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Misericordia. Esa virtud que se nos escapa cada vez más fácil de las manos



MISERICORDIA. ESA VIRTUD QUE SE NOS ESCAPA CADA VEZ MÁS FÁCIL DE LAS MANOS
Por Silvana Ramos

Hay situaciones en la vida que me resultan casi insoportables, extremadamente dolorosas al punto de no caer en la tristeza sino de conducirme hacia una furia que me sobrepasa y que solo puedo calmar pidiendo ayuda al cielo. Una de estas es la falta de misericordia de nosotros, los que nos llamamos católicos.

En mi largo, o corto camino, de esta hermosa aventura de seguir al Señor, he encontrado personas absolutamente maravillosas. Verdaderos Cristos que me han levantado una y otra vez. Que no han juzgado ni mi pasado, ni las faltas que haya podido cometer. Personas hermosas que me ayudaban a levantar la cabeza y mirar el horizonte, ese horizonte que aparece detrás de la Cruz, luminoso, infinito, inmensamente atractivo que llama mi nombre desde la eternidad. Lamentablemente en el último tiempo la cantidad de personas que al menor error levanta el dedo y señala en forma no solo hiriente sino aplastante, es desconcertante.

Desde hace varios años admiro la música de Alanna Boudreau, es talentosísima y de cuando en vez visito su blog. Hace algunos días me encontré con este post que a primera vista parece un reclamo, bastante fundado, de la poca misericordia de muchos católicos que alguna vez la siguieron en redes sociales (y me atrevo a decir que seguramente aún la siguen). Me llamó la atención porque creo que es un comportamiento que va creciendo y se va enquistando en nuestras comunidades, se va haciendo cada vez más notorio, sobre todo ahora en la era de las redes sociales. Las razones de esta falta de compasión pueden ser miles, desde el miedo hasta la soberbia, y la arrogancia de creerse mejores que los otros. A salvo porque somos el «pueblo elegido». Un pueblo elegido que históricamente ha perdido la brújula varias veces.

1. Ya no hay espacio para ti, ya no eres ejemplo a seguir

Tomo el ejemplo de Alanna Boudreau para explicar a lo que me refiero. Cuán terrible podrá ser para un católico comprometido como ella pasar por una separación, por un divorcio y una anulación matrimonial. Ya de por sí, para cualquiera, el proceso es bastante difícil. Pero para alguien que sabe y vive el significado del sacramento, creo que es más duro aún. Cuán terrible no poder volver a tu comunidad cristiana, ahora que estás roto y es cuando más la necesitas. Pero no puedes volver porque ya no hay espacio para ti. Ya no eres ni ejemplo, ni testimonio. Las palabras son duras, las miradas insoportables y las habladurías escandalosamente hirientes. ¿Qué nos ha pasado? Es como si solo fuéramos dignos de amor y de respeto mientras cumplamos las reglas, mientras seamos perfectos.

Con qué derecho nos creemos para pedir explicaciones bajo la excusa de «saber para evitar el escándalo, para orar por ti», como escribía Alanna en su post:

«El juicio, la compasión y, a veces, el placer presumido que leí en los ojos de los demás, a veces era más de lo que podía soportar pacientemente. Las suposiciones apresuradas, la retirada silenciosa, la sospecha injusta, la sensación de ser material para el chisme bajo las excusas de ofrecerte «oración», fue agotador. Hizo que mis hombros se tensaran y se encorvaran; Mi cuerpo estaba tratando de hacerme más pequeña. Lloré tumbada en la cama por unos días».

2. Juzgar a toda velocidad

Qué tristes sus palabras. El caso de Alanna no es el único. Qué difícil podrá ser el haber quedado embarazada siendo soltera, haber roto tus promesas de castidad, el tener un desorden alimenticio que esconder, cuán terrible haber cometido errores en tu juventud. Qué imperdonable haber hecho todas esas cosas siendo católico. ¡Seguro te irás al infierno! Esto es lo que muchos apresuradamente piensan al dejarse llevar por el «derecho» de juzgar y suponer en la vida de los demás.

«Cuando tal sistema está amenazado por la realidad, las personas se sienten incómodas. En el fondo, más allá de su cosquilloso orgullo o su curiosidad humana, preguntan: ¿podría pasarme esto a mí? ¿Podría mi trayectoria profesional fracasar, mi vida, mi círculo social, mi comunidad? ¿Podría Dios no ser una máquina expendedora? ¿Podría la gracia tal vez no ser algo que yo sepa «hacer» o «no hacer», como atarme los zapatos?». (Alanna Boudreau)

Sí, puedes fallar, puedes caer y ojalá encuentres el amor de muchos que te levanten y te ayuden a continuar el camino. Que te ayuden a perdonarte, a perdonar como Cristo lo hace y a vivir una vida feliz, aceptando tu fragilidad y tu necesidad de Dios. Cuánto perdón aún necesitamos, perdón que se nos es dado una y otra vez.

3. ¿Es esto lo que nos ha enseñado Cristo?

¿Es que hemos aprendido a ser crueles? A destruir las vidas de los demás utilizando el escudo de las redes sociales. Utilizando la justificación de las normas y reglas antes que la misericordia de Cristo. A no perdonar, ha hacerles recordar una y otra vez sus faltas. A cerrarles las puertas y dejar a la gente sola cuando más necesita apoyo. La próxima vez antes de salir a ajusticiar, piensa un poco, ponte en los zapatos del otro y ofrece tu hombro y tu consuelo, así como lo haría Cristo. Me comprometo a hacerlo yo también. O por lo menos a intentarlo, con la gracia de Dios.

«Me preocupa cómo la compasión ha perdido centralidad en la Iglesia, incluso en los grupos católicos, o se está perdiendo, para no ser tan pesimista, incluso en los medios de comunicación católicos, la compasión no está: el cisma, la condena, el ensañamiento, la valoración de sí mismos, la denuncia de la herejía. No se pierda en nuestra Iglesia la compasión y no se pierda en nuestro obispo, la centralidad de la compasión». (Papa Francisco – Encuentro de Obispos Centroamericanos, Panamá 2019)

Fuente, Catholic Link

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