EL PECADO DE OMISIÓN
Por Manuel Antonio Cano
Dijo Voltaire “Todo hombre es culpable del bien que no hace”, es decir, no sólo somos responsables de lo que hacemos, sino también de lo que NO hacemos, de lo que NO defendemos y de lo que NO hablamos. Este es el grave pecado de omisión y nuestro mundo lo padece en extremo.
Culturalmente vemos solo por lo nuestro; estamos inmersos en una cultura individualista, nos centramos solo en nosotros, nuestros intereses y nada más. No nos damos tiempo para atender al mundo, para actuar por él y mejorarlo Cuántas veces justificamos nuestras omisiones argumentando que no pude, no me interesa, no tengo dinero, no quiero, no estoy disponible para alguien, ni para protestas o marchas porque soy pacifista no grillo; me da flojera, ó simplemente no me interesa hacer favores porque YO NO HAGO MALES y con NO hacer males basta. Recordemos que no sólo estamos mal cuando hacemos cosas malas, sino también cuando dejamos de buscar, de ver y actuar a favor del bien. Algunos se dan latigazos por el mal que hicieron, pero no ven el bien que pueden hacer y que no lo hacen.
No se puede ser feliz buscando solamente la felicidad propia. Hacer el bien a los demás y a nuestra sociedad eso sí es vivir en plenitud, ¿Cuánto bien dejamos de hacer o dejamos pasar por alto? Existen mil formas de pecar de omisión del bien, hay miles de excusas que va desde negar una sonrisa, un perdón sincero, un favor no realizado, cuando no aportamos nada, cuando dejamos de hacer cosas que fácilmente están a nuestro alcance; cuando cumplimos por cumplir sin alegría y hasta ahí, o cuando somos mediocres. Logremos hacer algo realmente bueno como acompañar al triste, al anciano, regalar la comida o los pesos que traemos. La clave es hacer las cosas con amor y en el momento; dar ese “poquito más” venciendo limitaciones, negatividades, faltas de participación, comodidades, o dejando para mañana las cosas etc.
Varios filósofos de la antigüedad como Plutarco, tenían razón al decir “La omisión del bien, no es menos reprensible que la comisión del mal.” Así, en vez de enfocarnos solamente en dejar de hacer el mal, enfoquémonos en hacer el bien; reconocer que el pecado de omisión es pariente cercano del mal, de la cobardía y la destrucción de nuestro mundo. Fijémonos en los santos, ellos jamás fueron tibios o mediocres; busquemos como ellos realizar obras buenas, ofrecernos en algo; preguntar por necesidades, participar por buenas políticas, no permitir que la desidia ni los malos gobernantes nos dominen; hay que poner la mira en ayudar, no dejar para otra ocasión las cosas buenas, aprender de lo bueno, acompañar al que ande mal; al solo, al triste, dar de comer a los que no tienen, defender a los débiles, enseñar al que no sabe, corregir en positivo, existe un sin fin de maneras de hacer el bien.
Hay que ser menos sordos, menos mudos y menos tercos; al final de nuestra vida, seremos recordados por el bien que hicimos; eso que hizo sentir bien a otros y ese bien por más pequeño que parezca, trasciende. La gente puede olvidarlo, nosotros podemos olvidarlo, pero Dios lo deja grabado en el libro de nuestra vida. Así sea.
Fuente, El Sol de Parral
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No se puede ser feliz buscando solamente la felicidad propia. Hacer el bien a los demás y a nuestra sociedad eso sí es vivir en plenitud, ¿Cuánto bien dejamos de hacer o dejamos pasar por alto? Existen mil formas de pecar de omisión del bien, hay miles de excusas que va desde negar una sonrisa, un perdón sincero, un favor no realizado, cuando no aportamos nada, cuando dejamos de hacer cosas que fácilmente están a nuestro alcance; cuando cumplimos por cumplir sin alegría y hasta ahí, o cuando somos mediocres. Logremos hacer algo realmente bueno como acompañar al triste, al anciano, regalar la comida o los pesos que traemos. La clave es hacer las cosas con amor y en el momento; dar ese “poquito más” venciendo limitaciones, negatividades, faltas de participación, comodidades, o dejando para mañana las cosas etc.
Varios filósofos de la antigüedad como Plutarco, tenían razón al decir “La omisión del bien, no es menos reprensible que la comisión del mal.” Así, en vez de enfocarnos solamente en dejar de hacer el mal, enfoquémonos en hacer el bien; reconocer que el pecado de omisión es pariente cercano del mal, de la cobardía y la destrucción de nuestro mundo. Fijémonos en los santos, ellos jamás fueron tibios o mediocres; busquemos como ellos realizar obras buenas, ofrecernos en algo; preguntar por necesidades, participar por buenas políticas, no permitir que la desidia ni los malos gobernantes nos dominen; hay que poner la mira en ayudar, no dejar para otra ocasión las cosas buenas, aprender de lo bueno, acompañar al que ande mal; al solo, al triste, dar de comer a los que no tienen, defender a los débiles, enseñar al que no sabe, corregir en positivo, existe un sin fin de maneras de hacer el bien.
Hay que ser menos sordos, menos mudos y menos tercos; al final de nuestra vida, seremos recordados por el bien que hicimos; eso que hizo sentir bien a otros y ese bien por más pequeño que parezca, trasciende. La gente puede olvidarlo, nosotros podemos olvidarlo, pero Dios lo deja grabado en el libro de nuestra vida. Así sea.
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