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¿Cómo leer el primer capítulo del Génesis?


¿CÓMO LEER EL PRIMER CAPÍTULO DEL GÉNESIS?
Por George Sim Johnston

El primer capítulo del Génesis sigue siendo un gran obstáculo para la mente moderna.

El mismo Charles Darwin descartó una fe protestante blanda cuando concluyó que el autor del Génesis era un mal geólogo. Según su manera de pensar, los seis días bíblicos de la creación y los Principios de Geología de Ley ll no podían ser ciertos a la vez.

La incomodidad con respecto al Génesis no se ha restringido a las clases educadas. Según el famoso sacerdote-trabajador francés Abbe Michonneau, el aparente conflicto entre la ciencia y el relato de la creación en seis días promovía el ateísmo entre los pobres de manera más efectiva que cualquier injusticia social. La evolución darwiniana es un ingrediente principal de esa "ciencia". También lo es el modelo del "Big Bang" del universo, que afirma de la manera más verosímil que el cosmos tiene miles de millones, y no miles de años.

La confusión sobre este tema, que el Papa Juan Pablo II abordó en el año 1996 en su carta sobre la evolución —bastante publicitada— se reduce al tema sobre cómo se debe leer el relato bíblico de la creación. En su carta, Juan Pablo II simplemente reiteró lo que el Magisterio había argumentado incansablemente desde Providentissimus Deus (1893), de León XIII: El autor del Génesis no tenía la intención de brindar una explicación científica de cómo creó Dios el mundo. Lamentablemente, todavía existen fundamentalistas bíblicos, católicos y protestantes, que no acogen este punto.

Cuando Cristo dijo que la semilla de la mostaza era la más pequeña de las semillas — y es más o menos del tamaño de una partícula de polvo – no estaba presentando un principio de botánica. De hecho, los botánicos nos dicen que existen semillas más pequeñas. Nuestro Señor simplemente le estaba hablando a los hombres de su época en su propio lenguaje y se refería a sus propias experiencias. De la misma manera, la palabra hebrea para denotar el "día" que se usa en el Génesis ("yom") puede significar un día de 24 horas, o un periodo más largo. Por ello, la advertencia de Pío XII en Divino Afflante Spiritu (1943) (NDR Encíclica sobre los estudios bíblicos), sobre que el verdadero sentido del pasaje bíblico no siempre es obvio. Los autores sagrados escribieron en los modismos de su época y lugar de procedencia.

Como católicos, debemos creer que cada palabra de las Sagradas Escrituras es inspirada por el Espíritu Santo, afirmación que la Iglesia no utilizará ni siquiera en el caso de sus pronunciamientos infalibles. Sin embargo, no debemos imaginarnos que los autores bíblicos entraron en una suerte de trance y tomaron el dictado en un lenguaje "puro" sin ser tocado por la contingencia histórica. Por el contrario, Dios hizo pleno uso de los hábitos de pensamiento y de expresión de los escritores. Se trata del antiguo misterio de la gracia y del libre albedrío.

Un lector moderno del Génesis debe tomar en cuenta los principios de la exégesis bíblica establecida por San Agustín en su gran obra De Genesi Ad Litteram (Sobre la Interpretación Literal del Génesis). Agustín enseñó que cada vez que la razón establecía con certeza un hecho sobre el mundo físico, las declaraciones en la Biblia que parecían contrarias debían ser interpretadas como corresponde. Él se oponía a la idea de una "explicación cristiana" de los fenómenos naturales en contraposición con lo que se podía conocer a través de la ciencia. Él veía tales explicaciones como "muy deplorables y dañinas, y que se debían evitar a toda costa," pues al oírlas el no creyente "podría no contener la risa al ver, como se dice, el error elevarse hasta la estratósfera."

Así, ya en el año 410 d.C., los más grandes Padres de la Iglesia Occidental ya nos decían que el Libro de Génesis no era un texto de astrofísica o geología. Agustín mismo era un tipo de evolucionista, especulando que la creación del cosmos por parte de Dios fue un acto instantáneo cuyos efectos se develaron a lo largo de un periodo prolongado. Dios plantó "semillas racionales" en la naturaleza que al final se desarrollaron en la diversidad de plantas y animales que vemos hoy en día. Santo Tomás de Aquino cita este punto de vista de Agustín más de una vez en el transcurso de la Summa Teológica. Santo Tomás, como lo escribe el autor Etienne Gilson,

"era bien consciente que el Libro del Génesis no era un tratado sobre cosmografía para ser utilizado por los eruditos. Era una declaración de la verdad dirigida a las personas sencillas a las que Moisés se estaba dirigiendo. De este modo, a veces es posible interpretarlo de diversas maneras. Entonces, fue así que cuando hablamos de los seis días de la creación, podemos entender por ello ya sea seis días sucesivos, como lo hacen Ambrosio, Basilio, Crisóstomo y Gregorio, y esto se sugiere por la escritura. . . O podemos con Agustín tomarlos para referirnos a la creación simultánea de todos los seres, simbolizando los días como las diversas categorías de los seres. Esta segunda interpretación es a simple vista menos literal, pero es, racionalmente hablando, más satisfactoria. Es la que adopta Santo Tomás, a pesar que no excluye a la otra que, como él dice, también se puede sostener."

En este siglo, el Cardenal Bea, que ayudó a Pío XII a redactar un borrador de la Divino Afflante Spiritu, escribió que el Génesis no trata sobre la "verdadera constitución de las cosas visibles." Más bien busca expresar verdades fuera del orden científico.

