¿Fumar marihuana es pecado? Un sacerdote lo explica.




Por: Padre Salvador Barba

Está de moda hablar de la mariguana: que si está bien legalizarla… que si es buena medicina para algunas enfermedades o padecimientos… que si es más sana que otras drogas… que por qué la Iglesia la prohíbe… que si es pecado o no fumarla… que si es algo en lo que no se debe meter la Iglesia…¡upsss!

Y en el debate sobre la despenalización, se manejan muchos términos de tinte político, religioso, médico, lúdico recreativo, legal…

Pero antes de la responder a la pregunta inicial debemos tomar todo en cuenta para no caer en dogmatismos, ya sea legales (persecución de delito: producción, trasiego, distribución, consumo y afectación social) o religioso (manipulación y/o imposición a la conciencia).

Y es que, tendemos a caer en actitudes y juicios maniqueos, bueno o malo, negro o blanco. Tendemos también a polarizar los problemas de la vida social y de la conciencia; queremos respuestas directas y breves ante realidades y actitudes complejas, queriendo dejar la realidad sufriente del ser humano y del dolor del alma a expensas de opiniones simples, que muchas veces, en lugar de ayudar a la liberación del hombre, lo hacen caer en mayores esclavitudes, muchas veces de forma gravísima.

Involucrarnos en el mundo de las drogas y su consumo, regulado o no por la ley, permitido o condenado por nuestra fe, implica un profundo conocimiento de sus efectos y consecuencias, sobre todo de una aceptación consiente de los daños que puede causarnos.

Fácil es responder -ya lo hemos escuchado mucho- que el consumo de mariguana es algo malo, nocivo y dañino para la persona, al igual que muchas otras drogas que generan dependencias y “nos fugan” del mundo; que nos llevan al letargo y al entorpecimiento de la mente; nos adormecen ante la realidad; nos “anestesiamos” para no ver y afrontar la realidad de la vida maravillosa que Dios nos ha dado.

Primero, debemos entender que hay drogas curativas (medicinales o paliativas) cuyo uso es moralmente aceptable cuando no hay de momento otra opción, con sus dosis bien estudiadas, con la seriedad de la ciencia, todo controlado y recetado conscientemente por los médicos ante ciertas enfermedades. Esta una tarea que el mundo médico y científico debe atender con responsabilidad y humanismo. Creo que no hay problema en el uso médico, bien dosificado y cuando en verdad es la única opción.

Donde entra la polémica es en el llamado uso lúdico y descontrolado (que no se centra en enfermedades y dolencias, sino en recreación-evasión o estimulación-desinhibición) que genera dependencias del mismo organismo.

En este sentido, se deben tratar de evitar por respeto a la persona, a su cuerpo, a su dignidad; debemos atender las causas, no atender los efectos (que es lo que usamos a modo de justificación).

Así como al alcohol, la sexualidad descontrolada y otro tipo de drogas pesadas, debemos evitar todas las adicciones, dependencias y codependencias de todo tipo, que afectan al cuerpo y a las capacidades humanas, y generan mayores daños al espíritu. Debemos evitar las justificaciones y asumir valientemente, y llenos de fe, la erradicación de los males intelectuales y físicos. No podemos justificar algo malo argumentando que es algo bueno.

Entre los mayores dones que Dios nos ha dado está la libertad. Pero no debemos escudarnos en el libre albedrío para encadenarnos a los vicios.

Jesús nos dice: “Procuren que sus corazones no se entorpezcan por el exceso de comida, por las borracheras y las preocupaciones de la vida, porque entonces ese día caerá de improviso sobre ustedes” (Evangelio de San Lucas 21, 34).

Cuando la Iglesia llama a los vicios por su nombre “PECADO”, es para que los hombres estemos alerta, no es una amenaza a la libertad del hombre, sino un llamado a que el hombre se salve, en cuerpo y alma; es un llamado a la auténtica libertad; un llamado amoroso al hombre, creatura de Dios, a caminar confiado, diciendo sí a lo bueno y alejándose de todo lo malo.

Más allá, partiendo del hombre-persona, tomar en cuenta lo social y, para el cristiano, lo comunitario; aunque parezca que no afecto a nadie, mi daño también daña y repercute en el hermano.

El que una cosa se vuelva legal socialmente no significa que sea buena espiritualmente; “ustedes, mis discípulos, están en el mundo pero no son del mundo”… “vivan como hijos de la luz y no de las tinieblas”.

El P. Salvador Barba es sacerdote de la Arquidiócesis Primada de México.

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