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Si Jesús habla de un banquete en el cielo, ¿cómo pueden comer los santos si no tienen un cuerpo físico y solo alma?


Es un honor abordar esta interesante cuestión sobre la naturaleza del banquete celestial mencionado por Jesús en las Escrituras. Antes de adentrarnos en el tema, es importante recordar que como seres humanos limitados, nuestra comprensión del reino celestial es parcial y no podemos comprender plenamente los misterios de Dios. Sin embargo, podemos basarnos en la Biblia y el Catecismo para reflexionar sobre el tema.

El pasaje bíblico que menciona el banquete en el cielo se encuentra en el Evangelio según Mateo, capítulo 8, versículo 11, donde Jesús dice: "Os digo que vendrán muchos del oriente y del occidente, y se sentarán con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los cielos." Este pasaje nos brinda una visión de comunión y celebración en el reino celestial, donde los fieles estarán reunidos con los patriarcas y santos.

Ahora bien, la cuestión central es si los santos pueden comer en el cielo a pesar de no tener un cuerpo físico, ya que en ese estado solo poseerían un alma.

En primer lugar, es esencial comprender la enseñanza de la Iglesia sobre la naturaleza del cuerpo y el alma. Según el Catecismo de la Iglesia Católica, el ser humano es una unidad substancial de cuerpo y alma (CIC 362). Esto significa que, aunque el cuerpo y el alma están unidos en esta vida terrenal, también están destinados a ser reunidos en la resurrección final, como afirma el Credo de Nicea-Constantinopla: "Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro."

En el reino celestial, después de la resurrección final, los fieles estarán unidos nuevamente a sus cuerpos glorificados, y será en esta forma glorificada que participarán en el banquete celestial. La resurrección de los muertos es una verdad central de la fe cristiana, y San Pablo lo afirma claramente en su Primera Carta a los Corintios: "Así también está escrito: El primer hombre, Adán, llegó a ser un ser vivo. El último Adán, llegará a ser un espíritu que da vida. No obstante, lo primero no es lo espiritual, sino lo animal; lo espiritual vendrá después" (1 Corintios 15, 45-46).

Además, en el Evangelio según Lucas, después de su resurrección, Jesús aparece a sus discípulos y les pide algo de comer para demostrarles que no es un espíritu sino que tiene un cuerpo resucitado: "Y mientras todavía no lo creían por la alegría, y estaban asombrados, les dijo: ¿Tenéis aquí algo de comer? Entonces le dieron un trozo de pescado asado, y él lo tomó y comió delante de ellos" (Lucas 24, 41-43).

Este pasaje es significativo porque muestra que después de la resurrección, Jesús aún podía comer, aunque su cuerpo era diferente en su naturaleza resucitada. Esto indica que los santos también podrán participar en el banquete celestial después de la resurrección, ya que compartirán la misma naturaleza glorificada que Jesús.

El Catecismo de la Iglesia Católica también nos proporciona una visión más completa de la resurrección final y la naturaleza glorificada del cuerpo. En el número 1015, el Catecismo afirma: "La resurrección de los muertos será 'a la vez de los justos y de los pecadores', pero no de la misma manera. Los de unos y otros se levantarán 'con la misma identidad personal, con su alma y su cuerpo.' En cuanto a los 'injustos', se levantarán 'para ser juzgados' y, después de haber sido castigados, 'irán al suplicio eterno'".

Es importante destacar que la naturaleza del cuerpo glorificado será diferente de la que conocemos en esta vida terrenal. Será incorruptible, glorioso, poderoso y espiritual (CIC 999). San Pablo también aborda este tema en su Primera Carta a los Corintios, donde dice: "Se siembra un cuerpo animal, resucitará un cuerpo espiritual. Si hay un cuerpo animal, también hay un cuerpo espiritual" (1 Corintios 15,44).

Por lo tanto, en el banquete celestial, los santos, después de la resurrección final, disfrutarán de una comunión plena y perfecta con Dios, y parte de esta comunión puede implicar el compartir de alimentos simbólicos para expresar la plenitud de la alegría y la unión en el reino de los cielos.

