De Adventista del Séptimo Día a Católico, así relata un sacerdote la conversión de uno de sus parroquianos.


Como sacerdote católico, he presenciado muchas conversiones a lo largo de mi ministerio, pero hay una en particular que siempre recordaré con especial cariño. Se trata de la historia de Juan, un devoto adventista del séptimo día que encontró su camino hacia la fe católica de una manera verdaderamente inspiradora.

Todo comenzó hace unos años, cuando Juan comenzó a realizar trabajos de mantenimiento en nuestra parroquia después de mudarse a la ciudad por motivos de trabajo. Era un hombre amable y respetuoso, pero siempre noté una cierta reserva en él cuando se trataba de hablar sobre su fe. Durante los primeros meses, se limitaba a cumplir con sus tareas y evitaba involucrarse en conversaciones religiosas.

Un día, mientras trabajaba en el jardín de la parroquia, decidí acercarme a Juan para saludarlo y entablar una conversación. Le pregunté cómo se sentía en nuestra comunidad y si necesitaba algo en particular. Juan respondió con cortesía, pero pude percibir cierta tensión en su voz cuando mencionó que había crecido como adventista del séptimo día y que estaba todavía explorando su camino espiritual.

Durante nuestras conversaciones, Juan expresó su admiración por la liturgia católica, así como su fascinación por la historia y la tradición de la Iglesia Católica. Sin embargo, también compartió conmigo algunas dudas y preguntas que había estado teniendo sobre su fe adventista.

"Padre, siempre he creído firmemente que los católicos son idólatras", confesó Juan en una de nuestras conversaciones. "Creen en imágenes y estatuas, y eso va en contra de los mandamientos de Dios".

Comprendiendo su preocupación, le respondí con paciencia: "Juan, entiendo tus inquietudes, pero es importante recordar que la veneración de imágenes y estatuas en la Iglesia Católica no es idolatría. Estas representaciones nos ayudan a conectar con los santos y con la misma imagen de Cristo, y son un recordatorio de nuestra fe".

Juan frunció el ceño, claramente escéptico. "Pero ¿qué hay del papa? ¿No es él el anticristo, como dicen muchos adventistas?"

Sonriendo tranquilamente, intenté aclarar sus dudas. "El Papa es el líder de la Iglesia Católica, pero no es el anticristo. Es el sucesor de Pedro, a quien Jesús le dio la autoridad de liderar su Iglesia. El papel del Papa es guiarnos en la fe y la moral, y su autoridad está enraizada en la tradición apostólica".

Juan escuchaba atentamente, pero seguía sin estar convencido. "Y ¿qué pasa con el sábado? ¿No pecamos al no guardar el sábado como día sagrado, como está escrito en los Diez Mandamientos?"

"Juan, en la Iglesia Católica celebramos el domingo como el día del Señor, en conmemoración de la resurrección de Jesús", expliqué con calma. "Esto no significa que despreciemos el sábado, pero nuestra tradición se remonta a los primeros cristianos, que comenzaron a reunirse el primer día de la semana en honor a la resurrección".

Juan parecía reflexionar sobre mis palabras, pero aún tenía una última objeción. "Y ¿qué hay de comer carne de cerdo? En la Biblia se nos enseña que es impuro".

"Es cierto que en el Antiguo Testamento se prohíbe el consumo de ciertos alimentos, incluida la carne de cerdo", asentí. "Pero Jesús vino a cumplir la ley y nos liberó de esas restricciones. En el Nuevo Testamento, él mismo declaró que no es lo que entra en la boca lo que contamina al hombre, sino lo que sale de ella".

Con el tiempo, Juan comenzó a participar más activamente en la vida de la parroquia. Se involucró en actividades sociales y comenzó a asistir a clases de catequesis. Durante este proceso, pude ver cómo su corazón se abría cada vez más a la gracia y la belleza de la fe católica.

Una de las experiencias más conmovedoras que compartí con Juan fue cuando lo acompañé en su primer viaje a una iglesia católica fuera de nuestra parroquia. Fuimos juntos a visitar una antigua catedral en el centro de la ciudad, y mientras caminábamos por los pasillos adornados con arte sacro y escuchábamos el suave murmullo de la música sacra, pude ver en los ojos de Juan una profunda emoción y reverencia.

Después de esa visita, Juan comenzó a asistir regularmente a la misa diaria y a participar en la adoración eucarística. Fue durante una de estas misas diarias que ocurrió un momento verdaderamente conmovedor que marcó un hito en su camino hacia la conversión.

Después de la comunión, mientras estábamos arrodillados en oración, vi lágrimas correr por las mejillas de Juan. Cuando terminó la misa, me acerqué a él y le pregunté si estaba bien. Con voz temblorosa, Juan me confesó que durante la adoración eucarística había experimentado una profunda sensación de paz y presencia de Dios que nunca antes había sentido.

A partir de ese momento, Juan se comprometió plenamente con su proceso de conversión. Continuó estudiando la fe católica, participando en la Misa y profundizando su relación con Dios a través de la oración y la meditación. Cada vez que hablábamos, podía ver cómo su fe se fortalecía y cómo su corazón se llenaba de alegría y gratitud por el don de la fe católica.

Finalmente, después de un largo y profundo proceso de discernimiento, Juan tomó la decisión de convertirse formalmente a la fe católica. Fue un momento de gran alegría y celebración para toda la comunidad parroquial, que lo recibió con los brazos abiertos y el corazón rebosante de amor fraternal.

Desde entonces, Juan ha seguido creciendo en su fe y su compromiso con la Iglesia Católica. Se ha convertido en un miembro activo de la comunidad, sirviendo como lector en la misa, participando en obras de caridad y compartiendo su testimonio de conversión con otros.

Su historia es un poderoso recordatorio del amor y la misericordia de Dios, así como del poder transformador de la fe. A través de su testimonio, Juan nos recuerda que nunca es demasiado tarde para abrir nuestro corazón a la gracia de Dios y seguir el llamado del Espíritu Santo hacia una vida de fe, esperanza y amor en Cristo Jesús.

Autor: Padre Ignacio Andrade.

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