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“El Concilio Vaticano II es un acto absoluto de la Providencia”: Padre Juan María Laboa



A Laboa no le hace falta repartir tarjetas de presentación ni que le avale un honoris causa para apreciar que uno habla con el Historiador de la Iglesia (con mayúscula, si quieren darle brillo). Aunque sus análisis del ayer y el hoy se rubrican en argumentario de mate indeleble. Juan María está convencido de que llegas a una edad en la que el mismo retrato fotográfico te vale para una década o la siguiente, con solo unas arrugas como variable.

De igual manera, su memoria permanece intacta para traer al presente escenas del arranque del Vaticano II, que vivió en primera persona como estudiante en Roma. “Juan XXIII no buscaba convocar un Concilio en el sentido pleno de la palabra ni con las consecuencias que luego generó. De hecho, hay documentos que prueban que Juan XXIII había planeado una duración de tan solo un año”, expone desde su casa en las alturas de Madrid, desde donde se contemplan todas los tejados y agujas de la capital y se vislumbra el gentío de Cuatro Caminos, el barrio de los migrantes, antes manchegos, extremeños y andaluces, ahora latinos, marroquíes y asiáticos.

“No se da cuenta ni puede darse cuenta del camino que había iniciado y en la aventura que realmente se embarcaba la Iglesia con el Vaticano II. Nadie pensaba ni sabía de la importancia, renovación, influjo y desconcierto eclesial que hasta hoy generaría”, rememora sobre Roncalli, ese Papa que dos años antes se había alojado durante una semana en casa de los Laboa en San Sebastián durante una escapada para participar en el Xacobeo. “Pensaba en generar un encuentro de los obispos y darles más juego como elemento dinamizador del Pueblo de Dios, frente el centralismo que propugnó Pío XII, con un autoritarismo que les trataba como monaguillos”.

Con estas premisas, considera que el que fuera patriarca de Venecia se dejó hacer en la sede de Pedro: “El Concilio es un acto absoluto de la Providencia, en el sentido más elemental del término. Juan XXIII no pone traba alguna a cómo se van desarrollando los acontecimientos, sabe escuchar a los obispos, a la Curia… Y sale lo que sale”. El fin de la misa en latín y de espaldas. O la aventura ecuménica. Un suma y sigue hasta configurar la Iglesia de hoy.

El signo de los tiempos

Para Laboa, la verdadera revolución del Concilio pasa por la aparición de una expresión que Juan XXIII encumbra como brújula para el ser y hacer de la Iglesia: el signo de los tiempos. “El signo de los tiempos es creer en la presencia de la Providencia y cómo actúa en el mundo y en la vida de la Iglesia. Cuando habla del signo de los tiempos, expone un elemento teológicamente creativo ligado a la Providencia, pero también destructivo para esa Iglesia que se aferra a pensar en lo mismo, a encerrarse en sí misma, a quedarse atrapada por una tradición tan inmensa como anquilosante”, asevera. En este sentido, valora cómo Pablo VI apostó por “continuar con valentía por la senda marcada por su predecesor, analizando concienzudamente qué problemas generaría y cómo responder a ellos. Cualquier otro cardenal que hubiera salido papa de la Sixtina, no hubiera seguido adelante”.

Tampoco duda en afirmar que el aterrizaje conciliar ha estado “paralizado” con Juan Pablo II y Benedicto XVI, sin minusvalorar otros aportes “trascendentales” de ambos pontífices en otros ámbitos. “Francisco es la aceptación del signo de los tiempos”, asegura justo después, no como contraposición a estos, sino como continuidad de Roncalli y Montini.

Neoconservadurismo

Cuando Juan María escucha hablar del Vaticano III, con naturalidad no ve que tenga sentido abrir esa puerta. “La Iglesia vive hoy una división que no ha tenido, seguramente, desde el arrianismo de los primeros siglos”. ¿Más que con Pablo VI? “Por supuesto”, responde, y apostilla: “No por culpa de este Papa, sino porque en estas décadas se ha ido alimentando un neoconservadurismo que ya emergió con Montini y que en este tiempo ha ido cogiendo fuerza y presencia, institucional y económica”.

No cree que sean mayoría, pero sí gozan de un poder y altavoces como para hacerse notar como si lo fueran. “En las parroquias y en la vida religiosa, el Pueblo de Dios ha asumido con naturalidad el Concilio. Por eso, este Papa insiste en que la Providencia se manifiesta en ese santo y fiel Pueblo de Dios. Por eso, inquieta la sinodalidad que es hoy ese signo de los tiempos que poco tiene que ver con ese retrato generalizado de una Iglesia ultrapracticante, ultraconservadora y pudiente”.

Echando mano de la parábola, el notario de la memoria eclesial apunta: “El católico normal y pecador está con el Papa. Aquel que se siente el hijo predilecto y heredero único le cuestiona porque no entiende ni quiere participar de la fiesta del Vaticano II, porque es para todos”.

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