JESÚS TAMBIÉN AMABA A LOS QUE LO ESTABAN CRUCIFICANDO



Mientras los clavos atravesaban sus manos, Jesús no maldijo a nadie. Su mirada no fue de odio, sino de compasión. Desde la cruz, elevó una oración que desconcierta al mundo: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”

En ese instante, reveló que el amor verdadero no depende del trato recibido, sino de la fidelidad a Dios y de la misericordia hacia todos, incluso hacia los que hieren.

Jesús amó sin condiciones, mostrando que la grandeza del corazón se mide en la capacidad de perdonar.

Quien se deja transformar por ese amor puede también mirar con ternura donde antes solo había dolor, y descubrir que el perdón es la victoria más divina.

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