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¿Por qué se celebra el nacimiento de la Virgen María y no el del resto de los santos? Estas son las únicas tres excepciones.



En una de sus homilías, Benedicto XVI apunta las tres excepciones en las que sí se celebra el nacimiento de alguien en la Iglesia

La fiesta de la Natividad de la Virgen María destaca de la forma corriente de las festividades de los santos en la iglesia, en cuanto que ésta ordinariamente no celebra los natalicios, diferenciándose radicalmente en esto de lo que ocurría en el mundo antiguo, en el cual se celebraban con gran pompa los días natalicios de los poderosos –por ejemplo, de un césar o de un augusto– como días de «evangelio» o venturosos, como días de salvación.

Sin embargo, la iglesia, en contra de ellos, sostiene que sería sencillamente precipitado el celebrar el día del nacimiento, puesto que existe mucha ambigüedad acerca de la vida de los hombres. A partir del nacimiento, no se sabe realmente nada sobre si esa vida será motivo para celebrarla o no: sobre si ese hombre se sentirá un día orgulloso y alegre de haber nacido; sobre si el mundo podrá mostrar alegría porque ha nacido ese hombre o si hubiera deseado lo contrario. Nosotros, los alemanes, tuvimos que celebrar, durante doce años, un nacimiento como la llegada del Fübrer o caudillo salvador, al cual, desde entonces, el mundo maldice como uno de los tiranos más sangrientos.

La iglesia, en cambio, celebra el día de la muerte: solamente aquél que ante la muerte, con toda la seriedad de su juicio, puede agradecer la vida, solamente aquél cuya vida puede ser aceptada también del otro lado de la muerte, solamente la vida de ése se celebra. De esta regla fundamental hay en la iglesia solo tres excepciones, o mejor, una sola excepción a la que corresponden de una forma indisoluble otras dos que también se celebran.

La excepción es Cristo. Sobre su nacimiento no aparece ninguna ambigüedad, sino que se escucha un cántico de alabanza: gloria a Dios en las alturas. El que, como Dios, se hizo hombre es aquél cuyo nacimiento solo se apoya en el puro amor, el cual puede celebrarse ya en su nacimiento. Más aún: su nacimiento es en fin de cuentas el motivo de que nosotros los hombres tengamos «algo para reír», de que nosotros podamos celebrar fiesta y no necesitemos ya temer, de que la vida, como un todo, solo sea un juego de la muerte e, incluso en sus momentos más fuertes, solamente una mancha sobre la alegría.

Por aquél que nació en Belén, y solamente por Él, se hizo la vida humana prometedora y llena de sentido. A Él pertenece Juan el Bautista, cuyo nacimiento también se celebra: él nació solo para llevar delante la antorcha; el nacimiento de Jesús es el motivo interno y el comienzo de su nacimiento. La otra excepción es María, la madre, sin la cual no se podría dar el nacimiento de Jesús.

Ella es la puerta, por la que él entró en el mundo, y esto no solo de un modo externo: ella lo concibió según el corazón, antes de haberle concebido en el vientre, como dice muy acertadamente Agustín. El alma de María fue el espacio a partir del cual pudo realizarse el acceso de Dios a la humanidad. La creyente que llevó en sí la luz del corazón, trastocó, en oposición a los grandes y poderosos de la tierra, el mundo desde sus cimientos: el cambio verdadero y salvador del mundo solo puede verificarse por las fuerzas del alma.

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