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Reglas Católicas para la lectura de la Sagrada Escritura


REGLAS CATÓLICAS PARA LA LECTURA DE LA SAGRADA ESCRITURA
Por Monseñor Juan Straubinger 

Como poseemos en el magisterio infalible de la Iglesia la próxima y última regla de nuestra fe, la lectura de la Sagrada Escritura no es requisito indispensable para nosotros. Sin embargo, desde los tiempos de los apóstoles hasta las más recientes manifestaciones de las autoridades eclesiásticas, fue inculcado y sigue siendo inculcado el leer y estudiar las Escrituras a fin de profundizar la fe y ampliar y arraigar los conocimientos religiosos, y principalmente, para conocer la persona, vida y doctrina de nuestro Salvador Jesucristo. “Ignora a Cristo quien ignora las Sagradas Escrituras.” (San Jerónimo).

Más aun insiste San Juan Crisóstomo en la lectura del libro divino, por ejemplo en su primera homilía a la Epístola de San Pablo a los romanos: “Como los ciegos se hallan incapaces de ir derecho, así los privados de la luz que resplandece de las Escrituras Divinas, yerran continuamente puesto que caminan en espesas tinieblas.”

¡Ay de los muchos que hoy en día recorren los caminos de un mundo tempestuoso sin la luz del Evangelio!

I. Leamos la Sagrada Escritura con espíritu de fe.

El hombre que vacila en la fe, “es semejante a la ola del mar alborotada y agitada por el viento, acá y allá” (Santiago 1, 6). El hombre de ánimo doble, que está dividido entre Dios y el diablo, es inconstante en todos sus caminos. En vez de enseñarle y consolarle, la palabra de Dios le sirve para su ruina.

¡Cuántas veces Nuestro Señor no ha insistido en la necesidad de la fe!: “Oh mujer, grande es tu fe; hágase conforme tú lo deseas. Y en la misma hora la hija quedó curada.” (Mat. 15, 28). Negó el médico divino varias veces su ayuda por faltar la fe, por la incredulidad de los suplican­tes. “Tenéis poca fe... si tuviereis fe, como un granito de mostaza, podréis decir a este monte: Trasládate de aquí a allá, y se trasladará y nada os será imposible.” (Mat. 17, 19). Jamás olvidemos el lamento del Señor: “¡Oh raza incrédula y per­versa! ¿hasta cuándo he de vivir con vosotros? ¿hasta cuándo habré de sufriros?” (Mat. 17, 16).

II. Leamos la Sagrada Escritura con espíritu de humildad.

Los misterios del reino de Dios no se revelan a la sabiduría puramente humana, por grande que sea el genio de sus maestros, sino sólo a los humildes. La humildad, la virtud de los pequeños es indispensable, para que el lector de la Biblia saque los valores intrínsecos del libro de los libros. Hay que volver a ser niño; hay que exponerse con espíritu sencillo e inocente a los rayos de la luz que, por falta de nombre adecuado, definimos con el nombre de misterios.

De otro modo no podríamos comprender el espí­ritu del Evangelio, ni aplicarlo a la vida: “En verdad os digo, que si no os volvéis y hacéis semejantes a los niños, no entraréis en el reino de los cielos.” (Mat. 18, 3). Y para grabar esta amonestación en los corazones de sus discípulos, Jesús llamando a un niño y colocándolo en medio de ellos, les dio una lección más elocuente que todas las palabras.

“Quien se humillase, será ensalzado.” (Mat. 23, 12). Quien con espíritu de niño se acerca a los tesoros de la Sagrada Escritura, los conseguirá. A los demás, los orgullosos y presumidos, los presuntuosos y ambiciosos se les cierra la puerta.

Saca, pues, saca, alma mía. El pozo es pro­fundo; y jamás se agotará.

III. Leamos la Sagrada Escritura con el propósito de reformar nuestra vida.

Mons. Dr. Juan Straubinger
La senda que conduce a la vida eterna, es estrecha, mientras que el camino que conduce a la perdición, es ancho y espacioso
(Mat. 7, 13-14).

