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La Iglesia católica señala que la inseguridad en México se debe a la pérdida de valores.




La Iglesia católica mexicana consideró este domingo que la creciente violencia e inseguridad que se vive en los últimos años en México se deben a la pérdida de valores en la sociedad.

Indicó que para construir la paz “se necesita cultivar los valores en todas las instituciones” que tienen como misión procurar el bienestar de los mexicanos, desde la política, la economía, la educación, el deporte y, “por desgracia, es muy poco lo que se hace en este sentido”.

A través de la editorial del semanario “Desde la fe”, órgano oficial informativo de la Arquidiócesis de México, la Iglesia señaló: "poco se ha dicho de lo que la Iglesia Católica ha venido evidenciando desde hace décadas: la violencia y la inseguridad en el país se deben a la pérdida de valores en la sociedad, valores que son cimiento de la convivencia pacífica".

“El gobierno y los políticos deben renunciar a crear ambientes de polarización, y comprometerse a convocar a mesas de diálogo a favor de México, por encima de intereses partidistas. Si el gobierno y la sociedad hacen lo que les corresponde, podemos augurar la mejor de las batallas contra los males que sufre el país”, añadió.

"Esta promoción de los valores debe pasar por todos los ámbitos, empezando por las familias, que ya no pueden seguir indiferentes esperando a que el gobierno cure este mal extendido. Urge que las familias asuman su papel de artesanos de paz, evitando en sus hogares el consumo de imágenes violentas de las series de televisión o el internet; generando un vocabulario sano y trato cordial entre sus miembros y fomentando sentimientos que no den cabida a la venganza", señala el órgano informativo de la Arquidiócesis. 

En este punto la voz de la Iglesia coincide con la del presidente Andrés Manuel López Obrador, que ha sostenido desde el inicio de su gobierno que la crisis de seguridad en el país se debe a la pérdida de valores morales, culturales y espirituales, que pérdida que a decir del mandatario se agravó durante el periodo del modelo económico neoliberal, donde se puso énfasis en el mercado y las ganancias, y no en el bien común.

Basta recordar que durante los primeros tres años de su gobierno el presidente buscó incluso que la Iglesia católica y las iglesias evangélicas colaboraran distribuyendo una "Cartilla Moral" para fortalecer valores entre las familias mexicanas, a lo que si bien muchas iglesias evangélicas se sumaron, la Iglesia católica se negó. 

Si bien las propias cifras del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) revelan que han disminuido buena parte de los delitos del fuero federal, como los secuestros, que se encuentran en una tendencia a la baja, por otra parte al menos 22,1 millones de adultos mexicanos fueron víctimas de algún tipo delito en 2021.

Además, estimó que el costo total de la inseguridad y el delito en hogares representó un monto de 278 mil 900 millones de pesos, lo que equivale al 1.55 por ciento del producto interior bruto (PIB) y a siete mil 147 pesos por persona afectada.

Si soy estricto con mis hijos ¿se rebotarán con una vida desordenada al crecer?



Muchos padres creen que no pueden ser estrictos con sus hijos porque temen que al crecer, a los 18 años, por un efecto rebote, se conviertan en rebeldes muy desordenados, que dejen los estudios, se emborrachen y desperdicien su vida. 

Para evitar ese "rebote", muchos padres prefieren dejar que sean rebeldes en su adolescencia e infancia, no imponerles normas, dejar que salgan de botellón ("pero el mío bebe sin pasarse", creen) y esperan que pasada cierta edad sentarán cabeza o, al menos, serán felices "a su manera".

El autoengaño de los padres "blandos"

Como explica el médico y educador Leonard Sax en su interesante libro El colapso de la autoridad (Palabra, 2017) esos padres "blandos" se autoengañan y dañan a sus hijos. 

Ningún estudio muestra que en las familias con normas, horarios y exigencias estrictas los chicos crezcan "rebotados".

Al contrario, la ciencia sociológica, tras muchos estudios y décadas de investigación, considera demostrado ya que esos chicos crecen con buenos hábitos y les va bien en la vida.

Y al contrario, la ciencia demuestra que en las familias "blandas" (sean negligentes o bien indulgentes) los chicos crecen sin hábitos de trabajo y diligencia y les va mal. 

Leonard Sax considera que los mejores estudios al respecto, después de 40 años, son los de Diana Baumrind y su equipo investigador. Estos estudios muestran que la mejor fórmula es la de las familias que son a la vez cariñosas y estrictas, es decir, que saben decir a sus hijos "no", con firmeza, pero también con afecto. 

