estatus migratorio.

El Papa Francisco, siguiendo esta tradición, ha abogado constantemente por la acogida y el respeto hacia los migrantes. En su encíclica "Fratelli Tutti", destaca la necesidad de construir un mundo más fraterno y solidario, donde todos sean tratados con dignidad y justicia, independientemente de su origen. El Papa nos recuerda que los cristianos están llamados a ser constructores de puentes, no de muros.

Despreciar a los inmigrantes no solo va en contra de las enseñanzas bíblicas, sino que también es un pecado porque implica el rechazo del amor y la misericordia que Dios nos ha mostrado. En el Evangelio según Lucas (6,36), Jesús nos dice: "Sed misericordiosos, como también vuestro Padre es misericordioso". Dios, en Su infinita misericordia, nos acoge a pesar de nuestras faltas y nos llama a hacer lo mismo con los demás.

En conclusión, despreciar a los inmigrantes no es cristiano y sí es un pecado, ya que va en contra de los principios fundamentales de amor, compasión, solidaridad y justicia que Jesús nos enseñó. Como cristianos, estamos llamados a imitar a Cristo, quien acogió a todos, independientemente de su origen o situación. La comprensión y la hospitalidad hacia los inmigrantes son expresiones concretas de nuestra fe y testimonian el amor de Dios en el mundo. ¡Que podamos recordar siempre que somos peregrinos en esta tierra y que nuestra verdadera patria es el Reino de Dios, donde todos somos hermanos y hermanas en Cristo!

Autor: Padre Ignacio Andrade.

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