¿Quién será nuestro guía en la estrecha senda? Abre el Evangelio, lee las Escrituras; medita un ratito sobre las enseñanzas que te brinda el Evangelio en cada página; y encontrarás al guía que te hace falta. La palabra de Dios es uno de los medios más apropiados para nuestra salvación; sólo que debemos ponerla en práctica, como dice Santiago: “Recibid con docilidad la palabra ingerida que puede salvar vuestras almas. Pero habéis de ponerla en práctica, y no sólo escucharla, engañándoos a vosotros mismos. Porque quien se contenta con oír la palabra, y no la practica, este tal será parecido a un hombre que contempla al espejo su rostro nativo y que no hace más que mirarse, y se va y luego se olvida de cómo está.”
(Santiago 1, 21-24).

El Evangelio es, pues, el espejo en que hemos de contemplar el semblante de nuestra alma, para ver las faltas que la manchan. Si no, somos como aquel hombre olvidadizo que se engaña a sí mis­mo, no sabiendo cuál es su rostro.

Reformar la vida, conformar la conducta a los preceptos del Evangelio; he aquí los frutos más provechosos de la lectura del Evangelio. Leyén­dolo, meditándolo dejamos de ser injustos, menti­rosos, avaros, orgullosos. La palabra de Dios penetra en el alma como una espada de dos filos (Hebr. 4, 12), que ha de apartar a los malos de los buenos; que va a despertar a los ociosos y rechazar a los presuntuosos; que está destinada a humillar a los doctos vanidosos, pero a satis­facer a quien con razón recta y pura busca a Dios y la salud eterna.

¡Ojalá busquemos con toda el alma esa fuente de regeneración moral!

IV. Leamos la Sagrada Escritura todos los días.

¿Por qué todos los días? ¿No bastaría leer la Biblia una sola vez, como los otros libros, y des­pués depositarla en la biblioteca? No, amigo mío. La Sagrada Escritura es un libro de categoría superior, y no como los demás de tu biblioteca, muchos de los cuales, una vez leídos no valen más que el polvo que los cubre.

Hallábase en Alejandría, en Egipto, la más rica biblioteca que se conocía en la antigüedad, una verdadera maravilla de riqueza literaria. Sin em­bargo, los musulmanes cuando ocuparon aquella ciudad, arrojaron al fuego todos los libros de la biblioteca argumentando: o consienten con el corán (libro santo de los musulmanes) o no consienten con él. En el primer caso son superfluos, en el segundo malos.

Hay en realidad un libro de que se podría afir­mar la preeminencia que los secuaces de Mahoma atribuyen al coran. Es la Sagrada Escritura. Por tanto ya León XIII concedió indulgencias a los que leen la Sagrada Escritura: una indulgencia de 300 días para la lectura de quince minutos y una indulgencia plenaria a los que durante un mes observen tan provechosa práctica. Pío X no desea más que la lectura diaria de la palabra de Dios. Benedicto XV repite la misma intimación en la Encíclica llamada de San Jerónimo del 15 de Sept. de 1920: “Toda familia debe acostum­brarse a leerlo y usarlo (el Nuevo Testamento) todos los días.”

V. Leamos la Sagrada Escritura en la familia.

“Donde dos o tres se hallan congregados en mi nombre, allí me hallo yo en medio de ellos.”
(Mat. 18, 20).

Estas palabras del Señor, además de verificarse constantemente en la comunidad de la Iglesia, siguen cumpliéndose donde quiera que dos o tres se reúnen en nombre de Jesús para la lectura común de la Biblia en la familia. ¡Qué aspecto tan hermoso! El padre, rodeado de sus hijos, leyendo en voz alta el Evangelio, y añadiendo algunas anotaciones que el sentimiento religioso y la responsabilidad paterna le dictan!

La familia que diariamente se reúne pura la lectura de la Biblia, es un pilar del temor de Dios, un fuerte fundamento de la vida religiosa y un dique contra las ideas perversas. “¡Que no haya ninguna familia sin el Nuevo Testamento”. Este deseo de Benedicto XV sea para nosotros un precepto. Tan pronto como las familias se pongan a leer la Biblia, el mundo se cambiará, porque de la familia inspirada en la doctrina del Evangelio, surge el renacimiento de la humani­dad, así como la regeneración del cuerpo procede de la célula.