Una fórmula clásica de eficacia probada (aunque el niño o adolescente proteste) es decir: "no puedes, cariño, porque te lo decimos nosotros, que somos tus padres, te queremos, y en unos años verás que era la mejor para ti". 

Un mito moderno de Occidente

Por supuesto, a las presiones típicas ("si me quisierais me dejaríais", "si me quisierais confiarías en mí", "cuando sea mayor haré todo eso que no me dejáis, mejor dejadme ahora...") hay que responder con un clásico: "no, cariño, no" y un "de mayor haz lo que quieras y luego me llamas y me lo cuentas". 

¿De dónde sale la idea de "he de ceder o mi hijo se rebotará"?

No nace de la ciencia pedagógica ni la sociológica: es un mito moderno de Occidente, un bulo, un hoax, una fantasía... 

"Cuando pregunto a los padres que por qué piensan que una paternidad más exigente dará como resultado una conducta más insensata en sus hijos con el paso de los años, son muchos los que responden citando algo que han visto en una película sobre el hijo adolescente de unos padres muy puritanos, o lanzando una afirmación sobre algo que escucharon en la televisión hace muchos años. La respuesta que suelo dar a estos padres es que no existe ningún estudio científico que respalde esa idea. De hecho son muchos los que la contradicen", explica el doctor Leonard Sax.

La ingenuidad de algunos padres

Además, es un "bulo" que no se aplica en ningún otro ámbito de la vida. Ningún jefe contrata a un empleado que le consta que en otros empleos y con otras empresas robaba material de la empresa o se saltaba horas de trabajo pensando "seguro que ya ha superado eso".

Y al revés: si sabes que alguien fue un empleado eficaz y escrupuloso en otros trabajos no pensarás "seguro que es un reprimido y estallará un efecto rebote en cualquier momento". Con esos datos, todos los profesionales saben quién es de fiar. 

Padres que jamás creerían ni aplicarían la idea supersticiosa del "rebote" en el trabajo, asombrosamente se la creen aplicada a sus hijos.

El llamado "efecto rebote", en los pocos casos que se da, es anecdótico, comenta Sax.

Pone el ejemplo de un caso que conoce: un chico que a los 18 años por fin se pudo comprar una videoconsola y se dedicó a jugar intensamente varias semanas, algo que sus padres nunca antes le dejaron. Sí, disfrutó unas semanas, pero en pocos meses se aburrió de la videoconsola. Como desde niño tenía muchos amigos y muchas aficiones alternativas, fuesen lecturas, deportes, etc... enseguida volvió a ellas, y a sus responsabilidades. Vendió la cara videoconsola y se ganó 400 dólares para otras cosas.

Lo vivido y repetido como niño durante años y años es lo que perdura. 

"La virtud engendra virtud"

"Este concepto de rebote no se basa en los hechos sino en la cultura popular de comienzos del siglo XXI, que no es una fuente demasiado fiable de información. Y creo que, en parte, son los propios padres los que lo propagan, para tratar de justificarse por su estilo educativo con poca autoridad", explica Sax. 

"No aceptes este concepto de rebote, no te lo creas. Si educas a tu hijo en el cómo debe ser, cuando crezca y se independice habrás inclinado mucho la balanza a su favor para que se comporte con sabiduría. La virtud engendra virtud. El vicio engendra vicio".

Sax basa su postura en los datos del macroestudio que los sociólogos de EEUU llaman "Add Health": datos de más de 20.000 niños seleccionados de todo el país, a los que se ha seguido detalladamente desde principios de los años 90 hasta nuestros días.

En las familias con autoridad los hijos sacaban mejores notas, se emborrachaban menos y tenían una vida sexual con menos riesgos (no solo de adolescentes, sino como adultos jóvenes), sus relaciones afectivas eran más sanas y felices y al convertirse en padres tenían hijos a su vez más sanos y equilibrados. 


(Estos daos se pueden encontrar en Social Science and Medicine, vol.66, pág.2023-2034, de 2008; y en Archives of Sexual Behavior, vol.42, páginas 14631472, de 2013; en Journal of Marriage and Family, vol. 76, páginas 145 a 160, de 2014; y en Journal of Pediatric and Adolescent Gynecology, vol27; páginas 287-293; de 2014). 

Imponer normas, con justicia pero con constancia

La clave para educar bien está en "imponer normas, con justicia pero con constancia. En algún momento esas normas se pueden adaptar, pero nunca se rompen", detalla Sax. 