Además, es importante recordar que nuestro entendimiento humano está limitado, y la realidad del reino celestial supera nuestras comprensiones terrenales. En la carta de San Pablo a los Corintios, él hace referencia a esto al hablar de la resurrección, diciendo: "He aquí un misterio que os revelo: No todos moriremos, pero todos seremos transformados en un instante, en un abrir y cerrar de ojos, al toque final de la trompeta. La trompeta sonará, los muertos resucitarán incorruptibles y nosotros seremos transformados" (1 Corintios 15,51-52).

En este contexto, es importante mantener una actitud de humildad y confianza en la sabiduría y bondad de Dios. Si bien es natural que surjan preguntas y curiosidad sobre cómo será la vida en el cielo, también debemos reconocer que ciertos aspectos pueden permanecer más allá de nuestro entendimiento humano finito. Aceptar con fe y amor la promesa de la resurrección y la vida eterna es parte integral de nuestra vocación cristiana.

En resumen, el banquete celestial al que se refiere Jesús en las Escrituras es una imagen poderosa de la comunión y la alegría plena que experimentarán los santos en el reino de los cielos. Después de la resurrección final, los fieles estarán unidos nuevamente a sus cuerpos glorificados, lo que les permitirá participar plenamente en esta celebración celestial. Si bien los detalles exactos de cómo será este banquete y cómo los santos interactuarán con los alimentos y bebidas en el cielo pueden superar nuestra comprensión actual, podemos confiar en la promesa de Dios de que todo lo que nos espera en su reino será más allá de lo que podamos imaginar y será una fuente inagotable de dicha y amor eterno.

Autor: Padre Ignacio Andrade.

Pregúntale al sacerdote: ¿Cuál es el origen del Domingo de Ramos en la Iglesia?


Querido hermano en Cristo, el Domingo de Ramos es una festividad muy importante en la Iglesia Católica que marca el inicio de la Semana Santa. Este día conmemoramos la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén, poco antes de su crucifixión y resurrección.

La celebración del Domingo de Ramos se remonta a los primeros siglos del cristianismo, cuando los fieles acostumbraban a recibir al obispo con ramos de olivo o palmas en la procesión de entrada a la iglesia. Con el tiempo, esta costumbre evolucionó hasta convertirse en una celebración litúrgica en la que se recuerda la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén.

Según la Biblia, en el Evangelio de Mateo (21, 1-11), Jesús y sus discípulos llegaron a Jerusalén para celebrar la Pascua judía. En cumplimiento de la profecía del Antiguo Testamento (Zacarías 9, 9), Jesús envió a dos de sus discípulos a buscar un asno y su cría para montarlo y entrar en la ciudad. La multitud que estaba allí lo recibió con ramas de palma y lo aclamó como rey con el grito de "¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas!".

Este evento es muy significativo porque marca el comienzo de la Pasión de Cristo. A pesar de que la multitud lo aclamó como rey, Jesús sabía que su destino era la cruz. De hecho, la misma multitud que lo recibió con palmas y aclamaciones, más tarde lo condenaría a muerte. Por eso, la celebración del Domingo de Ramos es un llamado a la reflexión y la conversión, a seguir a Jesús en su camino de entrega y sacrificio.

En la Iglesia Católica, la celebración del Domingo de Ramos incluye una procesión en la que los fieles llevan palmas o ramas de olivo en señal de la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén. Estas ramas son bendecidas durante la misa y los fieles las conservan en sus hogares como una señal de su fe. También se lee el relato bíblico de la entrada de Jesús a Jerusalén y se realiza una bendición de las palmas o ramas de olivo.

Querido, en este Domingo de Ramos te invito a unirte a la Iglesia Católica en la celebración de la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén. Que este día sea una oportunidad para renovar nuestra fe en Cristo y para comprometernos a seguirlo en su camino de amor y entrega hasta la cruz y la resurrección. Que la bendición de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo descienda sobre ti y te acompañe en tu camino de fe. Amén.

AUTOR: Padre Ignacio Andrade.

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