VI. Siete consejos para los lectores de la Sagrada Escritura.

1° Antes de leer, recoge tus pensamientos. Dios, la verdad eterna quiere dialogar contigo fami­liarmente. ¿Hay un honor más alto que conver­sar con Dios?

2° Luego pide al Espíritu Santo la gracia de entender su Palabra. Piensa que el sacerdote antes de leer el Evangelio de la misa, está obli­gado a rezar el “Munda”, el “limpia mi corazón y mis labios”.

3° No leas demasiado de una vez. La Sagrada Escritura no es una novela. Dios no habla por la multitud de palabras sino más bien mediante la fuerza del espíritu, infusa en las palabras de la Sagrada Escritura.

4° Después de leer hay que meditar los ver­sículos leídos. En otras palabras: no sólo estudiar el contenido sino prestar los oídos a las inspira­ciones de Dios.

5° Cuando no comprendas lo que lees, consulta las notas añadidas, los comentarios o a un sacer­dote. La Iglesia, y no el lector, es intérprete de la Sagrada Escritura. (Nota de CATOLICIDAD: Por ello se recomienda la Biblia Comentada de Mons. Straubinger -haz click AQUÍ-, enriquecida con múltiples notas a pie de página con la explicación e interpretración católica).

6° Acaba la lectura con una oración y acción de gracias por las ilustraciones que Dios te ha regalado.

7° Escribe en un cuaderno cuanto quieras gra­bar en la memoria para leerlo repetidas veces. Así se aumenta la eficacia de la Palabra de Dios.

VII. Pongamos el hacha en la raíz.

¿Qué es lo que debemos hacer? preguntaba la gente que salía a Juan el Bautista (Luc. 3, 10). ¿Qué exige de nosotros la situación religiosa de nuestro tiempo y país? “La segur”, responde el Bautista, “está ya puesta en la raíz de los árboles. Así que todo árbol que no da buen fruto, será cortado y arrojado al fuego.” (Luc. 3, 9). Hoy también la gente va a buscar “la salud de Dios.” (Luc. 3, 6). El gran predicador del Jordán necesita sucesores que sin cesar proclamen lo que “la voz en el desierto” proclamaba: “Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas.” (Luc. 3, 4). Voz en el desierto son todos aquellos que tratan de difundir la palabra de Dios transmitida en la Sagrada Escritura.

Dios, quien es el inspirador de toda actividad fecunda, conduzca nuestros pasos, a fin de que de la lectura cotidiana del Evangelio nazcan siempre más beneficios para nuestra alma y para la patria; y que así vaya a cumplirse el dicho del apóstol: Toda escritura inspirada de Dios es propia para enseñar, para convencer, para corre­gir, para dirigir en justicia, para que el hombre de Dios sea perfecto, y esté apercibido para toda obra buena. (II. Tim. 3, 16-17).

Mons. Dr. Juan Straubinger.
Profesor de Sagrada Escritura.

Bendiciones!!!


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La Tradición, la Palabra de Dios no escrita


LA BIBLIA Y LA TRADICIÓN

LOS PROTESTANTES DICEN: SOLA SCRIPTURA (SOLO LA BIBLIA)

LA IGLESIA CATÓLICA ENSEÑA, SOLUM VERBUM DEI (SOLAMENTE LA PALABRA DE DIOS)
Por Jesús Mondragón (Saulo de Tarso)

La verdad completa, ¿Dónde puede hallarse? ¿En la Biblia o en la palabra de Dios? Si usted no es Cristiano Católico o no está familiarizado con la Biblia, tal vez esta pregunta le parezca tonta, porque para la mayoría de las personas, la Biblia y la palabra de Dios son lo mismo, y aunque en cierta forma esto es verdad, tal concepto es el resultado de una interpretación muy superficial de lo que en realidad es la Palabra de Dios.

Pero en este sentido, la teología Católica es inmensamente superior a la teología protestante. Expliquemos: Para los “cristianos evangélicos” y grupos sectarios, la palabra de Dios es un libro llamado BIBLIA.

Pero para nosotros los Cristianos Católicos, la Palabra de Dios es más que un libro, la Palabra de Dios es una persona, y se llama JESUCRISTO.

