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EL DÍA QUE FUI ENOJADO A MISA... Y OCURRIÓ ALGO MARAVILLOSO


EL DÍA QUE FUI ENOJADO A MISA… Y OCURRIÓ ALGO MARAVILLOSO
Por Sergio Arguello Vences 

Los sacerdotes también somos humanos 

Ese domingo me había despertado muy contento a celebrar en la parroquia. Prácticamente salté de la cama para arreglarme y llegar temprano a mi cita con el Señor y su pueblo. La Eucaristía fue muy bonita y terminando una señoras me dijeron: “Padre, ¿nos puede confesar?”. 

Eran solamente tres así que acepté… pero entonces comenzaron a llegar más y más y todavía más, sin decirles cuántas personas para que no me digan exagerado, pero me levanté tres horas después, con hambre, sed y ganas de irme a descansar un ratito. 

Iba ya muy contento de regreso al seminario y salió a mi encuentro una señora que me preguntó: “¿Usted es el padre verdad? Mi papá murió ayer y lo van a enterrar hoy y no he podido encontrar un sacerdote”. Interiormente pensé: “Señor, sí que quieres que trabaje en tu nombre hoy, te pido sólo que le des paz a mi estómago”. 

Celebré la Eucaristía de don Carlos, en paz descanse, y decidí irme en taxi a mi casa para desayunar y recostarme un poco… aunque parece que no es cansado, celebrar dos misas y confesar tres horas con el estómago vacío no es tan fácil como parece. 

Así que rápidamente y con la ilusión de un niño me disponía a comerme un sandwich… y como en cámara lenta llega un hermano y me dice: “Te buscan, el párroco se enfermó y no hay quien celebre misa de una…” De inmediato salió mi humana debilidad y brilló dentro de mí un reclamo a Dios: “Pero Señor, estás viendo que todavía ni desayuno… Con gusto voy pero después, dame un poco de tiempo… o mejor aún: manda a otro cura”. 

No deja de sorprenderme cómo es Dios porque acabando de reclamarle escuché claramente que me decía: “El día de tu ordenación me dijiste que te entregarías completamente a mí y a mi pueblo… además ve a esta misa, te tengo una sorpresa”. 

Le mordí rápido a mi sandwich y fui a misa francamente enojado, me puse en camino más por obligación que por ganas. 

Pero en cuanto entré a la sacristía y me revestía mi enojo comenzó a bajar, se acercaron unos esposos a decirme: “Padre, nuestra hija se intentó quitar la vida hace un mes y hemos logrado que venga a misa, póngala en sus intenciones por favor” (así que esta era la sorpresa, Dios me había enviado a esta misa para que le hablara a esta hija suya que estaba en tanta necesidad). 

Y es que siendo sacerdote te das cuenta de que las casualidades no existen, Dios mismo es el que nos pone en camino, era maravilloso porque el evangelio de ese día era justo para esta muchacha: “Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré”. 

Salí a la Eucaristía convencido de que era Dios quien me había puesto allí; antes de comenzar le pedí ante el Sagrario que fuera Él mismo el que hablara, no yo, le recordé que tenía hambre y estaba un poco enojado… 

La celebración estuvo llena de unción, estoy convencido de que fue Jesús mismo el que la guió, no sé cómo explicarlo, soy muy deficiente hilando ideas, pero la homilía de ese día salió de Dios mismo, hasta el día de hoy no me explicó lo que pasó, las palabras de Jesús eran confortación, caricia, fortaleza, ánimo… 

Al terminar la santa misa, se acercaron de nuevo los esposos, esta vez con la joven llorando y abrazándome: “Padre, me hacía tanta falta escuchar todo lo que ha dicho, necesito tanto de la ayuda de Dios, me he alejado tanto de Él, ahora sólo quiero estar delante de Él y pedirle que me ame y me ayude a seguir adelante…”. 

Cuando la joven me abrazó, escuché el susurro de Dios: “Te necesitaba en esta eucaristía, por eso hice que vinieras, no lo pude haber hecho sin ti”. 

Me encanta el buen Jesús y cómo se las ingenia para llegar a donde lo necesitan. La joven que intentó suicidarse ahora es la más puntual en misa de una, Dios cambió su vida. 

Y desde ese día, cada vez que me siento cansado o enojado por el exceso de trabajo pienso: “Anda, dale, ve a misa y vívela como tu primera y última misa, Dios te necesita”. 

Y parece que Dios me contesta: “Tranquilo, ve, yo celebraré en tú lugar, préstame sólo tus manos y tu boca…”. 

Te pido una oración especial por el sacerdote de tu parroquia, seguramente él también irá enojado y sin desayunar a misa alguna vez… 

Padre Sergio 

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