Éste es el remedio contra uno de los sufrimientos más profundos de la existencia


El alivio frente a uno de los sufrimientos más profundos de la existencia se manifiesta en la experiencia de Adán, quien experimentó una necesidad esencial en el núcleo de nuestra humanidad, tal como lo expresó Dios al declarar: "No es bueno que el hombre esté solo" (Génesis 2, 18). Este sentimiento compartido es articulado por Luigi Giussani, quien sostiene que "para ser yo mismo, necesito a otra persona. Solos no podemos ser nosotros mismos".

Las memorias del compositor Héctor Berlioz añaden un matiz penetrante al relato, describiendo el sufrimiento antes de la Caída como una nostalgia que parecía arrancarle el corazón de raíz, acompañada de una terrible sensación de soledad en un universo vacío. Esta experiencia de soledad extrema y aislamiento mortal resuena profundamente en la condición humana.

La verdad es simple pero poderosa: "necesitamos la presencia en nuestras vidas de lo que es real y permanente para poder acercarnos a ello", como apunta Joseph Ratzinger. En este contexto, la Sagrada Eucaristía se revela como esa Presencia Real que se convierte en un auténtico remedio para nuestro anhelo, angustia y aislamiento, especialmente cuando nos acercamos a ella en la Sagrada Comunión.

En su obra "Introducción al cristianismo", el cardenal Ratzinger aborda el miedo universal de estar solo en una habitación con un cadáver, destacando que no se puede "razonar" para superar ese miedo. No obstante, subraya que la presencia de alguien a quien amamos en esa habitación es instantáneamente eficaz para calmar ese temor. La presencia se convierte, así, en una aproximación vital a nuestro anhelo de superar las barreras, disipando el miedo a la separación, la soledad e incluso la muerte, como expone Ralph Harper.

El abandono, una de las formas más intensas de sufrimiento, es descrito por Jeff Van Vonderen como la experiencia de la negligencia, que comunica el mensaje de que no somos lo suficientemente importantes como para que alguien esté presente para nosotros. En este contexto, la Eucaristía se revela como el antídoto contra la negligencia, con el Cristo eucarístico asegurando constantemente: "¡No estás solo! Aquí hay una Presencia a la que puedes acercarte, real y permanente. Estoy presente en la Eucaristía para derribar las barreras que te retienen y para poner fin a la dominación del miedo. La promesa perseverante es que nunca dejo de repetir: Eres lo suficientemente importante para que Yo esté aquí por ti". En este amplio contexto, la Eucaristía se erige como un faro luminoso, disipando las sombras de la soledad con la promesa constante de una Presencia que trasciende las barreras y alivia los sufrimientos más profundos del alma humana.

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