Muchos padres "blandos" dirán que "si quiero a mi hijo, confiaré en él: si me dice que no bebe en el botellón, me lo creeré; si me dice que pasó la noche con la chica sin acostarse con ella, me lo creeré; el amor implica confiar sin posesividad, ¿no?" 

La respuesta del doctor Sax, tras muchos años de experiencia y estudios, es contundente: las reglas del amor entre padres e hijos son distintas de las reglas del amor entre adultos. 

El amor a los niños no es como el conyugal

El amor al cónyuge implica mucha confianza, a veces quizá incluso ciega. El amor a los niños no es así. "Es más probable que te mienta tu hijo o hija a que lo haga cualquier otra persona, porque no te quiere dar un disgusto, no te quiere decepcionar y espera que pienses bien de él". Por eso hay que asegurarse que se cumplen las normas de la casa.

Además, en una relación entre adultos, entre iguales, casi todo es negociable, precisamente por ser iguales. No se dan órdenes a un igual. Pero en una familia sana sí se han de dar órdenes a los niños. Un padre ha de poder ser a la vez estricto y cariñoso. El sentido del humor puede ayudar mucho en eso. 

7 valores que sólo se aprenden en la familia


El Papa Francisco ha dicho que ‘la familia es la primera escuela’. Y es que verdaderamente es en la familia donde comenzamos a aprender, donde empezamos a recibir las más valiosas enseñanzas, las que nos formarán para toda la vida. Consideremos algunas.

1. Conocerse a sí mismo, y mejorar

En familia todos conocen bien qué cualidades y qué defectos tiene cada uno.

Puede ser, por ejemplo, que un niño se porte angelicalmente en la escuela o en casa de sus amiguitos, pero en su hogar se muestra tal cual es, lo cual permite a sus familiares estimularlo para desarrollar sus cualidades y ayudarlo a superar o al menos dominar sus defectos.

2. Vivir la fe

En familia se aprende a conocer y amar a Dios y a María; a encomendarse al Ángel de la Guarda y a la intercesión de los santos; a empezar a leer la Biblia; a confiar en el valor de la oración, a poner las necesidades propias y ajenas en las manos del Señor; a ofrecérselo todo, a realizar pequeños sacrificios por amor…

En la escuela tal vez se reza, aunque desgraciadamente cada vez menos, pero suele hacerse una oración general. No hay nada como orar en el hogar, en familia, en confianza. Y como dijo en 1958 el famoso padre irlandés, hoy Siervo de Dios, Patrick Peyton, fundador del ‘Apostolado del Rosario en familia’: ‘la familia que reza unida, permanece unida.’

3. Compartir

En familia se aprende a vencer el egoísmo de quererlo o guardárselo todo para uno; se aprende a compartir lo que se es y lo que se tiene. Primero la atención y cariño de los papás; luego los juguetes, la ropa, las golosinas (¿qué comes?, ¿me das?), el propio espacio vital, los conocimientos, las experiencias, los consejos, las risas, las lágrimas…

4. Convivir

En familia se aprende a aceptar a los otros como son. Si un extraño o incluso un amigo te llega a caer mal, tal vez lo puedes dejar de ver y olvidarte de él; no sucede así con los familiares, porque debes convivir diario con ellos, en la misma casa. No queda otra opción que aprender a tener comprensión, tolerancia, paciencia, valorarlos como son y no como uno quisiera que fueran. Y de igual modo se aprende a ceder, a procurar no molestar, a tratar de hacerle la vida agradable a los demás.

5. Perdonar y pedir perdón

En familia se aprende a perdonar a los demás, porque resulta insoportable mantenerse enojado con quien vive en la misma casa; se descubre que el perdón es la única puerta para la paz. Y también se aprende a reconocer cuando se ha lastimado a alguien, y a pedirle perdón.

6. Apoyar

En familia se aprende a ayudar al otro, a solidarizarse cuando tiene una necesidad. A que cuenten contigo y tú cuentes con los demás. Tal vez los hermanos pelean entre sí, pero si uno de ellos necesita algo, sabe que cuenta con ellos incondicionalmente.

7. Amar

En familia se aprende a amar, con un amor “paciente, servicial, que no tiene envidia, que no presume ni se engríe; no es mal educado ni egoísta; o se irrita, no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza co la verdad. Disculpa sin límites, cree sin límites, espera sin límites, aguanta sin límites…” (1Cor 13, 4-7).

Decía san Juan de la Cruz que, ‘al final de la vida seremos examinados en el amor’.

Es la familia la primera escuela que nos prepara el corazón para ese examen, la que nos enseña la más valiosa lección.

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