“En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios. Y la Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad” Juan 1,1.14

LA PALABRA DE DIOS LLENA POR COMPLETO LA BIBLIA PERO LA BIBLIA NO CONTIENE TODA LA PALABRA DE DIOS

“Jesús realizó en presencia de los discípulos otras muchas señales que no están escritas en este libro” Juan 20,30

“Hay además otras muchas cosas que hizo Jesús. Si se escribieran una por una, pienso que ni todo el mundo bastaría para contener los libros que se escribieran” Juan 21,25


II Juan 1,12
Aunque tengo mucho que escribiros, prefiero no hacerlo con papel y tinta, sino que espero ir a veros y hablaros de viva voz, para que nuestro gozo sea completo.

Como acabamos de ver en los dos textos anteriores, ¡LA MISMA BIBLIA AFIRMA QUE NO CONTIENE TODO LO QUE JESUCRISTO ENSEÑÓ!

Es común escuchar a los hermanos “cristianos evangélicos” y grupos sectarios decir que Cristo dejó la Biblia para que conozcamos la verdad. Pero, ellos no pueden mostrar un solo texto bíblico que apoye tal afirmación. Jesucristo no dejó nada escrito, ni tampoco ordenó a sus discípulos escribir absolutamente nada, más aún, la mayoría de los Apóstoles no dejaron nada escrito. El único que recibió una orden expresa de escribir el Apocalipsis, fue el Apóstol San Juan. Lo que sí ordenó Jesús a sus Apóstoles fue:

“Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo.»” Mateo 28,19-20

“sino que recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra.»” Hechos 1,8

“Pues así nos lo ordenó el Señor: Te he puesto como la luz de los gentiles, para que lleves la salvación hasta el fin de la tierra.»” Hechos 13,47


Ni los textos anteriores, ni ningún otro, mencionan escribir, leer o llevar la Escritura a los confines de la tierra. Jesucristo no dejó ninguna Biblia, lo que dejó fue una Iglesia, su Iglesia, a la que ordenó ser sus testigos, anunciar y llevar la salvación hasta los confines de la tierra. El texto de Mateo 28,20 citado arriba dice: “y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado”.

Si la misma Escritura afirma que Jesús hizo muchas otras cosas, que no están en la Biblia, ¿Cómo enseñarán a todo el mundo a guardar TODO LO QUE CRISTO MANDÓ? La respuesta nos la da Jesucristo mismo:

“Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad completa; pues no hablará por su cuenta, sino que hablará lo que oiga, y os anunciará lo que ha de venir” Juan 16,13

“Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho” Juan 14,26.


Todo lo que está escrito en la Biblia es verdad, pero sólo la Palabra de Dios, Jesucristo, tiene la verdad completa Jn 14,6 y esa verdad es transmitida, enseñada y recordada a la Iglesia, por el Espíritu Santo.




LA IGLESIA Y NO LA BIBLIA, ES COLUMNA Y FUNDAMENTO DE LA VERDAD

“pero si tardo, para que sepas cómo hay que portarse en la casa de Dios, que es la Iglesia de Dios vivo, columna y fundamento de la verdad” 1 de Timoteo 3,15

A esta Palabra de Dios que no quedó escrita en la Biblia y se transmite de forma oral, inspirada, enseñada y recordada por el Espíritu Santo, se le llama “Tradición”. Decir Tradición, es decir Palabra de Dios.

Sin embargo, las miles y miles de denominaciones que se hacen llamar a sí mismas “cristianas”, rechazan ésta Palabra de Dios o Tradición. ¿Pero por qué este rechazo? La explicación es simple. Jesucristo ordenó a su Iglesia en Hechos 1,8: “y seréis mis testigos...”.

Para ser un testigo, es indispensable la presencia de éste en el lugar y tiempo de los hechos. Todas las denominaciones “cristianas” y sectas, tienen su origen después de la Reforma protestante de Martín Lutero en 1517. No pueden ser testigos verdaderos simple y sencillamente porque no existían en tiempos de Jesucristo, no pueden dar testimonio de una Tradición que ellos no recibieron y por ende, no conocen.

“El que lo vio lo atestigua y su testimonio es válido, y él sabe que dice la verdad, para que también vosotros creáis” Juan 19,35

Sólo les quedaba la Biblia, había entonces que aferrarse a ella, de ahí nace la necesidad de inventar su doctrina de “sola scriptura”.

