¿Negarle una moneda a un pobre en la calle es pecado de omisión?


¿Negarle una moneda a un pobre en la calle constituye un pecado de omisión? Esta pregunta, aunque aparentemente simple, nos lleva a reflexionar sobre la esencia misma de nuestra fe y cómo vivimos nuestro compromiso cristiano en el mundo actual.

Antes de profundizar en esta cuestión, es esencial recordar las palabras de nuestro Señor Jesucristo en el Evangelio según Mateo, quien nos enseñó: "Porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; fui forastero, y me recibieron en su hogar; estuve desnudo, y me vistieron; enfermo, y me cuidaron; en la cárcel, y me visitaron" (Mateo 25, 35-36). Estas palabras nos muestran el camino del amor y la compasión, y nos llaman a ser instrumentos de la misericordia divina en el mundo.

El Catecismo de la Iglesia Católica también nos proporciona una orientación clara sobre este tema. En el párrafo 2443, se nos recuerda: "El extraño que resides contigo será para ti como uno de tus compatriotas y lo amarás como a ti mismo, porque extranjeros fuisteis en Egipto. Yo soy el Señor vuestro Dios" (Ver: Levítico 19, 34). Esta enseñanza nos muestra que el amor al prójimo, especialmente a los más necesitados, es una expresión concreta de nuestro amor a Dios.

Ahora bien, ¿negarle una moneda a un pobre en la calle puede considerarse un pecado de omisión? Para responder a esta pregunta, es vital entender el concepto de pecado de omisión en la tradición católica. El pecado de omisión implica no hacer el bien que sabemos que debemos hacer. Como nos enseña Santiago en su epístola: "Aquel, pues, que sabe hacer el bien y no lo hace, comete pecado" (Santiago 4, 17). Negar ayuda a un necesitado cuando tenemos la capacidad de hacerlo claramente entra en esta categoría.

Imaginemos a un hombre o una mujer sentados en la acera, con los ojos llenos de esperanza, extendiendo la mano en busca de ayuda. En ese momento, tenemos una opción: podemos pasar de largo, ignorando su sufrimiento, o podemos elegir actuar, mostrar compasión y brindar ayuda, incluso si es solo en forma de una moneda. Negar esa moneda implica negar una pequeña muestra de amor y apoyo que podríamos haber brindado.

En este contexto, negarle una moneda a un pobre en la calle puede verse como un pecado de omisión porque estamos fallando en cumplir el mandato fundamental del amor al prójimo. Cuando Jesús nos enseñó sobre el buen samaritano, nos mostró que el amor no conoce límites ni condiciones. No nos pide analizar la vida del necesitado para decidir si merece nuestra ayuda; nos llama simplemente a amar y servir.

En nuestra vida cotidiana, a menudo nos encontramos con situaciones en las que podemos elegir mostrar compasión o pasar de largo. A veces, estamos tan inmersos en nuestras ocupaciones diarias que no notamos las necesidades de quienes nos rodean. Sin embargo, es en estos momentos cotidianos donde se forja nuestra verdadera espiritualidad. La fe no es solo una cuestión de palabras, sino de acciones concretas que reflejan el amor de Dios en el mundo.

Entonces, ¿cómo podemos vivir de acuerdo con este llamado al amor y la compasión? En primer lugar, debemos abrir nuestros ojos y corazones a las necesidades de los demás. No se trata solo de dar monedas a los pobres, sino de reconocer su dignidad y tratarlos con respeto y empatía. La verdadera caridad va más allá de las limosnas; implica ver al otro como un hermano o hermana, parte de nuestra misma familia humana.

En segundo lugar, debemos cultivar una actitud de gratitud por todo lo que tenemos. Cuando apreciamos nuestras bendiciones, estamos más dispuestos a compartirlas con los demás. La generosidad brota naturalmente del corazón agradecido. Como nos enseña San Pablo a los corintios: "Dios ama al que da con alegría" (2 Corintios 9, 7). Cuando damos con alegría, nuestro acto de amor se convierte en una ofrenda agradable a los ojos del Señor.

En tercer lugar, debemos educar nuestras conciencias para discernir cómo podemos ayudar de manera efectiva. A veces, dar una moneda puede no ser la mejor forma de ayudar, especialmente si perpetúa un ciclo de dependencia. Podríamos considerar donar a organizaciones benéficas que se dedican a abordar las causas subyacentes de la pobreza, proporcionando educación, atención médica y oportunidades de empleo. La caridad informada es un testimonio de nuestro compromiso genuino con el bienestar de los demás.

Finalmente, recordemos que somos administradores de los dones que Dios nos ha confiado. No somos propietarios de nuestras posesiones, sino custodios responsables. Como nos recuerda el Salmo 24, 1: "Del Señor es la tierra y todo lo que hay en ella, el mundo y cuantos lo habitan". Esta conciencia nos invita a compartir lo que tenemos, sabiendo que todo proviene de Dios y que seremos responsables de cómo usamos nuestros recursos. 

Autor: Padre Ignacio Andrade.

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