¿Por qué algunos católicos dicen que la Misa actual fue "protestantizada" en el Concilio Vaticano II?


La Misa y su evolución a lo largo de los siglos es un tema complejo y apasionante que a menudo genera preguntas y confusiones. Primero, es importante entender que la Misa es el centro de la vida católica y ha sido objeto de reflexión y desarrollo continuo a lo largo de los siglos.

Algunos católicos han expresado la preocupación de que la Misa actual fue "protestantizada" durante el Concilio Vaticano II. Es cierto que el Concilio Vaticano II (1962-1965) trajo consigo cambios significativos en la liturgia católica, pero afirmar que estos cambios fueron una influencia directa del protestantismo es una simplificación injusta de un proceso complejo y cuidadosamente considerado.

El Vaticano II buscó, entre otras cosas, renovar y revitalizar la vida litúrgica de la Iglesia para que los fieles pudieran participar más plenamente en la celebración de la Misa. Este deseo de renovación no implicó una adopción indiscriminada de prácticas protestantes, sino una vuelta a las fuentes originales del cristianismo, a los primeros siglos de la Iglesia.

Es interesante notar que muchos de los cambios introducidos durante el Vaticano II se basaron en las enseñanzas de los Padres de la Iglesia, los primeros líderes y teólogos cristianos que vivieron en los primeros siglos después de Cristo. Por ejemplo, San Justino Mártir, un apologista cristiano del siglo II, describió la liturgia cristiana en su "Apología Primera" escrita alrededor del año 155. San Justino proporciona una valiosa visión de cómo se celebraba la Eucaristía en los primeros tiempos de la Iglesia. En su descripción, encontramos elementos que se asemejan a la liturgia actual, como la estructura mucho más clara de la celebración en dos partes o dos tiempos, la Liturgia de la Palabra que precede e introduce a la Liturgia Eucarística, donde se consagra el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. En la descripción de San Justino se hace claro también que los fieles participaban más activamente durante los oraciones y plegarias, así como que también se daban el saludo de la paz que es tan común en nuestro "nueva misa".

El Concilio Vaticano II, al tomar inspiración de estas fuentes antiguas, no introdujo una "protestantización" de la Misa, sino que restauró elementos que se habían perdido o habían caído en desuso con el tiempo. Por ejemplo, el uso del idioma vernáculo en la liturgia (es decir, la lengua hablada por el pueblo) se reintrodujo para que los fieles pudieran comprender y participar plenamente en la Misa. En los primeros siglos la Misa no se celebraba en latín, sino en el idioma de cada uno de los pueblos y comunidades que iban adoptando la fe cristiana, donde predominaba el griego. Cabe preguntarse por qué ahora algunos hermanos tratan de presentar casi como una herejía que la Misa no se celebre en latín.

Además, la participación activa de los fieles se enfatizó durante el Vaticano II. Esto se alinea con la enseñanza de la Iglesia desde los primeros tiempos, donde la participación activa de la comunidad en la celebración eucarística siempre fue considerada fundamental, y además, es bíblico. San Pablo, en su Primera Carta a los Corintios, habla de la importancia de la participación activa y consciente en la Cena del Señor (1 Corintios 11, 17-34). El énfasis en la participación de la congregación en las oraciones, cantos y respuestas durante la Misa se encuentra en sintonía con esta tradición apostólica.

Además, la reforma litúrgica del Vaticano II también reafirmó la centralidad de la Eucaristía en la vida de la Iglesia, recuperando un elemento importantísimo que prácticamente se había perdido casi por completo en la Misa de "vetus ordo", y es el sentido de la Misa como Banquete. La Iglesia Católica enseña que la Eucaristía es el "sacramento del sacramento", es decir, el sacramento más importante y central de la fe católica, y esto ya estaba presente en la Misa Tridentina, claro está, pero el énfasis en dicha misa se hacía sobre todo al carácter sacrificial de la Eucaristía, eclipsando casi por completo su carácter de banquete fraterno. 

Durante la Misa nos reunimos para ofrecer el Sacrificio perfecto a Dios Padre, que es su Hijo Jesús bajo las apariencias del pan y el vino, pero Jesús que es el Cordero de Dios no solo se sacrifica, sino que también se come. La Misa es un sacrificio y es un banquete y siempre ha sido así, pero los elementos de la reforma litúrgica lo dejan mucho más claro ahora que antes. Por ejemplo, algo que disgusta a los opositores a las reformas litúrgicas es que el altar ya no esté pegado al retablo, sino en el centro del presbiterio, donde por un lado está el sacerdote y frente a él los fieles. Pues este pequeño detalle nos ofrece precisamente la imagen de una Mesa, es decir, de un Banquete. El altar es el lugar de sacrificio pero también la mesa en la que Dios nos alimenta con el Cuerpo del Cordero divino, es decir, con Jesús mismo.

La reforma litúrgica del Vaticano II no solo enfatizó la importancia teológica de la Eucaristía, sino que también buscó hacer que la celebración de la Misa fuera más accesible, participativa y significativa para los fieles, recuperando el sentido de que todos los bautizados somos sacerdotes y todos ofrecemos el sacrificio eucarístico, no solo el sacerdote ordenado. Esto se hizo mediante la simplificación de ciertos ritos, el uso del idioma vernáculo y la promoción de una participación activa por parte de la congregación.

Es importante destacar que estos cambios no implicaron una pérdida de la sacralidad o solemnidad de la Misa, sino más bien una adaptación a las necesidades pastorales y espirituales de los fieles en el mundo moderno. La liturgia católica sigue siendo profundamente reverente y llena de simbolismo, recordando a los fieles la presencia real de Cristo en la Eucaristía.

En resumen, la afirmación de que la Misa fue "protestantizada" en el Concilio Vaticano II es una interpretación errónea de los cambios introducidos. En realidad, la reforma litúrgica buscó acercar la celebración de la Misa a sus raíces históricas y teológicas, en consonancia con las enseñanzas de los Padres de la Iglesia y la práctica apostólica temprana. La riqueza y profundidad de la liturgia católica siguen siendo una fuente de gracia y encuentro con Dios para los fieles en todo el mundo. Siempre es importante recordar las palabras del Salmo 95:6: "Venid, adoremos y prosternémonos; doblemos la rodilla ante el Señor nuestro Hacedor". En la Misa, tenemos la oportunidad de hacer precisamente eso, adorar y encontrarnos con nuestro Creador y Salvador de una manera especial y significativa. ¡Que Dios te bendiga abundantemente en tu camino de fe!

Autor: Padre Ignacio Andrade.

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