Con el objetivo de justificar bíblicamente su rechazo a la Iglesia y a la Tradición, citan el siguiente texto, para demostrar según ellos: “que todas las tradiciones son malas”.

“Entonces se acercan a Jesús algunos fariseos y escribas venidos de Jerusalén, y le dicen: «¿Por qué tus discípulos traspasan la tradición de los antepasados?; pues no se lavan las manos a la hora de comer.» El les respondió: «Y vosotros, ¿por qué traspasáis el mandamiento de Dios por vuestra tradición?...Así habéis anulado la Palabra de Dios por vuestra tradición” Mateo 15,1-6 (Aquí, la Biblia utiliza el griego PARADOSIS, que se traduce: tradición)

Es fácil notar que Jesucristo nunca dice que todas las tradiciones son malas. Cristo habla de “vuestra tradición”. Es decir, no todas las tradiciones humanas son malas tampoco, sino sólo aquellas que se utilizan como pretexto para no cumplir los mandamientos de Dios.

“Dejando el precepto de Dios, os aferráis a la tradición de los hombres” Marcos 7,8 (Aquí, la Biblia utiliza el griego PARADOSIS, que se traduce: tradición)

“Mirad que nadie os esclavice mediante la vana falacia de una filosofía, fundada en tradiciones humanas, según los elementos del mundo y no según Cristo” Colosenses 2,8 (En éste texto la Biblia utiliza el griego PARADOSIS, que se traduce: tradiciones)

Y también existe la Tradición de la Iglesia o Tradición Apostólica, que es la Palabra de Dios, enseñada no de forma escrita, sino oralmente por los Apóstoles.

“Os alabo porque en todas las cosas os acordáis de mí y conserváis las tradiciones tal como os las he transmitido” 1 de Corintios 11,2

“Así pues, hermanos, manteneos firmes y conservad las tradiciones que habéis aprendido de nosotros, de viva voz o por carta” 2 de Tesalonicenses 2,15. De viva voz (Tradición) y por carta (Biblia).

“Hermanos, os mandamos en nombre del Señor Jesucristo que os apartéis de todo hermano que viva desordenadamente y no según la tradición que de nosotros recibisteis” 2 de Tesalonicenses 3,6

Si usted tiene una Biblia Católica, encontrará que estos textos están bien traducidos, pero si su Biblia es protestante, Reina-Valera 1960 por ejemplo, en vez de la palabra “tradición”, son utilizadas las palabras, “enseñanzas” o “doctrinas”.

Pero la palabra en griego que la Biblia utiliza en todos los textos citados es PARADOSIS, y la única traducción correcta de PARADOSIS, es TRADICIÓN. Si el Apóstol San Pablo hubiera querido decir, “doctrinas” o “enseñanzas”, habría utilizado las palabras DIDAJÉ o DIDASKALIA.

La pregunta lógica es: ¿Por qué, cuando la Biblia habla mal de las tradiciones de los hombres, las Biblias protestantes traducen bien, y cuando habla de las tradiciones apostólicas falsifican la traducción, si en todos estos casos la Biblia emplea exactamente la misma palabra?

La respuesta salta a la vista, para mantener de pie su falsa doctrina de que sólo la Biblia es la única norma de fe, moral y conducta. Para justificar su desprecio por la Iglesia de Jesucristo y la Tradición apostólica, tenían que ocultar, mentir, engañar... Porque la Biblia. Sí, esa misma Biblia que tanto dicen amar, respetar y obedecer, no les daba la razón y les gritaba a la cara ¡mienten¡ había pues que silenciar a la Biblia.

SOLA SCRIPTURA NO ES HISTÓRICA.

SOLA SCRIPTURA NO ES BÍBLICA.

¡SOLA SCRIPTURA ES MENTIRA!

La enseñanza de la Iglesia Católica inspirada por el Espíritu Santo, por 2000 años de historia y corroborada por la Biblia es:

SOLUM VERBUM DEI, SOLAMENTE LA PALABRA DE DIOS, BIBLIA Y TRADICIÓN.


PAX ET BONUM

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