Los católicos en realidad no tienen motivos para ser tímidos sobre las Sagradas Escrituras o la ciencia. Simplemente deben distinguir entre dos órdenes del conocimiento complementarios pero distintos – el teológico y el científico – y dejar que cada quien actúe dentro de su competencia.
Si bien no enseñan sobre ciencia, los primeros capítulos del Génesis son historia y no un mito. Pero no son la historia tal y como la hubiera escrito un historiador moderno. (No es como si hubiera una cámara de video en el Jardín del Edén). Se podría decir que se trata de la historia escrita en un lenguaje mítico – una compresión poética de la verdad, por así decirlo. Estamos obligados a creer las verdades fundamentales expresadas por el autor sagrado – por ejemplo, que nuestros primeros padres, tentados por el demonio, cometieron el primer acto de desobediencia cuyos efectos aún sufrimos (cf. Catecismo, no. 390). Pero la doctrina católica del pecado original está completamente fuera del ámbito de la ciencia física. Sin embargo, vale la pena recordar que la acotación de Newmark en que señalaba que mientras más contemplaba la humanidad, más claro se volvía para él el hecho de que la raza "se vio involucrada en un tipo terrible de calamidad aborigen". El fundamentalismo bíblico – y su corolario, la ciencia de la creación – es un fenómeno sin lugar a dudas protestante. A pesar que tiene sus raíces en los comentarios sobre el Génesis escritos por Lutero y Calvino, su verdadero inicio se dio en la América de principios del siglo XX. El literalismo bíblico era una defensa contra el violento ataque del criticismo racionalista lanzado por los eruditos alemanes que tenían la intención de minar la creencia cristiana de la infalibilidad de las Sagradas Escrituras. Ciertas denominaciones protestantes que ya sospechaban de la ciencia tomaron refugio en el literalismo semántico que protegía a la biblia de los procedimientos invasivos de los eruditos agnósticos. La simplicidad intelectual y la claridad doctrinal de esta posición la hace atractiva para algunos católicos hoy en día.

Esta atracción es comprensible. Están buscando refugio de los ataques de los teólogos heterodoxos que parecen tan deseosos como sus ancestros del siglo XIX de deconstruir la fe. Sin embargo, se debe evitar la tentación del literalismo bíblico. La biblia nunca tuvo la intención de ser leída de manera separada de la autoridad de la enseñanza establecida por Cristo. Incluso muchos católicos no son conscientes de los orígenes "católicos" de la biblia. No fue sino hasta fines del siglo cuarto que los veintisiete libros que conforman el Nuevo Testamento fueron acordados por dos concilios eclesiales, sujetos a la aprobación final por parte del Papa. Y fue la Iglesia la que insistió, en contra de las protestas de los herejes, que el Antiguo Testamento sea incluido en el canon cristiano. La biblia nunca fue pensada para estar sola como una autoridad autosuficiente. Es la Iglesia, el Cuerpo Místico de Cristo, que preserva el depósito de la fe, de la cual las Sagradas Escrituras son parte integral. San Agustín, como suele suceder, lo entendió de manera exacta y correcta: "Pero si no fuera por la autoridad de la Iglesia Católica, yo no creería en el Evangelio."

Desde León XIII, el Magisterio ha desalentado progresivamente la lectura literal del Génesis que los protestantes favorecen. ¿Puede un católico sin embargo leer el Génesis como un tratado científico? Sí, si así lo desea: pero podría encontrarse en el dilema de tratar de forzar información científica en la plantilla bíblica, que nunca fue hecha para recibirla. Y se verá seriamente discapacitado al hacer apologética en un mundo post-cristiano. De hecho, será lo opuesto a lo apostólico si trata de explicar a quien sea la doctrina de la creación en términos de la antigua cosmología hebrea.

La prueba de un intelecto de primera, como se ha dicho, es la habilidad de mantener dos ideas supuestamente opuestas y mantener la habilidad de funcionar. Un apologista católico brillante del siglo XX, Frank J. Sheed, escribió sobre el relato de la creación en su obra maestra, Teología y Sensatez. Sus palabras son una invitación a los católicos tentados por el literalismo bíblico para utilizar la razón y no dedicarse a lecturas demasiado simplistas de las Sagradas Escrituras. El autor del Génesis, escribe Sheed,

"nos habla sobre el hecho pero no del proceso: había una reunión de elementos del universo material, pero ¿acaso fue instantánea o se extendió a lo largo de un espacio y tiempo considerables? ¿Aquellos elementos, por ejemplo, conformaron el cuerpo de un animal, que evolucionó gradualmente generación tras generación –claro, no por las leyes ordinarias de la materia sino bajo la guía especial de Dios – hasta un punto en que fue capaz de unirse a un alma espiritual, que Dios creó e infundió en él? En efecto, la declaración del Génesis parece no excluir esto, pero ciertamente no lo dice. Y tampoco la Iglesia ha dicho formalmente que no es así."

Los católicos en realidad no tienen motivos para ser tímidos sobre las Sagradas Escrituras o la ciencia. Simplemente deben distinguir entre dos órdenes del conocimiento complementarios pero distintos – el teológico y el científico – y dejar que cada quien actúe dentro de su competencia. Deben ser sumamente cuidadosos de mezclar ambos. El Magisterio aprendió esto de la manera difícil en el caso de Galileo. Un fiel católico debe estar anclado serenamente en la proposición que la verdad es indivisible, y que las obras de Dios no pueden contradecir lo que Él ha elegido revelar a través de la Escritura y la Tradición.

Fuente, catholiceducation.org


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